jueves, 20 de agosto de 2020

Abel Espil-Argentina/Agosto de 2020


EL ESPEJO 


dedicado a Enrique V. Passalacqua--mi padre---


Cuando compre La Loma---hace 38 años---la parrilla ya estaba ubicada aún donde sigue hoy. Dando hacia la playa La Mansa y viendo al Río de la Plata en su gran extensión.
A mi casa la rodea un balcón de cuatro metros de ancho. Desde ese lugar, escribo de noche o de día, cuentos que son ficción.
Hace unas noches, tomando unos vinos con Hugo --el playero de La Mansa--me contó algo que se lo había relatado su padre.
Un día, Atlántida (Uruguay) estaba padeciendo mucho frío, neblina, y una llovizna fuerte que en veinte horas se detuvo.
Don Pedro, se levantó como para revisar si estaba todo bien cerrado. Al entrar al baño se miró en el espejo, pensando que ya tenía la barba muy larga. El espejo le respondió
con otro rostro, creyendo Don Pedro que no era el suyo.
Apagó la luz y la volvió a encender para mirarse nuevamente. El espejo le devolvió el mismo rostro, sintiendo él, que ese no era el suyo.
Pensó que estaba con mucho sueño y no veía bien, más aún sin los anteojos.
Cerca de mediodía despertó, calzó unas derruidas pantuflas color azul y se acercó al baño. 
El mismo tenía un ventanal en la pared y unos vidrios gruesos y transparentes por techo.
Se miró al espejo y vio un rostro que no era el suyo.
Don Pedro ignoraba, que nuestro rostro es la sumatoria de muchos rostros anticipados al actual.
Suele suceder, que surja alguno y el actual ya no esté,
Todas las mañanas Hugo antes de colocar las reposeras, las sillas y las sombrillas, tomaba unos mates con su padre.
Pero la anterior mañana no había podido ser. Don Pedro estaba caído en el piso del baño con un peine ancho y gastado en las puntas, teniéndolo tomado  en su mano derecha.

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