lunes, 20 de julio de 2020

Ricardo Emilio Boscaro/Julio de 2020


Esa extraña mirada
                                                       

    ….”El viejo estaba bien muerto. Su ojo
                                                                                                          no volvería a molestarme…”
                                                                                                                       Edgar Alan Poe
                                                                                                                    De “Corazón delator”
     En las tranquilas tardes de los jueves, se reunía el grupo de taichi, en una pequeña biblioteca del barrio de Saavedra.
      Daniela, su “chifu” (en chino, maestra), siempre les explicaba que el taichi es un antiguo arte marcial chino; es un arte sanador y que alínea todos los planos: el fíֵsico, el mental, el emocional y el espiritual.
       Úrsula, era una de sus más activas alumnas y participantes, una mujer muy reservada y sufrida; pero esas tardes eran para ella, una justa reparación  y un éxtasis.
       Daniela, en una de esas reuniones, les dijo a todos los presentes:
-Es  Wilfredo y se va a integrar al grupo.
       Wilfredo, ya jubilado, como oficio y afición; siempre amó a los libros. Había sido empleado de la Biblioteca Nacional del Congreso de la Nación. Él también buscaba un espacio, que le sea grato y útil, para crecer como persona.
       Desde el primer momento, Úrsula lo rechazó. Esa sonrisa hipócrita, le recordaba a su “ex”, un “burrero” incansable, que se jugó el mercadito y hasta los muebles de su casa.. Pero lo que más le molestaba Wilfredo era esa extraña y penetrante mirada, que le hacía rememorar al personaje del cuento de Poe: “Corazón delator”: “ ese anciano…tenía un ojo semejante a un buitre..”.-
         No lo podía evitar, cada vez que él se acercaba a saludarla, antes de comenzar con las actividades; ella sentía una mezcla de repugnancia y desprecio, evitando todo tipo de diálogo…
        Una tarde soleada de verano, Úrsula decidió ir al supermercado y caminar las diez cuadras, que la separaban de su casa…
        ¡Ay!... “Las callecitas de Buenos Aires tienen un no se qué y sus veredas destruídas. Nuestra protagonista no caminaba bien; mejor iba a los saltitos y no vio una baldosa floja, error fatal….Y “voló”…
        ¡Qué mamporro!. Quedó ahí, con los codos y las rodillas raspadas, sola e indefensa…. Una mano amable se acercó hacia ella, para ayudarla a incorporarse.
Sí, era Wilfredo, el “despreciable e insoportable” Wilfredo.:
-Úrsula…¿Se siente bien?
     Y por un instante mágico fue su héroe, su “Cid Campeador”, su “Orfeo”, en busca de Eurídice. Fue sólo un momento…
    Con desdén le contestó:
-          Gracias, Wilfredo, no se hubiera molestado…. Inmediatamente pensó: “Fue un buen gesto y una buena actitud.”
    Fue así, que ella, aunque nunca logró una gran amistad con su antiguo enemigo; pero ahora, por lo menos, un saludo y una sonrisa.

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