EL COLOR DE
LA NOSTALGIA
Al trasluz
de todo cuanto fue creado,
de todo lo
sembrado y lo baldío, tiene la juventud
su verdugo,
sus júbilos salvajes y sus inquietudes
enmascaradas
por una ráfaga de miedos.
Es una
inhóspita travesía, un tiempo indulgente
que presagia
un heroico transitar
con la
ambición empeñada en un decoro
y una
consagrada y razonable soberbia.
Pero esa
herencia, que son las tradiciones de la sangre
y el grito
de la tierra, labran a fuego una envoltura
de
inmaculadas frustraciones,
las muecas
de una extraña humareda de sueños
que se
desvanecen en matices desconocidos,
empañados
por la infamia de mensajeros anónimos
o
irreconocibles duendes que tallan el arte de la vida
en el barro
de la adversidad más innoble.
Y así nacen
los días codiciosos,
se anuncia
la fatalidad del pecado,
como la
mordedura de un monstruo
que hace
jirones de una ventisca
ya rendida a
la servidumbre de un viento insaciable
y así, un
castigo de soportar la sequedad de la piel
o el imperdonable
silencio de unos páramos malditos
que solo son
privilegio de los dioses apasionados
por el color
de la nostalgia.
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