lunes, 20 de julio de 2020

María Laura Finochietto-Argentina/Julio de 2020


La danza

Bajaba las escaleras con cuidado, para no despertar a su hermana. Los peldaños, crujían, adoraba su casa, antigua y deteriorada por los años, fue a la cocina a encender la cafetera. Debía ambientar el salón para comenzar con las clases, encendió las luces amarillas y rojas para dar clima más cálido. Conectó el equipo de música, comenzó a sonar su melodía preferida, que la llevó a un estado de tranquilidad, dio unas cuantas vueltas parándose frente a uno de los espejos. Se asombró, lo que vio, era ella de niña, cuando tenía cuatro años. Recordaba esa época, su madre la espiaba a través de la ventana, con su corta edad, encendía la video casetera y ponía la película Flash dance, tratando de imitar a la actriz. A su mamá le impresionaba la habilidad que tenía en poner sus pies en pose de bailarina.  Había quedado tan sorprendida, que habló con su esposo para anotar a Elena en una Escuela de danza clásica, no era familia pudiente, su madre ama de casa y su padre cuidador de caballos en el hipódromo. Pero deseaban que sus hijas tuvieran un porvenir. Cuando tenía seis años a Elena la inscribieron en un instituto de danza. Tenía clases todos los días, concurría con mucho entusiasmo, pero a pesar de ello no descuidaba su escuela primaria. Le comentaba a su madre que su meta era llegar a bailar en un teatro importante. Le apasionaba aprender los pasos de baile, y estirar su cuello con delicadeza como una experta bailarina. Continuó con sus estudios y se perfeccionó.  Unos pasos la sacaron de sus recuerdos. Era su hermana, que bajaba las escaleras. La saludó y siguió con su práctica, alongó, dio unas vueltas alrededor del salón,  se paró frente a otro de los espejos,  apoyó su pierna sobre la barra, mirándose, se observó, ya adolescente, cuando tenía dieciséis años, esa fue su etapa más triste, rememoró cuando una vez, su padre le pidió que lo acompañara al Hipódromo, para ella era toda una aventura, mientras su padre peinaba a un caballo , este le pegó una patada, la tiró debajo y la pisó, a raíz de esto, su vida cambió, con su pierna derecha quebrada, a pesar de los esfuerzos de su familia, de la rehabilitación, y del paso del tiempo, Elena no pudo continuar con lo que le apasionaba, la danza. Se deprimió, no había nada que pudiera sacarla de ese estado de ánimo.  Encontró en ayuda profesional, un poco de paz, que la llevó a intentar junto con su hermana una nueva experiencia. Fallecidos, sus padres, las dos, acondicionaran la casa e instalaron una Academia de Música y Danza, Carmen enseñaba piano y Elena daba clases teóricas y prácticas de ballet. Pero le faltaba algo, no estaba feliz con su vida, deseaba que las alumnas tuviesen la oportunidad de participar en un certamen, poder bailar en un teatro de envergadura. Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. era su primera alumna, Anabel, una niña de seis años, dulce y simpática, que le hacía a acordar a ella, eso le daba ánimo para continuar con el baile. Su hermana, estaba en la cocina esperando a un estudiante. Las niñas iban llegando, tenía diez por clase. Apagó el equipo, para comenzar su clase teórica, que duraba media hora, explicaba sobre las técnicas de la danza. Las niñas, con mucha atención, escuchaban lo que Elena les contaba, de su infancia, de ser primera bailarina del Teatro Colón. La hora de clase, pasó muy rápido, las alumnas se fueron retirando con sus padres. Elena, escuchó el piano, la quinta sinfonía de Beethoven, maravilloso, se sentó a esperar que Carmen finalizara su clase.
 Elena y Carmen, estaban felices, luego de nueve años de estudio y enseñanza, lograron su sueño, Anabel, con sus quince años, recorría las calles de Moscú, junto a sus padres, el grupo del instituto, pudieron participar en una competencia en el Teatro Bolshoi.
Elena, feliz, de ver a sus alumnas, practicando el lago de los cisnes para la función, llegó la hora de la presentación, todas las niñas, estaban listas, pero a Anabel, no la encontraron en el camarín, la buscaron por todo el teatro, sus padres, desconsolados, lloraban. Las localidades vendidas, el espectáculo no podía cancelarse. Carla reemplazo a Anabel en el papel del cisne negro. Mientras la policía de Moscú rastreaba la zona en busca de la niña. Carmen, acompaño a los padres de Anabel, para darles tranquilidad y apoyo, mientras Elena estaba junto a sus alumnas. La función fue un éxito.
Anabel no fue encontrada, la guardia costera halló un cisne negro yaciendo en un lago.

3 comentarios:

Graciela "Boticaria"- Boti dijo...

Muy buena historia, Laura. Siempre nos sorprendes con tus finales. Felicitaciones!

Beatriz dijo...

Qué gran historia!!! Un poco triste pero bellamente escrita!!!

Isabel Meijome dijo...

Me gusto mucho la trama, muy bien redactada, muy rica en detalles y descripciones que lejos de distraer, sumergen al lector en la profundidad de los sentimientos y recuerdos. Felicitaciones a la autora!!!