lunes, 21 de diciembre de 2015

Rolando Revagliatti-Argentina/Diciembre de 2015



Rafael Alberto Vásquez: sus respuestas y poemas

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti



Rafael Alberto Vásquez nació el 11 de octubre de 1930 en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina. Integró el Grupo Literario “Barrilete” y participó, entre 1963 y 1967, en la dirección de la revista del mismo nombre. En 1966 formó parte del equipo que condujo “La Voz de la SADE” —Sociedad Argentina de Escritores— en Radio Municipal, con María Elena Walsh y Héctor Yánover; y en 1969, con Alicia Dujovne Ortiz y Nelly Candegabe, de la misma audición en Radio Nacional. Fue candidato a vocal por la lista “Movimiento Gente Nueva” en las elecciones para la conducción de la SADE en 1965, así como en 1975 lo fue por la lista “Agrupación Gremial de Escritores”. Con otros poetas, entre 1983 y 1986, fue integrante del “Grupo de los Siete”, editores de cuadernillos de poesía. Por su libro “Apuesta diaria” le fue concedida en 1964 la Faja de Honor de la SADE. Ha sido incluido, entre otras antologías, en “Buenos Aires dos por cuatro” de Osvaldo Rossler (Editorial Losada, 1967), “El 60” de Alfredo Andrés (Editorial Dos, 1969), “Generación poética del ‘60” de Horacio Salas (Ediciones Culturales Argentinas, Ministerio de Educación, 1975), “Dársena Sur. Selección de poetas argentinos contemporáneos” (Edición Servilibro, Asunción, Paraguay, 2004), “Legado de poetas. Poesía social argentina 1956-2006” de Roberto Goijman y Diego Mare (Ediciones Patagonia, 2007). Poemas suyos fueron incorporados al LP “Buenos Aires vuelta y vuelta” (1966) y a los CD “Buenos Aires, la noche” (2000), “Rita canta a los poetas” (2001), “Eduardo Baró. Urbango” (Bruselas, Bélgica, 2005). Publicó entre 1962 y 2011 los poemarios “La verdad al viento”, “Apuesta diaria”, “La vida y los fantasmas”, “La piel y la alegría”, “Hay sol en Buenos Aires”, “Cercos de la memoria”, “Ese sitio sin paz de la memoria”, “Explicaciones y retratos”. En 2003, la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires editó el cuadernillo “Ciclo de Poetas del 60. Rafael Alberto Vásquez”. En ese mismo año, Editorial Libros de Tierra Firme da a conocer su ensayo “Informe sobre Santoro” (Aproximación bio-bibliográfica sobre el poeta Roberto Jorge Santoro, con apéndice y antología).


          1 — ¿Cómo nos armarías un boceto de tu transcurrir desde aquel primer 11 de octubre… hasta poco antes de la irrupción de “La verdad al viento”?

          RAV — Nací en el barrio de Boedo, concurrí a la escuela primaria argentino-alemana Germania Schule, etapa durante la cual perseguía a mi madre para leerle poemas de una antología infantil que me habían regalado, y el secundario lo hice en el Colegio Nacional de Buenos Aires. A los quince años comencé a urdir poemas y fundé una “revista literaria” de pocas páginas, hecha a mimeógrafo, para vender en la misma división del Colegio, primero, y más adelante colocarla en librerías de la calle Viamonte, en cuyas inmediaciones estaba la Facultad de Filosofía y Letras. A fines de 1949 ingresé a la Facultad de Derecho y rendí las primeras materias. Fue recién en 1961 cuando después de aprobar una de tercer año, decidí abandonar la carrera. En 1950 trabajé unos meses como auxiliar administrativo en el Colegio Nacional: conocí a Manuel Antín, quien también trabajaba allí. Nos hicimos amigos, compartiendo estudios, salidas al cine y al teatro, y también la poesía, ya que Antín, antes de dirigir películas escribía poesía y dramaturgia. 1951 fue un año perdido, de marzo a diciembre, cumpliendo el servicio militar obligatorio en un cuartel de Ciudadela. Tres años después, en el nº 16 de la revista-libro “Buenos Aires Literaria”, soy publicado por primera vez: una nota bibliográfica de cinco páginas sobre tres libros de poesía aparecidos por entonces. En julio de 1955, en el nº 1 de la revista “Letras Mundiales”, se editan, en tres páginas, también por primera vez, poemas de mi autoría. En el mismo año en que abandono Derecho, en concurso organizado por la SADE y el Fondo Nacional de las Artes, fui uno de los veinte autores seleccionados para la edición de un libro con préstamo del Fondo. Uno de los jurados, Bernardo Ezequiel Koremblit, también director del área cultural de la Sociedad Hebraica Argentina, comenzó a reunirnos a los seleccionados y así fui conociendo a los escritores Luis Ricardo Furlan, Inés Malinov, Atilio Jorge Castelpoggi, Julio Arístides, Emma de Cartosio, Osvaldo Rossler, José Isaacson, con lo cual concluyó mi aislamiento. Además de esas reuniones, que no sé ya con qué periodicidad se hacían, recuerdo que Julio Arístides y José Isaacson conducían la FADRYGLI (Federación Argentina de Revistas y Grupos Literarios Independientes), con encuentros en un café de la calle Cerrito esquina Bartolomé Mitre. Y se organizaban lecturas de poemas, en la SADE, en un colegio, en Estímulo de Bellas Artes. Después, esta nueva forma de comunicación empalma con la creación del grupo Barrilete. Porque a Roberto Santoro también lo conocí en las escaleras de la Hebraica. Me lo presentó Luis Ricardo Furlan, que venía con él; y Santoro, con su libretita mágica llena de anotaciones, chistes, teléfonos y direcciones, supo darme el teléfono de otro poeta que yo quería conocer: Horacio Salas. El azar que interviene en la vida. Yo acostumbraba a cortarme el pelo en una vieja peluquería que estaba en la Avenida de Mayo entre las calles Chacabuco y Piedras, al lado de las oficinas del diario “La Razón”. Entre las revistas disponibles para los clientes que debían aguardar su turno, una tarde me puse a hojear un ejemplar de “Vea y Lea”, revista para todo público que compartía entonces una franja del mercado familiar con “El Hogar” y con “Mundo Argentino”: no sé si te suenan esos nombres… Todas ellas, además de chismes, notas de actualidad, fotos, traían algún cuento y algunos comentarios bibliográficos. El que me interesó, por la habilidad del cronista y por las trascripciones poéticas del libro comentado, era sobre el primero, “El tiempo insuficiente”, de un joven poeta, Horacio Salas. Esa conexión con su poesía dura hasta hoy: sigo admirando su estilo y continuamos la amistad. Pero no mucho después aquel encuentro sirvió para que Santoro me pidiera un poema para publicar en su revista mensual de ocho páginas, “El Barrilete”, iniciada en agosto de 1963. Y hacia fines del mismo año me convocó para integrar un grupo de trabajo literario que, además, se hiciera cargo de su revista, crecida en páginas que, con altibajos, idas y venidas de sus integrantes, duró hasta fines de 1974.

