Julio
Aranda: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Julio Aranda nació el 17 de noviembre de 1961 en la ciudad de Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Integró el Consejo de Redacción de la revista de literatura
“Tamaño Oficio” desde 1997 hasta su número de cierre, en 2016. Entre otras
distinciones, obtuvo el Primer Premio de Poesía “Antonio Cuadrado” en 1999, el
Primer Premio de Poesía 2001 otorgado por Mesas Redondas Panamericanas y el
Primer Premio de Poesía “Roberto Juarroz” 2007, instituido por la Secretaría de
Cultura de la Municipalidad de Almirante Brown. Ha sido incluido en las
antologías de poesía y cuento editadas por la Oficina Municipal de Tres de Febrero
en 2007, 2010, 2011 y 2013. Participó en el volumen colectivo “Memoria del olvido” (Ediciones Botella
al Mar, 2000). Publicó los poemarios “Agudo
pico el del pájaro oscuro” (Ediciones Gente de Letras, 2000) y “Grietas que me escriben” (Febra Editores,
2003).
1 — Sabemos que naciste en una
localidad lindante con nuestra ciudad; pero tu infancia transcurrió un poco más
lejos.
JA —
Unos pocos kilómetros más lejos. Siendo yo hijo de una madre muy joven (ella
tenía dieciséis años), ama de casa, y de un padre obrero de una fábrica
metalúrgica, cuando nací compraron un terreno en un barrio en formación, que
hoy es San Francisco Solano. Ámbito agreste, apenas loteado, entre calles de
tierra que se anegaban con las lluvias y, por ese entonces, carente de los
servicios esenciales: ni luz, ni agua corriente, ni cloacas. Mi madre me leía
cuentos y poemas, ya que no había otro entretenimiento (los vecinos más
cercanos estaban como a trescientos metros). Mi madre fue mamá y maestra. A mis
cuatro años yo sabía leer y escribir. No ceso de recordar con ternura, en las
tardes-noches de invierno, el perfil de mi madre leyendo a la luz de la lámpara
a querosén que iluminaba la pieza, mientras esperábamos el regreso de mi padre.
Luego el progreso fue ganando la batalla. En el colegio primario, mi amor por
la poesía me ubicaba como figura repetida en todos los actos, recitando versos
al General San Martín o referidos a nuestra bandera. El colegio contaba con una
pequeña biblioteca: fui ampliando mis lecturas y accediendo a diversos autores.
Por los diez u once años comencé a advertir que la musicalidad de esos textos
me resultaba mágica y me transportaba a lugares imaginarios de los que no
quería regresar. El colegio secundario lo cursé en nuestra ciudad. Donde
concurría a eventos culturales. Me maravillé en mi adolescencia con los poetas
franceses, con el Pablo Neruda de un Chile politizado, con César Vallejo, con
Roberto Juarroz (quien también vivía bastante cerca de Avellaneda) y su “poesía
vertical”, con el poeta dominicano Manuel del Cabral (poco recordado en estos
tiempos); eran épocas de Alejandra Pizarnik, de Vicente Huidobro y su
creacionismo. Simultáneamente, llenaba cuadernos con mis propios escritos.
2 — ¿Y al finalizar el secundario?
JA — Me
anoté en 1980 en la Facultad de Filosofía y Letras. Comencé a ofrecer,
tímidamente, poemas a revistas y suplementos. Algunos se llegaron a publicar.
En 1981 fui convocado al Servicio Militar Obligatorio, lo que me alejó de mis pretensiones
poéticas. Para colmo, me dieron la baja del ejército en marzo de 1982 y un mes
después estalla la guerra de Malvinas, por lo que soy reincorporado y enviado a
Comodoro Rivadavia, como “reserva”. Resultado: recién retorné a la vida civil a
mediados de ese año, habiendo interrumpido mis estudios, sin trabajo y en un
país quebrado. Después conseguí un empleo, frecuenté bibliotecas y retomé la
escritura. Un día de esos que nunca faltan, en los que nos replanteamos casi
todo, me deshice de varios cuadernos con poemas. Nada me conformaba y tampoco
lograba escribir algo distinto. Me dije “necesito ayuda” y concurrí a talleres
literarios, algunos coordinados por poetas reconocidos a los que no nombraré,
sin alcanzar satisfacción, ahogado en mi interior y con la necesidad imperiosa
de regresar a mis fuentes creativas.
3 — Voy calculando que nos
acercamos a “Tamaño Oficio”.
JA —
Alguien me invita a la presentación de un nuevo número de esa revista, en la
bodega del célebre Café Tortoni. La directora era una tal Lucila Févola, hasta
entonces desconocida para mí. Ese fue mi
verdadero comienzo. La escuché, compré la revista, me acerqué a ella, a las
pocas semanas estaba asistiendo a sus talleres literarios, que dictaba en una
oficina de la Avenida de Mayo. Me fui imbuyendo de los conceptos de estructura,
musicalidad, aliteraciones, de la importancia de los silencios en el texto, los
diferentes tonos, cambios de ritmo, etc. Y todo acompañado por lecturas, no
sólo de poesía, sino desde filosofía y religión hasta narrativa y ensayo.
Lucila hablaba del poema como de una perfecta red donde ningún punto del tejido
podía estar corrido, de fuerzas centrípetas y de fuerzas centrífugas dentro del
texto: no sólo teorizaba, sino que lo mostraba en su obra y nos conminaba para
que lo intentemos en la nuestra. Aprendiendo a pulir y adaptándome al
maravilloso equipo de la revista, me invitó a sumarme al Consejo de Redacción.
