lunes, 20 de julio de 2020

Florentino Gutiérrez Gabela–España/Julio de 2020




EL COLOR DE LA NOSTALGIA        


Al trasluz de todo cuanto fue creado,
de todo lo sembrado y lo baldío, tiene la juventud
su verdugo, sus júbilos salvajes y sus inquietudes
enmascaradas por una ráfaga de miedos.

Es una inhóspita travesía, un tiempo indulgente
que presagia un heroico transitar
con la ambición empeñada en un decoro
y una consagrada y razonable soberbia.

Pero esa herencia, que son las tradiciones de la sangre
y el grito de la tierra, labran a fuego una envoltura
de inmaculadas frustraciones,
las muecas de una extraña humareda de sueños
que se desvanecen en matices desconocidos,
empañados por la infamia de mensajeros anónimos
o irreconocibles duendes que tallan el arte de la vida
en el barro de la adversidad más innoble.

Y así nacen los días codiciosos,
se anuncia la fatalidad del pecado,
como la mordedura de un monstruo
que hace jirones de una ventisca
ya rendida a la servidumbre de un viento insaciable

y así, un castigo de soportar la sequedad de la piel
o el imperdonable silencio de unos páramos malditos
que solo son privilegio de los dioses apasionados
por el color de la nostalgia.

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