         
          2 — Varias veces debí asentar en tu presentación el nombre de nuestra ciudad y la inscripción de tu pertenencia a la generación “del 60”. ¿Intentarías devolvernos tu visión de porteño de estos puertos, de tus “grados” de consubstanciación con sus barrios y problemáticas, y de qué ha sido o significado aquella generación poética?

          RAV Yo siempre sostuve que mi contacto con la ciudad tuvo sus peculiaridades. En razón del lugar donde vivía de chico con mis padres: Barrio Norte, después San Nicolás, no tuve calle ni “potrero”. Pero al crecer, siempre me gustó caminar las calles de la ciudad que quise y quiero. Con amigas o amigos o solo, era lindo recorrerla. Pero también por la poesía entró la ciudad: Evaristo Carriego, Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, José Portogalo, Baldomero Fernández Moreno, Raúl González Tuñón, Mario Jorge de Lellis. La ciudad también fue creciendo en mis poemas. En mi segundo libro, de 1964, “Apuesta diaria”, la última sección se llama “Buenos Aires en mí” y se cierra con el único poema largo que escribí en mi vida, que ocupa seis páginas y titulé “Canto confidencial a Buenos Aires”, con un epígrafe de Borges y que dedicara a Horacio Salas. Esa forma de situarme en la ciudad me hermanó con los otros poetas que integramos el Consejo de Redacción de la revista  a la que me refiriera en mi respuesta anterior y que fuimos: Daniel Barros, Ramón Plaza, Miguel Ángel Rozzisi, Horacio Salas, Roberto Santoro, Marcos Silber y yo. Más otros que también la sintieron y vinieron al grupo, como Martín Campos, Alberto Costa, Alicia Dellepiane Rawson, Ana Fernández, Diego Jorge Mare, Miguel Ángel Páez, Carlos Patiño y Felipe Reisin. Aunque ciñéndome a la visión de tu pregunta, “porteño de estos puertos”, muy pronto quienes habitamos la ciudad nos perdimos el puerto, como entrada y salida de los grandes barcos. Recuerdo haber despedido a Martín Campos en la Dársena Norte, cuando se fue a Italia por varios años. Después sólo quedaron las salidas de aquellos barcos más chicos que partían, desde la Dársena Sud, hacia Colonia o Montevideo en la República Oriental del Uruguay. Y los aliscafos con el mismo destino. Pero el puerto en sí fue una nostalgia para generaciones anteriores. En el tema generacional, de repente mis coetáneos o los poetas cinco años más jóvenes, nos encontramos con una pertenencia casi impuesta —pero aceptada— de integrar la Generación del 60. Antonio Requeni en diversas notas, Alfredo Andrés (“El 60”), Horacio Salas (“Generación poética del 60”), comenzaron a hablar de esta generación. Algo que resultó cierto. Por las fechas de publicación de nuestros libros, por el estilo más directo y conversacional, por el acercamiento al mundo del trabajo, también por la ciudad recorrida, los primeros libros de cada uno mostraban esos factores aglutinantes. Mucho después, en 1990, apareció “El 60, poesía blindada” (Los Libros de Gente Sur), con selección de Rubén Chihade y María del Carmen Suárez y un valioso prólogo de Ramón Plaza; más una lista de ciento cincuenta poetas, setenta publicaciones de la época y una veintena de poetas antologados. Aunque el proyecto de continuar la muestra se frustró, es otra obra para consultar.


