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El clavel moreno
Cada tarde cuando la señora Inés recibe a sus amigas, es una fiesta para Manuela, porque entonces doña Ramonita la mucama general, le confía una tarea nueva. Ella se ha empeñado en hacer de la niña la más eficiente de las servidoras que haya tenido la casa.
Hoy, por ejemplo, la ha mandado a recorrer el jardín eligiendo los mejores claveles para adornar la mesa del comedor. De regreso la niña va a la cocina abrazada al ramo a buscar la aprobación de doña Ramonita.
Tú eres un clavel moreno más bello que todos estos, mi niña. Brillan los ojos de Manuela y atenta, siguiendo las indicaciones de la mujer, acomoda las flores alternándolas con helechos en un centro de porcelana.
Ayuda a colocar el mantel y cuando Ramonita ubica el arreglo en el centro de la mesa, palmotea sorprendida por el resultado de su trabajo.
Mientras repasan con gran cuidado las piezas de juego de té, conversan animadamente.
Hoy también vendrá la señora Ema. El rostro de Manuela se ensombrece.
La señora Ema es la madre Inés de Zubeldía, la dueña de casa, ella siempre se opuso a que Manuela se quedara allí aprendiendo “el oficio de servir”, como decía con un dejo despectivo. No aprobaba que su nieta de la misma edad tuviera que alternar con esa negrita campesina.
En realidad había notado que su nieta nunca podría competir en simpatía ni lucidez con Manuela. María de las Gracias es caprichosa y antipática con todo el mundo, en especial con el personal de servicio. Las hijas de las amigas de su madre la consideran insoportable aunque por educación y mucho por conveniencia, secundan en sus juegos a la heredera de la familia más adinerada de la región.
Sabiendo que la abuela está de su parte se pasa la mañana ordenando argumentos para exponerle tratando de dar un corte definitivo a esa presencia en su casa. Está dispuesta a que esta sea la última tarde en la que tendrá que oír a las señoras que toman el té con su madre, elogiarla, por su diligencia, su compostura y todas esas estupideces que le ven a esa poquita cosa.
Al pasar por la cocina ve a doña Ramonita indicándole cómo entrará en la sala llevando dos azucareras de plata acompañándola a ella cuando llevará el té a las señoras. Finge elegir una manzana de la frutera mientras espera el momento preciso. Ramonita y Manuela dejan todo listo en la mesa y se van a cambiar sus delantales por los blanquísimos y almidonados con los que aparecen ante las visitas, entonces rápidamente troca el contenido de las azucareras por iguales volúmenes de arena, dejando luego todo en su lugar. Corre al comedor a recibir a las amigas de su mamá esta vez con una amabilidad y dulzura, desacostumbradas.
Llegado el momento, a una orden de la anfitriona entra doña Ramonita con la tetera humeante seguida por Manuela portando en una bandeja las dos azucareras de plata que dispone en lugares precisos, sobre la mesa ovalada.
María de las Gracias le observa atenta cada movimiento, la abuela Ema también la sigue con la mirada buscando algún detalle para descargar su crítica.
Todo transcurre con la acostumbrada normalidad hasta que llega el momento de usar las azucareras. María de las Gracias aguza su atención paladeando de antemano el momento del impacto previsto. Observa particularmente el rostro de la abuela. Justamente en el momento en el que le ceden la respetuosa prioridad en el uso del azúcar, a ella se le corta la respiración por el suspenso.
Pero ente su asombro, el conocido ritual continúa sin tropiezos. Rabiosa ante la frustración, incrédula ante lo que está viendo, le arrebata una de las azucareras a la señora que tenía más cerca y con ojos desorbitados comprueba que dentro hay... ¡azúcar!
La crisis intempestiva de María de las Gracias no alteró el plácido transcurrir de una tarde de té entre amigas.
Manuela mira sonriente a Ramonita como diciendo Tenías razón, siempre hay que echar un vistazo a todo a último momento, para evitar complicaciones.
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