De mi Sangre
Soy policía, forma parte de mi trabajo hacer turnos en la comisaría tomando declaraciones, recibiendo denuncias y constancias. Aquí se conoce en profundidad al ser humano, necesitan de nosotros para enfrentar variadas situaciones que les ocurren, muchas cruzadas por la desgracia otras no tanto y a veces se presentan hechos inesperados de corte trágico y sesgo cómico. Como hace unos días atrás, en que vinieron una pareja de mujeres, provocaron tal bullicio que llamaron la atención de cuantos estábamos aquí. La gritona era una mujerota ordinaria, recia, con el pelo tieso de raíces oscuras y puntas amarillas. En su imagen se confundían por un lado un físico agostado con unas impúdicas carnes rosadas que pugnaban por aparecer entre una serie de prendas superpuestas, y por otro la trifulca que armaba. Traía a rastras, y es así de literal porque la tironeaba del cinturón y de la ropa mientras trataba de huir, a una joven veinte añera que silenciosa se debatía contra las garras que la tomaban e intentaba en vano, dada su físico dispar, evitar el ingreso a nuestra sala.
Con mis compañeros nos esforzamos para refrenar la risotada al ver el inusual dúo, en tanto la guardia les ordenaba entrasen, así que les hice un gesto para que se sentaran frente a mí. La grandota vulgar dirigió una mirada filosa a la muchacha con la cual perentoria ordenaba “no te muevas”.
Aplicando el procedimiento les pregunté que deseaban. La rucia fornida tomó la palabra:
_Mire oficial, a ella le pega el marío, y es tan poco hombre el cobarde, sinvergüenza, que le pega donde no se le ve, pero yo la toquetié y me di cuenta que está toda machucá, -y dirigiéndose a la chica dijo:
_¡Muéstrale! ¡Muéstrale la barriga y los brazos! -mientras tanto, a pesar de los gestos renuentes de la joven, le levantaba la blusa dejando ver una piel llena de marcas moradas; al recogerle las mangas también sus brazos exhibían lo que parecía ser el resultado de golpes reiterados: al tocarle la espalda, por instinto, se encogió de dolor.
Entendí que la escandalosa tenía razón y pese a las negativas de la joven, le pedí el carné de identidad, hice el registro de datos y consigné la declaración de los hechos para dejar constancia de esa golpiza. La matriarca, ahora dueña de la situación, entrometiéndose agregaba una serie de datos irrelevantes que hacían ver que el golpeador era un mal hombre y contaba con toda su animadversión; su único deseo era que la chica lo dejara y buscase una mejor compañía para vivir. Debí pedirle que guardara silencio, pues sus interrupciones, aunque bien intencionadas, no me permitían terminar de interrogar a la víctima. Concluí con esto y les leí el texto, ella lo aceptó de inmediato; la joven, a regañadientes, lo aprobó. Cuando le solicité que firmase la declaración estaba indecisa, le pregunté por qué no quería firmarla si el marido la maltrataba, con una voz clara y suave me respondió:
_Es que yo lo quiero y me prometió que iba a cambiar -la zafia que no perdía palabra, una vez más metió su cuchara:
_¡Ve, oficial! ¡Si ésta es re tonta!, ¡está enamorá!, si al hombre no hay que aguantarle que le pegue a una, mi marido me levantó la mano una sola vez, me tiró un cachetazo y yo le rompí una lámpara en la cabeza de ahí nunca más se me insolentó -en medio de gesticulaciones y con lo que me pareció una mezcla de desdén y amargura agregó:
_Esta no es agallada, no se defiende, entonces el otro se aprovecha; cuando me di cuenta le dije: “si no te defendís, entonces cabra, tenís que ir a los pacos y hacer la denuncia, si este gueón no cambia entonces te divorciai, ¿y qué sacai con estar tan enamorá? ¡a puros combos te le van a quitar el amor!” -Iracunda, remató ordenándole:
_¡Firma esa custión! -al quedar la tinta sobre el papel, la mujerota hasta ese momento rabiosa pareció desplomarse.
Mientras terminaba la documentación, mencioné lo positivo que era que la joven contase con su ayuda, pues la red familiar colabora para que las víctimas superen estos episodios, una vez más la mujer asentía a cuanto yo hablaba y respondió:
_Si oficial, no se preocupe que siempre la voy a defender. -Brusca y todo abrazó con ternura a la joven besándola en la frente, la chica desconsolada, se puso a llorar.
Les entregué las indicaciones a seguir, entonces me despedí de ambas; evitar involucrarme fue inútil porque la mujer terminó despertando mis simpatías; pensé que si todas las madres defendieran con esa pasión a sus hijas, no habría tantas mujeres abusadas, me despedí de ambas diciendo:
_Vayan señoras, vayan tranquilas. -Su respuesta fue:
_Sí, si me llevo a la niña. -Me pareció ver que se ponía a llorar, y para infundirle ánimos agregué:
_Y, señora, siga cuidando a su hija. -Con la mirada húmeda, casi en una exhalación, me respondió:
_No es mi hija, -y para mi sorpresa, por lo bajo, añadió: _soy la mamá del desgraciado que le pega...
2 comentarios:
Loreto Silva;
Excelente relato, conmueve y deja cosas para pensar. Saludos
Raquel P. Mongiello
Gracias por leerme
Publicar un comentario