          3 — Allá lejos en el tiempo, en dos oportunidades, integrando listas de conducción, te involucraste en la disputa por promover cambios en la cuestionada Sociedad Argentina de Escritores. Además, fuiste co-conductor de dos programas radiales, que se llamaban nada menos que “La Voz de la SADE”. ¿Qué SADE prevalecía por entonces? ¿Qué proponían en 1965 y en 1975 los perdidosos movimientos que integrabas? ¿Cómo ha proseguido tu vinculación con las instituciones gremiales?  

          RAV — Es cierto. Desde la revista “Barrilete” abogamos por “cambiar” la SADE. E incitábamos a que los jóvenes poetas se asociaran, para poder tener voz y voto en las elecciones. Por supuesto, en esas dos ocasiones salimos últimos. Pero buena cantidad de escritores nos votaron. Y el esfuerzo, los ideales que sosteníamos y el trabajo compartido fueron distintos, sobre todo por las épocas y por los resultados que se dieron a posteriori. En 1965 la lista del “Movimiento Gente Nueva” proponía, en primer término, “la profesionalización de la actividad del escritor mediante una eficaz y dinámica estructura de la SADE como organismo gremial”. Y vale la pena trascribir los nombres de quienes éramos candidatos. Titulares: Pedro Orgambide, Alberto Vanasco, Dalmiro Sáenz, Juan José Sebrelli, Luis Ricardo Furlan, Antonio Requeni, Germán Rozenmacher, Juan José Saer, Ariel Ferraro, Esteban Peicovich, Federico González Frías, Arnoldo Liberman y Alberto Luis Ponzo. Suplentes: Roberto Santoro, Horacio Salas, Marcos Silber, Héctor Yánover y Rafael Alberto Vásquez. Asesores Letrados: Santiago Bullrich y Vicente Zito Lema. Pero pese a diferencias ideológicas y gremiales me parece útil consignar qué escritores integraron la lista que ganó y condujo la entidad en el período 1965/1967. Titulares: Córdova Iturburu, Ulyses Petit de Murat, Lisandro Galtier, María Angélica Bosco, Osvaldo Rossler, Florencio Escardó, Beatriz Guido, Gustavo García Saraví, Bernardo Ezequiel Koremblit, José Luis Lanuza, Sixto Pondal Ríos, César Rosales, María de Villarino. Suplentes: Julio Arístides, Juan José Ceselli, Ezequiel de Olazo, María Elena Walsh y Emilio Zolezzi. Todos nombres de peso. Ahora voy a los hechos posteriores. Lo positivo: abrir el juego a los jóvenes. En octubre de 1965 se creó en la SADE la Comisión de Literatura Nueva, que integramos César Rosales y María Elena Walsh por la Comisión Directiva y Abelardo Castillo, Arnoldo Liberman, Carlos Moneta Testa, Rafael Felipe Oteriño, Romilio Ribero, Horacio Salas, Alberto Vanasco y yo, por “los jóvenes”. ¿Qué ocurrió después? El golpe de estado en 1966 del general Onganía, uno más en la larga lista de los que me tocó sufrir, que desplazó al gobierno constitucional del presidente Arturo Illia. La conducción de la SADE trató de adecuarse, a su manera, a la situación institucional, lo que motivó, el 29 de agosto de 1966, mi extensa y detallada renuncia a aquella comisión. Mientras tanto, como mencionás, mi designación entre abril y junio de 1966 para conducir —con María Elena Walsh y Héctor Yánover— la audición “La Voz de la SADE” por Radio Municipal. Ciclo suspendido de improviso por la emisora el día que íbamos a reiniciarlo, en el mes de julio. Pero antes de este final un poco turbio y desprolijo quiero volver sobre uno de los recuerdos más felices de entonces. Un acto que organizamos, aireando un poco las vetustas conferencias de la vieja casa de la calle México, haciendo entrar el tango a la SADE. Ese acto se hizo el 16 de noviembre de 1965, con la denominación de “Poesía y Tango”, y consistió en una lectura de poemas dichos por Anadela Arzón, Susana Rinaldi, José María Gutiérrez y Rodolfo Relman, y en un pequeño concierto de tangos que interpretó el Cuarteto de Tango Contemporáneo de Alberto Núñez Palacio. Héctor Yánover, que mantuvo el hilo conductor del acto y los comentarios entre poemas, puntualizó que se trataba de “un homenaje a los grandes viejos, a los maestros de nuestra generación”. Y también dijo: “No creemos en los ostracismos políticos de los poetas, creemos en la poesía”. Los poemas que se leyeron fueron: “El Salón Lacavour” de Enrique Cadícamo; “Justo el 31” de Enrique Santos Discépolo; “Panegírico a Nuestra Señora de Luján” de Ricardo Molinari; “El ligador” de Felipe Fernández (Yacaré); “Guarda de ómnibus” de Celedonio Flores; “Barrio Once” de Carlos de la Púa; “El Rosedal” de Homero Manzi; “Letanía del domingo” de Horacio Rega Molina; un fragmento de “Bajo la Cruz del Sur” de José Portogalo; “Elogio un poco cursi a las chicas de Flores” de Luis Cané; “A un buzón del barrio céntrico” de Gustavo Riccio; “Antiguo almacén ‘A la Ciudad de Génova’” de Nicolás Olivari; “Profesoras de piano y solfeo” de Fernández  Moreno; “Los ladrones” de Raúl González Tuñón; y “El tango” de Jorge Luis Borges. La enumeración es índice suficientemente claro de los fines que se pretendieron con ese acto. No sólo tocar tangos en la SADE sino escuchar poemas vitales, ciudadanos, solidarios; algunos, de poetas olvidados en ese ámbito. Y hay que reconocer que fue mucha gente y que se premió a todos con cálidos y prolongados aplausos. La otra “aventura” electoral para ganar la SADE fue en setiembre de 1975. Copio la lista. Titulares: Elías Castelnuovo, Bernardo Kordon, David Viñas, Roberto Santoro, Alberto Luis Ponzo, Rafael Alberto Vásquez, María Rosa Oliver, Iverna Codina, Humberto Costantini, Héctor Borda Leaño, Carlos Alberto Brocato, Alberto Costa, Luciana Daelli. Suplentes: Guillermo Harispe, Martín Campos, Hugo Di Taranto, Isidoro Blaisten, Hebe Benasso, Nyra Etchenique, Simón Kargieman, Lubrano Zas, María Cristina Taborda y Liliana Heker. La lista, “Agrupación Gremial de Escritores”, eligió estos lemas: “Por una SADE al servicio de los escritores. Por una literatura al servicio del pueblo. Por la constitución del Frente de Trabajadores de la Cultura.” De esta lista y de los grupos de escritores que la apoyaron, el golpe de marzo de 1976 y la dictadura aberrante que lo mantuvo en el poder alimentó agendas de exiliados y de desaparecidos. Con esta historia atrás no me quiero extender respecto de los actuales gremios de escritores. Apenas mencionar que mi pertenencia a la SADE, a la que me asociara en diciembre de 1962, a poco de publicar mi primer libro, terminó con mi renuncia, en febrero de 2000. Luego comenzó mi acercamiento a la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), a la que me asocié en julio de 2007 y a la que sigo vinculado.
     

