VOLVER
Volvía, luego de muchos años, a pisar la Capital.
Tras veintitantas horas de viaje ansiaba bajar y
pisar tierra, cualquier tierra.
El hombre miró por la ventanilla y se puso de pie
entumecido por el largo trayecto. Empujado por una maleta que lo golpeaba si se
detenía, recorrió el pasillo del tren y bajó el estribo mirando si entre
aquellos rostros se destacaba el de su novia. Pero la gente que iba saliendo
del vagón lo empujaba y tuvo que hacerse a un lado. Cuando se fue aclarando la
muchedumbre cargó su maleta y comenzó a caminar por el andén. Su novia no
estaba. Desesperanzado se halló solo en el amplio vestíbulo.
Ya en la calle no supo qué hacer, la ausencia de su
novia era incomprensible.
O no.
Era mucho tiempo de espera, de alejamiento. Sus conversaciones
se restringían al intercambio epistolar, o a algo más ágil como una breve
conversación telefónica desde el único teléfono público del pueblo.
Nada más, desde hacía unos siete meses.
Tenía que corregir mentalmente su próximo derrotero,
y mientras lo hacía sintió que lo tomaban del antebrazo derecho.
Al girar se encontró cara a cara con un hombre de
mediana estatura, ojos y pelo renegrido, desgarbado y sin ningún tipo de
gestualidad en su duro rostro.
Con voz anodina y pausada le preguntó por su nombre.
Al constatar que era a quien venía a buscar le manifestó que lo enviaba su
novia, que no podía venir a buscarlo como habían quedado por una cuestión de
salud.
Inmediatamente recordó los penosos accesos de asma
que en forma espaciada castigaban la delicada salud de ella.
-¿Es otra vez el asma, o algo más grave?.
-Sígame, si le explico ahora no me va a entender.
Le costaba gran esfuerzo seguir al extraño, a paso
forzado, arrastrando casi la maleta.
Cuando llegaron al automóvil la transpiración lo bañaba casi por completo.
-Suba la maleta al asiento trasero y acompáñeme.
La frase seca, aseverativa, no daba lugar a la
negativa. Tiró la maleta en el asiento
trasero y se sentó en el del acompañante.
Un segundo después se encontraba en un viaje a toda
velocidad, a un destino aún desconocido, cansado, lleno de sentimientos
contradictorios, de preguntas.
-Y usted es?
-Miguel.
-¿Amigo de Laura?
-Ya casi llegamos, es en la otra cuadra.
Luego de una frenada el tipo se bajó en forma ágil y
de un golpe abrió la puerta trasera para sacar la maleta.
La fachada de la construcción asemejaba un gran
taller mecánico con sus persianas metálicas bajas.
-¿Esto qué es, donde me trajo?
-Pasá pibe, hace rato que te esperamos. Por Laura
quedate tranquilo, ya no sufre más.
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