EL TALLER LITERARIO
De adolescente solía ir a un grupo literario de mi ciudad. No importa su nombre. Lo importante fue el bochorno. Sí, leyeron bien: el bochorno.
Se reunían todos los sábados a las 3 de la tarde en casa de Clarita desde que nos echaron de la biblioteca municipal sin motivo. El rumor que corría era que el pelado Ortíz se había manoteado un par de libros y nunca más volvieron. Tampoco nosotros. En fin, Clarita abrió las puertas de su hogar para recibirnos a todos el sábado.
En aquel entonces, mi madre tenía su clase de yoga y su sesión de psicólogo los jueves. Siempre ponía en práctica los consejos de su psico los sábados. Día en el que nos encontrábamos todos en casa.
- Vos gordi andá al taller literario con tu hijo. Mi doctora me dijo que tenemos que crear vínculos con los chicos ahora que están creciendo.
- A mí me espera Darío en el taller... y tengo que ver el auto... le falta hacer el service... y.... - dijo mi padre dando un manotazo de ahogado.
- ¡Vos te vas con él! - gritó mi vieja con un acelere que espantaba.
Yo estaba consternado. Era mi espacio. Nunca invitaba a nadie al taller y menos a mi viejo. No le interesaba. Era cualquiera. Odié a esa psicóloga.
- Pero... mamá... eh... mejor no... en otro momento salimos nosotros... - dije suplicando que se arrepintiera. ¡¿Cómo iba hacer para sacármelo de encima?!
- Hijo justamente es una buena idea. Dejalo que vaya y el otro sábado, él te lleva a vos - dijo ella muy contenta.
- Mamá ehhh... - dije desesperado.
- ¡Vos te lo llevás!. Van y vuelven juntos. - nos dijo mirándonos fijo a los dos.
Mi cara quedó blanca. Estaba como el emoticón que se agarra la cara. Quería desaparecer. Este iba ser el suicidio social del siglo. Acepté, no me quedó otra.
En el camino rezaba que justo ocurriera un imprevisto para no llegar, o, de última, que le ocurriera un imprevisto a mi viejo. Cualquiera. Seguimos camino a casa de Clarita. Desgraciadamente, llegamos.
-Dejo el auto acá y te paso a buscar después. Me voy al taller de Darío - dijo lo que ansiaba escuchar con toda el alma. Entonces, la puerta se abrió lento y chirreando...
- ¡Hola Rodri! ¡Qué bueno que viniste! - dijo Clarita super feliz.
- Hola soy el padre... mucho gusto. Ya me iba - dijo y le dio la mano.
- Mucho gusto señor, bienvenido al grupo... - le dio un abrazo sorprendida - integrantes del grupo literario vino Rodri y su papá a escuchar las charlas de taller. ¡Pasen no se queden ahí! - gritó Clarita empujándonos.
Nos sentamos en la amplia mesa de la cocina salvo mi viejo que se tuvo que sentar en un sillón del fondo. Ahí estaban todos mirando al elemento nuevo. Estaban contentos y sorprendidos al mismo tiempo.
- ¡Gente del grupo literario les voy a leer una poesía acerca del amor - dijo Clarita con tono solemne. Levantó el mentón e inclinó la cabeza. Todos escuchábamos. Luego venía la ronda de opiniones.
- Me gustó mucho la metáfora - dijo uno.
- Excelente uso de oximoron - dijo otra.
- ¿Usted, papá de Rodrigo, qué opina? - le preguntaron con ansia de saber.
- Lindo, me gusto, está bueno, sí, sí - dijo mi padre perdido como siempre.
- Me alegro que le guste. Venga el próximo sábado - dijo Clara con tono maternal.
- Yo por mi parte propongo leerles un cuento sobre divorcio - dijo Pilar y empezó.
El cuento era largo, muy bueno y monótono. En medio de la lectura empezaron a sonar unos ronquidos que yo conocía demasiado bien. Subían de tono, bajaban, salían extasiados y de pronto, cesaban. Parecía una moto averiada ¡No podía creerlo!
Todos frenaron lo que estaban haciendo. Giraron la cabeza hacia el sillón del fondo y sonrieron como quien le sonríe a un niño.
- ¡Pobre hombre está cansado! - dijo Clarita y los demás asintieron.
- Déjenlo dormir. Sigamos leyendo... - dijo Pilar entusiasmada.
¿Por qué todo ésto me ocurría a mí? ¡Qué vida de mierda! Mi compañero Renzo alias el gringo, era fana del fútbol y el padre fundador del centro cultural de la ciudad. ¡Madre que lo parió! Al principio ibamos juntos. Al final terminé yendo yo. Ahora ésto.
Tomamos el té con masas y facturas. Cuando abrieron los paquetes mi padre se despertó. Para eso tenía mucho olfato el muy furbo. Le sirvieron un poco de café y todos comimos. Lo pasamos muy bien. Clarita no dejaba de atender a mi padre.
- Bueno, gente del grupo, los espero el sábado que viene. A todos, al papá de Rodrigo también. Lo vamos a sacar escritor como al hijo - dijo Clarita.
- Sí, que venga - dijo Pilar.
- De última, que duerma una siestita... - dijo socarrón el pelado Ortíz.
- Sí, sí, el sábado que viene, vengo. Lindo, lindo - dijo mi padre.
- ¡Chau, hasta el próximo sábado! - dije corriendo derecho al auto.
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