          4 — Lleguemos al “Grupo de los Siete”. Los otros seis: Rubén Chihade, Alicia Dellepiane Rawson, Rubén Derlis, María del Carmen Suárez, Oscar González, Norma Pérez Martín. ¿Sabrás que el cuadernillo de 14 páginas, en buen estado, editado en 1984, cuyo título es “Siete contra la desesperanza”, con comentarios de Graciela Maturo y Antonio Requeni, se encuentra a la venta por $ 100.- en Mercado Libre?... A treinta años estamos de aquel cuadernillo y de aquella posición. ¿Rememoramos al Grupo? ¿Y cómo andamos con la esperanza?...

          RAV — Primero debo hacerte una aclaración. El “Grupo de los Siete” se armó a mediados de 1983, luego de una charla en el café “Tortoni”, pero los integrantes iniciales fuimos Chihade, Rubén Derlis, Oscar González, Carlos Massetti, Roberto Selles, María del Carmen Suárez y yo. La presentación pública se hizo el 16 de noviembre con una lectura de poemas en el café “La Poesía”, Chile 502 esquina Bolívar, barrio de San Telmo. Massetti duró poco, entonces se incorporó Alicia Dellepiane Rawson. Después se fue Roberto Selles y convocamos a Norma Pérez Martín. En 1986, en lugar de Alicia Dellepiane Rawson y María del Carmen Suárez se incorporaron Carlos Penelas y Susy Quinteros. Y así quedó hasta l987, en que el grupo se disolvió. En casi cuatro años, además de reuniones y lecturas, no sólo en esta ciudad sino también una en la “Casa del Poeta” en La Plata y otra en la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, publicamos varios cuadernillos de poesía. En el primero, que se denominó llanamente “Grupo de los 7”, se decía: “Y los que ahora formamos el Grupo de los 7 recuperamos la convicción de que el aislamiento —el mero trabajo individual— no es sino la expresión empobrecedora del poeta que la persecución, el exilio y el miedo no lograron matar en cada uno de nosotros. Y decidimos reunirnos para elaborar objetivos y trabajos comunes, para expresarnos como seres sociales de una generación que aun sostiene en alto sus banderas de libertad, y la convicción de que la poesía es una disciplina creadora que contribuirá a ennoblecer el futuro.” Esos trabajos comunes se reflejaron en cinco cuadernillos: “Siete poetas en la calle del agujero en la media” (homenaje a Raúl González Tuñón); “Siete poetas contra la desesperanza” (ratificando la democracia y la libertad recuperadas); “Siete poetas y un rayo misterioso” (evocación de Carlos Gardel); “Siete poetas y el crimen fue en Granada” (homenaje a Federico García Lorca); “Siete poetas y la América invisible” (fijando nuestra pertenencia americana). También, entre medio, una carpeta —“Contracuerpos”— con siete poemas ilustrados por seis artistas plásticos. El grupo fue —para mí— una valiosa experiencia y un aporte real que me demostró la posibilidad del trabajo común con otros poetas conocidos. Por lo menos, “conocidos” por nuestra avidez lectora de poesía. Ignoraba cómo nuestra obra —a través de ese cuadernillo que mencionás— pudo valorizarse tanto en el mercado informático. Tengo el mejor de los recuerdos de todos aquellos compañeros, con quienes me veo ocasionalmente, con la excepción de Rubén Chihade, que se nos murió antes de tiempo. En cuanto a la esperanza, anda bien, hemos cumplido treinta años de gobiernos elegidos por el pueblo, quienes tienen mi edad no lo hubiéramos creído…            


