Se llamaba Jesús, como Dios...
Nechi Dorado (Desde Buenos Aires, Argentina)
-¿Tiene algo para dar, doña?
Me llamo Jesús, como Dios, mi mamá dice que siempre nos
ayuda y por eso me puso ese nombre.
Esa era su carta de presentación cada vez que alguien
respondía al timbrazo, cuando el niño de diez añitos pedía comida para llevar a
su casa pobrísima.
Siendo el mayor de cinco hermanos, asumió la
responsabilidad temprana de salir a buscar ayuda para todos.
Una mañana de agosto se levantó más temprano que otros
días. Dejó el camastro cuyo colchón tenía más pozos que las calles de la villa,
tapó a sus hermanos con la única frazada que tenía más agujeros que las chapas
y cartones que oficiaban de techo y partió con otro fin. El domingo sería el
Día del Niño y Jesús quería sorprender a sus hermanos con un regalito.
Sorpresa que él tanto esperó, todos los años.
Esa que su madre nunca pudo darles.
Esperaba con la misma ansiedad con que se espera un
milagro, pero que por esas cosas de la marginación queda como sueño trunco
sobre las espaldas pequeñas, dónde las costillas pueden contarse sin necesidad
de rayos x.
Más allá que hubiera, o no, comida en su destartalada mesa,
el pequeño quería que sus hermanos tuvieran, al menos, un “Día del niño”.
-Por un día nadie se muere sin comer, pensó, mientras
salía corriendo hacia el barrio lindo donde siempre conseguía algo.
¡Tan acostumbrado a esperar otras esperas!
¡Tan acostumbrado estaba en eso de hacer gambetas al
chillido que nace en el estómago cuando está vacío!
En la casa donde vivía la señora linda, esa que siempre
prestara atención a su demanda, encontró lo que necesitaba. Su corazón latía
ese latido que sólo la alegría puede hacer repicar dentro del pecho.
Atendiendo su demanda tan noble, dada su corta edad, La
señora, enternecida, le regaló tres bolsas en las que había ropa usada –total,
para ellos…-, algunos juguetes y algo de dinero para que pudiera comprar
cumplir su deseo.
Jesús agradeció y salió corriendo, imaginaba la sorpresa
reflejada en esas caritas que parecían calcadas de la suya, cuando vieran lo
que llevaba para ellos. Con el dinero compró chupetines, chicles y una
hebillita con peluche para la
Naty, su hermanita más pequeña.
¡Jesús les daría un Día del Niño como jamás él, había
tenido!
Tres bolsitas colgaban de su brazo enclenque agitado por
la prisa. Quería llegar y ver los ojos tiernos de su madre y los ojazos
renegridos de sus hermanos cuando la alegría los iluminara.
Casi a punto de alcanzar su meta, una cuadra antes de
donde se encontraba la humilde casita de maderas, chapas y cartones, refugio de
su miseria, un estampido partió en dos el sonido de una cumbia,
“Laaaaaaauraaaaaaa, siempre que tu bailas a ti se/ te ve la tangaaa/.
La policía corría como desbandada, Jesús buscó protección
detrás de un coche abandonado mientras los disparos se sucedían y la cumbia
seguía sonando su apología de la miseria.
Un solo ¡ay! Brotó de su boquita cuando aterrado por el
infierno que lo rodeaba, llamaba a su mamá.
(Dios, ese día estaba distraído aunque el niño se llamara
Jesús y también fuera su hijo, como dicen.)
Jesús cayó, su boquita pegó contra los huellones de barro
seco en esa zona donde el asfalto no llega, ¡Total, a los “negros” no les hace
falta, a ellos les gusta vivir entre la mugre…!
Algo rojo y pegajoso salía de un agujero que apareció, de
pronto, como tatuado de prepo en su espaldita morena.
Era el agujero que se devoró a la vida.
Dicen que aparece cuando llega el tiempo y alguien
necesita un ángel en otra parte.
¡Digo que aparece cuando el hijoputismo reina, desprecia
desbocado formando callos en las conciencias del absurdo.
Uno de los uniformados, haciendo uso del despreciable
concepto de la portación de rostro, al verlo echado sobre la tierra con bolsas
que colgaban de su bracito aquietado, de repente y para siempre, hizo una
exclamación desafortunada.
-¿De dónde sacaste eso? Preguntó hacia el vacío.
-Seguro que las robó, estos negros empiezan desde
chiquito p’ta madre que los parió… dijo con la seguridad que apuntala los
criterios de los imbéciles.
(El policía era tan moreno como el niño, sólo que el
uniforme, a algunos, les aclara la piel y les cierra los sentidos)
Jesús quedó para siempre en el recuerdo, junto a tantos
Jesús que mueren día a día porque “son chorros, asesinos, drogadictos,
mafiosos”. Los eternos “sin Día de” como proponen las publicidades para
acrecentar negocios que a la vez marcarán o no, capacidad de ingreso al mundo
de los “blancos”.
Por la villa donde Jesús creciera apenas, para morir
apresuradamente, todas las noches anda un señor de piel muy blanca, rubio, de
hermosos ojos celestes, demasiado buen mozo. Baja de un coche importado que
parece una nave del futuro. Un triunfador, como lo llaman…
Nunca va solo pese a que tiene un cuerpo tan bien formado
que denuncia horas de ginmansio y “complementos”.
Que no necesitaría “culatas” si fuera hombre en serio.
Que no conoce el sonido de las tripas crujiendo ¡y eso
que es uno de aquellos que se las sabe todas…!
Busca jovencitos pobres a los que les da “algo” para que
salgan a revender y de paso para consumir y así seguir vendiendo, luego. Sin
cortar la cadena de idas y vueltas al submundo de la degradación.
El hambre es cruel, genera “delincuentes” y siempre serán
los “negros”, los encargados de reproducir la delincuencia.
Los emergentes del olvido.
Espantos sociales que afean el paisaje copiado de las
grandes ciudades europeas.
Por eso hay quien piensa que para terminar con la
delincuencia hay que matarlos a todos. Cuanto más chicos se haga la limpieza,
será mucho mejor.
Sobre el “señor” musculoso jamás pesó una duda. Entra y
sale como quiere, cuando quiere y de donde quiere. Su miseria moral subyace
entre los botones nacarados de su camisa impecable.
No me preguntes por qué, ya te dije, él es blanco, rubio,
demasiado buen mozo y tiene una nave importada que parece del futuro…
(Se llama Jesús, como Dios es un relato del libro
de la autora: “Destapando el silencio. Editorial Amaru)
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