lunes, 20 de julio de 2020

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Julio de 2020


GOLPE DE DADOS


            Había en mi ciudad, o mejor sería quizás decir, fuera de ella, pero cercándola, rodeándola amorosamente aún sabiendo que debido a su expansión se extinguirían campos arados, tierra esponjada y húmeda, negrosa y tibia, verde reventar de hortalizas. Y todo eso más el amarillear del yuyo, se iban alejando cada vez más. A pesar de todo quedaban aún terrenos, no muy grandes, en que una pequeña casa se veía solitaria en medio de hileras cultivadas, huertos frutales o cuadros de claveles. Hermoso espectáculo recrear la vista en esos parajes, ensanchar el pecho y respirar el aire más puro bajo el cielo.
            Pues bien, supongo que al dueño de uno de esos predios o a su hijo, se le ocurrió trabajar en otra cosa y un día cualquiera, Andrés Romero montó una bellísima y potente máquina verdaderamente impresionante.  Así dominando como desde una atalaya efectúa recorridos de pasajeros velozmente por esos caminos que orillan  los campos y ¡vaya si es diferente! Entre pasar sedentariamente esperando que crezca la hierba o admirar los ojos mansos de los bueyes, a desplazarse imprimiendo velocidad con sólo una leve presión del pie en el acelerador. Una sensación de prepotencia infla el pecho. Verdaderamente. ¡Es otra manera de vivir! Se transforma entera la base de sustentación del ser humano...Andrés Romero mira desdeñoso por los ventanales amplios. El bus es confortable, rápido, seguro. Transporta hasta la ciudad atravesando pueblecitos tímidos en afrontar exigencias del progre, pero inmensos en brindar salud y paz beneficiosa. Hay un solo elemento negativo: su madre. El padre y hermanos han estado acordes con el cambio de actividad de Andrés. Ellos han aportado con bastante sacrificio por cierto, cuotas considerables, ya que no están afiliados a sindicatos de transportistas, lo que les habría otorgado una rebaja. Andrés decidió, un poco orgullosamente quizás trabajar en forma independiente. Ya más adelante, si los vientos eran favorables podría tener SU propia flota. El pecho se le ensanchaba. Su madre ¡tan anciana...! Sólo sabe decir: ¡Cuidado, cuidado!... Él la comprende bien. Ella es uno de esos seres incapaces del menor intento de emancipación. Apegada a su heredada conciencia moral y religiosa, férreamente tradicional. Buena, buenísima mujer, madre, esposa, campesina, pero absolutamente obtusa.
            El hombre es el arquitecto de su propio destino. ¿Verdad Andrés Romero? Todo marcha bien. Hasta que un día...”Un accidente más”, comentan los periódicos. “Horrible desgracia”. “Camión asesino”. “Muertos y heridos: saldo fatal”. Son algunos titulares. Al parecer, un camión con acoplado estaba detenido sin la debida señalización en una curva del camino en una noche de enceguecedora neblina. El camino resbaloso, la niebla, la noche, choque, volcamiento, caída a la quebrada. “El chofer no murió”.
            Pero nunca más supe de Andrés Romero. Puede haber quedado inválido, disminuido o alterado. Ya lo dijo Mallarmé: “un golpe de dados jamás abolirá el azar”. Pero al pasar por esa misma ruta, frente a esos campos mucho tiempo después, arrumbada y cerca de una casa pequeñita, al resplandor del sol, un extraño resto de pullman-bus color naranja se destaca entre las flores. En vez de ruedas el pasto la sustenta cual muelle alfombra. Un aletear de pájaros es la prolongación de su, alguna vez, bullanguero tráfico. Donde hubo cierto motor, nervio y corazón de su movimiento, crece alta la alfalfa. Por sus vacías ventanas entran y salen las abejas. Miro y remiro su significado imposible, el sacrificio de su productividad significante. El golpe de dados que se despliega en el extratiempo. Las flores nada saben de catástrofes, modifican con un regalo el símbolo de una ruina y una sinfonía de colores teje su guirnalda por los tristes fierros y allí, hoy mismo lo he visto, alegremente se asoman dedales de oro por sus ventanas...

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