          5 — “Rita canta a los poetas” lo he escuchado muchas veces. Y algunos, como vos, Rafael, como Yoli Fidanza, han tenido la satisfacción de ser musicalizados por Rita Paolucci (añadamos que en el CD fueron interpretados también textos de Alfonsina Storni, Carmen Conde, Jorge Luis Borges y Gabriela Mistral, con recitación a cargo de Ariel Osiris).

          RAV — Quienes supimos gustar a los poetas del tango, como Homero Manzi, o del folklore, como Manuel J. Castilla, y luego a cantautores como Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, sabemos que no hay nada mejor que el “letrista” de calidad que escribe una canción, sea o no también el autor de la música. A propósito cito un nombre solo, relegando a los que se atropellan en la memoria, porque olvidarme de uno solo sería injusto. Una vez aclarada esta prioridad, para mí insuperable, voy a los poetas y músicos que han sabido dotar de otra vida a algún poema. Rita Paolucci, a quien conocí en 1964, es una excelente creadora, ejecutante y cantante que musicalizó —entre muchos otros— varios temas míos. También Hugo Pardo y Eduardo Baró lo hicieron en algún caso, pero fue Rita la más generosa y perseverante. ¿Qué puedo decirte? Primero la extrañeza, la rara sensación de que la voz de uno tenga otra entonación, una cadencia, una armonía distinta. Y luego la alegría insuperable de que te hayan elegido, de que un poema, por la magia del sonido y la música, pueda volar hacia otro público.


          6 — Del año en que vos naciste hay un tango en la voz de Tita Merello —“Yo soy del treinta, yo soy del treinta, cuando a Irigoyen lo embalurdaron…, cuando a Carlitos se lo llevaron…, cuando a Corrientes me la ensancharon…”—, cuya letra es del actor Héctor Méndez y la música es de Aníbal Troilo.

          RAV — Creo que das en el clavo cuando citás el tango “Yo soy del 30”, porque sería fácil antologar una guía barrial y musical de Buenos Aires. “Barrio de tango” o “Mano blanca” en Pompeya, gracias a Manzi. Y en el centro, “Corrientes y Esmeralda” de Celedonio Esteban Flores. O “El 45” de María Elena Walsh. O “Viejo Tortoni” de Héctor Negro y Eladia Blázquez. Aquí me detengo, para no aburrir. No me acuerdo de la calle Corrientes angosta, aunque sí de que el sentido del tránsito era inverso, venía del bajo hacia la Chacarita. Tampoco recuerdo la construcción del obelisco, inaugurado en 1936, pero sí los tranvías, en los que viajaba con mis padres. Y, por supuesto, los cambios en la calle Florida, la desaparición de las grandes tiendas departamentales, como “Harrod’s” y “Gath y Chaves”, los bancos que coparon el centro. En fin, la modificación de mi pequeño paisaje cotidiano. A veces uno se ve como un sobreviviente en la ciudad querida.


          7 — El nieto del poeta Martín Campos ha mantenido una charla con vos y fue reproducida en http://alcielounbarrilete.blogspot.com.ar/2014/08/entrevista-rafael-vasquez-informes.html. Allí el lector podrá impregnarse del espíritu de los “Informes” de esa revista que tanto solemos evocar, con sus dos títulos, “El Barrilete” o “Barrilete”. Me entero de que conservás un amplio archivo. Y esto me remite a una cena de fin de año que había organizado la Asociación de Poetas Argentinos, en la que la entidad te agradece públicamente por una donación que habías hecho a la hemeroteca. ¿En qué consistió la donación? ¿Puede ser (me suena) que a la hemeroteca de APOA le hayan puesto tu nombre?

