Entre
la montaña y el mar
Salí a caminar.
Nadie me seguía
ni siquiera mi sombra,
como siempre.
Imponente, frente a mí,
la montaña, su encanto
y los misterios
que, por momentos,
descubre el alma.
De ella, puedes tomar
una piedra y acariciarla
suave, al sol,
o arrojarla en el aljibe
de una casona colonial
y hacer estallar la luna
en plena noche solitaria.
Después, testigo de mis sueños,
un arco iris me señala el mar
en su tarde toda de espejos,
con soles que encienden sus aguas
de infinitas estrellas de color.
¿Qué ven tus ojos?
¿Qué siente tu corazón?...
¡Entre el mar y la montaña
no hay viceversas!...
Un águila imponente sabe
de mi amor a la vida.
Y mi corazón late
mecido en vuelos de gaviotas
custodias del mar.
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