          RAV — Con Pablo Campos —nieto de Martín— nos conocimos cuando presenté mi último libro, en octubre de 2011. Desde entonces nos vemos cada tanto, por sus indagaciones sobre el grupo y la revista “Barrilete” y quienes fuimos compañeros de su abuelo. Una tarde, es cierto, me grabó en casa sus preguntas y mis respuestas. El armado de la nota fue generoso porque incluyó las portadas de varios “Informes” y mis poemas incluidos en ellos. En cuanto a los “títulos” de la revista, durante los primeros cinco números que editó Roberto Santoro solo (aunque su madre figuraba como “Secretaria”) se llamó “El Barrilete”. Al conformarse el grupo se decidió suprimir el artículo, por lo que —desde el nº 6 hasta el final— la revista se llamó “Barrilete”. Lo del archivo es cierto. Por mi continuidad, por ser mi casa sede de las reuniones durante mucho tiempo, por mi temperamento ordenado, fui guardando anotaciones, material, noticias, algunas pocas colecciones de la revista, y siempre que me lo requirieron facilité su acceso a quienes quisieran conocer la historia del grupo. Una vez, ya no recuerdo cuándo, les di una colección de “Barrilete” a Cayetano Zemborain y a Silvia Pastrana, que conducían la Asociación de Poetas Argentinos. APOA le dio a esa donación un valor que yo no creí que tuviese y por ese motivo su copiosa hemeroteca pasó a llamarse con mi nombre desde el 11 de diciembre de 1999. ¿Por qué esta fecha cierta? Porque coincide con la cena de fin de año de la entidad en que me entregaron una bandeja de metal con la inscripción. Y también porque (gracias a mis archivos) conservo la fotografía del momento en que Jorge Calvetti me entregó ese regalo. Que fue doble, porque aunque yo no tenía amistad con este gran poeta, él recordó haberme premiado un conjunto de poemas en un concurso de 1986, algo que me desconcertó y me alegró.


          8 — En una oportunidad te comenté que había mantenido correspondencia con un poeta de nuestra provincia de Córdoba, también llamado Rafael Vásquez —autor, por ejemplo, de “En escorzo” (1998), “Esclusas”, “Timbal ultravioleta” (ambos de 2000)—. Y esto lo ligo con que alguna vez comenzaste a firmar retirando tu segundo nombre. ¿A qué se debió tu decisión?

          RAV — Es curiosa la anécdota. De repente te enterás que tenés un homónimo en otra provincia, que además es poeta y de quien no sabés absolutamente nada. Un par de veces me hablaron de él pero fuiste vos quien —a mi pedido— me pasaste su dirección, en Villa Allende, provincia de Córdoba. Como no recordaba cuándo había sido, también gracias a mis archivos (pero esta vez de la computadora), encontré que mi intento de comunicación fue por correo, con unas líneas del 4/6/2003 y mi libro “Cercos de la memoria”. No tuve respuesta alguna, así que la incógnita permanece. Ignoro si el correo perdió mi envío o el destinatario lo traspapeló. La decisión de quitar mi segundo nombre —Alberto— en la firma de lo que escribo se debió sólo a aligerar el apelativo. Ya lo había hecho antes Roberto Santoro. Así que desde “Cercos de la memoria” (1992) firmo lo que publico: Rafael Vásquez. No hubo algo más profundo, por lo menos en lo consciente. Y el único que cada tanto me lo recrimina al vernos, es este gran poeta y amigo Antonio Requeni. Venga o no al caso quiero mencionarte —sin ánimo de comparación— que uno de mis poetas preferidos, Baldomero Fernández Moreno, firmó después “B. Fernández Moreno” y al final lisa y llanamente “Fernández Moreno”. Y llegó a escribir un breve poema al respecto, que comienza (lo cito de memoria): “Me borré el doctor / hace mucho tiempo. / Borré la inicial / de mi nombre feo.”


          9 — Fuiste publicado en el número 10 de la renombrada “Cormorán  y Delfín” —en la que habían constado estos subtítulos: Revista Internacional de Poesía; Mar – Poesía – Buenos Aires – Mundo; Revista Planetaria de Poesía—, dirigida por Ariel Canzani D. (nº 1, en 1964 – nº 28/29, diciembre de 1972). ¿Conociste, lo trataste a Canzani, ese poeta que durante mas de veinte años recorrió el mundo como capitán de ultramar navegando a bordo de buques mercantiles argentinos?

          RAV — Creo que la vida diaria no me alcanza para revolver y releer tanta publicación que guardo en mi biblioteca. Entre otras, esta revista valiosísima de los 60. Guardo los números 1 a 16 y me fui a hojear algunos. ¿Por qué interrumpí su compra, entre 1968 y 1972, cuando dejó de aparecer? Realmente no lo sé. A Canzani lo conocí, hablamos alguna vez, pero no lo traté tanto y su recuerdo, desgraciadamente, se difumina en la memoria. Al regresar al número 10 de “Cormorán y Delfín” (octubre de 1966), evoqué mejor la circunstancia. Fue una publicación de parte del grupo “Barrilete” de entonces: Alicia Dellepiane Rawson, Roberto Jorge Santoro, Anadela Arzón, Alberto Costa y yo. Un par de páginas antes, va también Marcos Silber. Te reitero: fue una de las mejores revistas de poesía de la década del sesenta.


          10 — Dice Borges en el prólogo de “Del amor y los otros desconsuelos” de Gustavo García Saraví: “Coleridge escribió que los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Para el aristotélico, lo verdadero son los individuos, las circunstancias, lo temporal; para el platónico, los géneros, lo que de algún modo persiste bajo las apariencias mudables. A este segundo estilo de intuir corresponden la imaginación y la obra de Gustavo García Saraví.” ¿A qué estilo de intuir te parece que respondés?...

          RAV — Supongo que me quedo con el Borges que prologa muy brevemente a Evaristo Carriego en 1950, pero ésta puede ser una respuesta apresurada, ya que no ubico el prólogo que citás ni esa obra de García Saraví. Que fue premio “La Nación” con un libro de sonetos que llamó “Con la Patria adentro”, título que mereció alguna broma en una revista de la época. Libro que tengo, es de 1964, pero tampoco conservo fresca la memoria poética de su obra para opinar. Salvo de sus sonetos, que eran excelentes. En cuanto al corazón de tu pregunta, pienso que mi intuición respondería a un modelo aristotélico, aunque descreo de los encasillamientos.


          11 — ¿Tenés libros que releas cada tantos años? ¿Subrayás frases o párrafos, versos o estrofas?

          RAV — Toda mi vida he marcado en los libros de narrativa y de teatro párrafos y frases. Y en los de poesía, poemas, versos y estrofas. El libro que no tiene marcas es porque no se llevó bien con mi sensibilidad. Eso sí, siempre lo hice con lápiz, como si pudiera permitirle a un lector posterior hacer borrón y cuenta nueva. Sobre libros que releo, te diré que organicé mis bibliotecas temáticamente: unas para poesía, otras para narrativa, otra para teatro y otra para ensayo. Dentro de cada tema, alfabéticamente por autor; lo que me permite encontrar un libro con cierta facilidad. Pero más a mano, en un estante cerca de mi mesa de escribir, tengo determinados poetas para releer: Fernández Moreno, Mario Jorge de Lellis, Luis García Montero, Yadi María Henao, Leonardo Martínez, Carlos Marzal, Néstor Mux, Idea Vilariño, Jorge Paolantonio, Antonio Requeni, Marcos Silber, Paulina Vinderman, Máximo Simpson, Horacio Preler, Laura Yasan. Y es un sector que admite incorporaciones y cambios.


          12 — No sé si sos futbolero, Rafael; lo seas o no, se me ocurre proponerte la formación de dos equipos, desde luego, conformado por once, mujeres y hombres (de todos los tiempos): una selección internacional de poetas y otra selección internacional de narradores.

          RAV — Paradoja de mi existencia futbolera. Desde la escuela me gustó jugarlo, pero siempre fui malo, nunca tuve dominio de la pelota. Pero seguí jugando, cada tanto, entre compañeros o amigos, generalmente como defensor. Simpatizante desde la infancia de River Plate, pero no “hincha”. En toda mi vida fui a ver un solo partido, un amistoso River-Peñarol. Odio la violencia y sobre todo a las barras bravas. Durante el último campeonato mundial vi todos los partidos de la Argentina y algo de otros. Me gustó el equipo. Ahora, elegir una selección internacional de escritores sería azaroso y tal vez injusto. Podré escribir once nombres y acaso arrepentirme cuando esto se publique. Pero voy a complacerte y no será una novedad sino algo que viene de mis respuestas anteriores. Poetas: Pedro Salinas, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Manuel J. Castilla, Baldomero Fernández Moreno, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Raúl González Tuñón, Horacio Salas, Marcos Silber, Wislawa Szymborska. Once nombres de narradores: Emilio Zola, Georges Simenon, Antón Chéjov, Simone de Beauvoir, Humberto Costantini, Gabriel García Márquez, Milan Kundera, Juan Marsé, Alberto Moravia, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa. Pero para estar en paz con mi conciencia, te diré que en mi juventud leí más teatro que narrativa; y si abandonamos la parábola futbolera querría agregarte otra selección, la de los dramaturgos. Que enumeraría así: William Shakespeare, Jean Anouilh, Albert Camus, Federico García Lorca, Gabriel Marcel, Arthur Miller, Eugene O’Neill, Luigi Pirandello, Armand Salacrou, Jean-Paul Sartre, Tennessee Williams.


          13 — ¿Nos despedimos con algo que no conste en tu presentación curricular?

          RAV — Un día de 1970, no recuerdo de qué mes, me llamó por teléfono Alberto Gibelli, actor y director del Teatro Libre “Florencio Sánchez” de la ciudad de Rojas, provincia de Buenos Aires, derivado por Horacio Salas, para contarme sobre un proyecto que estaban armando: un espectáculo de tango y poesía, que interpretara a la ciudad y mezclara textos de viejos y jóvenes poetas. Venían ya con poemas elegidos de Jorge Luis  Borges, Nicolás Olivari, Carlos de la Púa, Felipe Fernández (Yacaré), Enrique Cadícamo, Ernesto Sábato, Raúl González Tuñón, Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal. Traían además la creación y la interpretación musical de Alberto Garralda, ex bandoneonista de la orquesta de Alfredo Gobbi. Querían incorporar a poetas de la generación del sesenta. Y así fue que nos sumamos Eduardo Romano, Juan Gelman, Alberto Szpunberg, Alberto Costa, Jorge B. Rivera, José Peroni, Abelardo Castillo, Luis Luchi, Horacio Salas, Rodolfo Alonso y yo. Eligieron uno, dos o tres poemas de cada uno. Para la apertura y el cierre tomaron un poema mío, “No pasa nada”, y decidieron llamar al espectáculo “Aquí no pasa nada”. Organizaron cuatro funciones en nuestra ciudad, dos en octubre y dos en noviembre de 1970, en la Sala “Theatron” de la avenida Santa Fe 2450. Los poemas, bien dichos y jugados por los tres actores y una actriz del grupo teatral, más la música de Alberto Garralda, otorgaron un marco distinto y eficaz a la poesía. Fue una experiencia inolvidable, que cerraron luego invitándonos al estreno en la ciudad de Rojas, con un agasajo posterior.


*

Rafael Alberto Vásquez selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:


LA CACERÍA DEL SOL



El sol sabe seguirte para adentro

atraviesa tu continuada fuga
clava
una espina de luz en medio de tus ojos
y se tiende contigo
para darle a tu cuerpo
la apariencia perfecta del verano.
Cuando te encuentra
sé que le crecen manos
y despega las nubes por donde acaso viajas.
Entonces
cuando el amor te cierra los ojos
el último destello de sol
es una chispa viva debajo de tus párpados
que te suelta el silencio a medianoche.



                                             (De “La piel y la alegría”)

                                  
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NO PASA NADA



Aquí no pasa nada.
Es el país, la parte que nos toca,
la imagen que este tiempo nos desvive.
No pasan grandes cosas. 
                                        Muere gente
de muerte natural todos los días.
Hay huelgas, pero en orden.
De vez en cuando, es cierto, renuncia un funcionario.
Pero no pasa nada.
La calle, el eco suelto
nos dice el fútbol, la vergüenza
y el costo de la vida.
Nos insulta despacio, como un tango,
nos achica el país
hasta este barrio
dividido
que es todo Buenos Aires.
Nos deja discutiendo en una esquina
porque es tarde
y aquí no pasa nada.



                                            (De “La vida y los fantasmas”)
                                  

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ME ACUSO       

  


                                                                            “Porque me duele si me quedo
                                                                                      pero me muero si me voy”
                                                                                                      María Elena Walsh
                                                                                     (“Serenata para la tierra de uno”)



No puedo imaginar
este final de invierno en otro sitio.
Ni cambiar soledades, afectos o paisaje.
Elijo esta crueldad de no mirarnos,
de sufrir la ciudad,
de los primeros gritos que despiertan.
Cómo hiere el exilio es lo que ignoro.
Porque tardan las cartas.
                                        O se callan.
Y los amigos nos desencontramos.
Ahora que hasta el aire se nos cambia
quiero reconocer: no fui valiente.
No di la otra mejilla
ni grité la injusticia por las calles:
lo dije en mis poemas.
Me acuso de esta voz sin resonancia.
Me acuso de estar vivo.



                                                 (De “Cercos de la memoria”)


*


MEMORIA DE SANTORO



                                                             a Roberto Santoro, poeta y amigo.
                                                             Secuestrado el 1º. de junio de 1977.
                                                             Desaparecido.




Han pasado los años.
No ha cambiado tu cara en el recuerdo:
la ventaja maligna de la ausencia.
Cada vez que me llaman y repito la historia
el tiempo se hace trizas en un vidrio empañado.
Y aparecen las fotos que no se muestran nunca,
los amigos, los libros, el café, las raíces
del barrio que sostuvo las voces de tu vida.
Aquel diálogo inútil —saber qué nos decíamos—
es una adivinanza que pierde su sentido.
Para la muerte no hay categorías,
pero la duda, el cuándo, los adioses sin fechas,
los supuestos más tristes desde un momento aciago
como el motor de un auto que parte hacia la nada,
no dejaron un punto final, sólo un suspenso.
Pasaron veinte años desde un viejo poema
que te escribí con culpa.
Más años todavía desde que te llevaron:
esa cuenta la cargan tu mujer y tu hija.
Yo apenas me confundo la sombra de tu abrazo
pero me sé tus versos
y te cuido ese sitio sin paz de la memoria.



                                                 (De “Ese sitio sin paz de la memoria”)


*


GENEALOGÍA


Mi padre no me hablaba de su padre o su abuelo
y yo no fui el curioso rastreador del silencio.
No supe indagar sombras ni fantasmas
porque bastaba el rito de ignorarnos.
Y estaba el sol.
Era difícil conversar conmigo.
Tal vez por eso las palabras
se fueron despertando en mi escritura.
La muerte lo llevó de madrugada,
sin despedida y sin explicaciones,
no me sirvió siquiera de experiencia.
Volver hacia otro tiempo ya no cabe:
del pasado se vuelve sin testigos.



                                                  (De “Explicaciones y retratos”)



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FOTOS


Miro una serie de viejas fotos de una nena.
Son pruebas de retratos, actitudes distintas y sonrisas.
El fondo oscuro, algún objeto a mano,
una sombrilla, un libro,
poses sencillas que el fotógrafo guiaba
para encontrar la toma exacta
que complaciera a toda la familia.
Tiene cinco años esa nena. O cuatro.
Sólo una vez reconozco sus rasgos,
apenas,
aquel gesto que durará en su cara
para enamorarme.
Nada del futuro entonces,
nada del misterio que hará venir su vida
hasta mi encuentro.
Todavía
los años la embellecerían hasta la madurez.
Pérdidas y ganancias, hijos, un nieto,
cuántas expectativas imposibles de discernir.
Algo puede nublarse en mis ojos:
la culpa de no hacerla más feliz.



                                                    (Inédito)


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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Rafael Alberto Vásquez y Rolando Revagliatti.



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