Poetas del grupo, Jorge Montesano (fallecido en 2002), Osvaldo Spoltore, Haidé
Daiban, Emmanuel Muleiro y yo, publicamos una antología, “Memoria del olvido”, complementada con un CD en el que Lucila y el
escritor José Bravo recitaban nuestros poemas.
4 — Tres años con Lucila Févola
(1942-2013) y ese entorno de estudio y producción, hasta arribar a tu primer
poemario.
JA —
Que es cuando comienzo a publicar algunos cuentos y me animo al ensayo (por
ejemplo, uno sobre poetas italianos del siglo XX). Y tres años después,
habiéndome fogueado en mesas de lectura y programas radiales, más o menos
coincidiendo con la aparición de mi segundo poemario, Claudio LoMenzo y Javier
Magistris, directores de “La Guacha”, me invitan a reseñar y comentar libros
para su revista. Mientras, debido a que por diferentes motivos la mayoría de los
escritores fundadores de “Tamaño Oficio” se fueron alejando, me aboqué con
mayor intensidad a acompañar a Lucila, seleccionando el material, rescatando,
como se dice, a poetas olvidados, procurando avisadores para solventar el costo
de cada edición, lidiando con la imprenta, efectuando correcciones,
consiguiendo ámbitos para las presentaciones, sopesando a los posibles
intervinientes, y todo con el filtro de Lucila. Cuando ella fallece, del
Consejo de Redacción sólo quedábamos Osvaldo Spoltore y yo. La familia de
Lucila nos dona parte de su biblioteca, sus libros publicados y numerosas
carpetas y cuadernos escritos de su puño y letra que aún no hemos podido
desclasificar. Consultamos con el resto del grupo y decidimos continuar con la
revista siguiendo la línea de Lucila hasta cumplir el trigésimo aniversario en
2016. Cerramos el ciclo en la Feria del Libro. Y como hallamos un poemario
inédito de ella que había dado por concluido pocos días antes de morir, con
unos pesos que aportamos y la ayuda económica del Ministerio de Cultura, lo
pudimos editar y presentar en el Museo Ricardo Rojas.
5 — Por teléfono me contaste que
sos viajante de comercio.
JA — Un
trabajo que a priori surge como antagónico para un hacedor de poemas. Sin
embargo, largas horas conduciendo por rutas semi desérticas, visitando pueblos
y ciudades de las provincias de Buenos Aires y de La Pampa, me hicieron
encontrar la paz necesaria que (casi) todo poeta anhela; aquellos que no
conocen nuestra geografía no se imaginan que sólo a unos kilómetros de nuestra
capital, el ámbito pueblerino influye de tal forma en nuestros sentidos que es
imposible abstraerse y no vivenciar el regocijo con que la vida nos premia a
cada paso. En las horas de la siesta, donde me veo obligado a descansar, puesto
que entonces cada pueblo parece detenido, encuentro mi refugio espiritual para
leer y escribir. Muchos poemas han nacido en esos instantes de profundo
silencio. De todos modos, más allá de lugares específicos, la poesía es una
presencia continua que uno debe esforzarse por mantener y alimentar. Como dijo
Giovanni Raboni (1932-2004), un poeta nacido en Milán, en un reportaje: “La poesía está cuando está. Si hay ganas,
se escribe; lo que me parece importante, aun cuando no escribo, es mantener
viva la relación entre la poesía y todo lo demás. Si la escritura es
intermitente, hay hilos sutilísimos en tensión continua, incesante elaboración.
Para mí la poesía es el lugar donde nada se agota, sino todo se verifica:
ideas, sentimientos, elecciones. Si uno vive al cinco o también al cincuenta
por ciento es difícil que sea un gran poeta. A los poetas avaros con la vida y
con los demás, cuanto más envejezco, menos los amo; es más, ni siquiera los
entiendo.” Esta me parece una de las definiciones más sutiles y bellas que
he leído. Retomando: la libertad que me permite mi trabajo como viajante de
comercio (en el rubro de juguetería), está potenciada desde el arco opuesto por
una búsqueda de tiempo y espacio que, en nuestra gran capital, con sus luces de
neón y su bullicio, me cuesta más hallar. En mi caso, los lugares alejados me
enseñaron a escuchar el silencio, ese silencio significativo que pesa tanto
como la palabra justa. Equilibrio entre el decir y el no decir. Complementación
de los opuestos.
6
— ¿Publicarás un tercer poemario?
JA —
Hace ya varios años que tengo la intención de publicar, pero lo he ido
postergando. Estoy procurando seleccionar de un alto número de textos. Están
los que escribí y que ya no me dicen lo que me decían; los que fantaseaba que
desecharía y vuelven a adquirir protagonismo; los que percibo como ajenos. Es
difícil la articulación. Cada obra debe ser medular, abarcadora del propio
universo, y hay tanta transformación continua en mí… En definitiva, la respuesta
a tu pregunta es sí, publicaré un tercer poemario.
7 — Cerrado el ciclo de tres
décadas de “Tamaño Oficio” …
JA — Es
importante aclarar por qué cerramos el ciclo. No fue una decisión caprichosa
sino razonada, consensuada con el grupo. La revista nace de mano y obra de
Lucila Févola, allá por 1986, como respuesta a la inquietud de los talleristas
que asistían a sus clases y que no encontraban un espacio “físico” para
publicar. Surgen los primeros números. Luego, por exigencia del grupo fundador
(integrado por Haidé Daiban, José Emilio Tallarico, Alicia Clausi, Florencia
Durán, José Bravo, Dora Pietromica, Gustavo Villamor, María Barrientos) y de
Lucila, “Tamaño Oficio” va creciendo y ya no alcanzaba con el empeño de los
talleristas. Se incorporan entrevistas, cuentos, artículos sobre escritos
filosóficos y sobre obras de teatro... Y a propósito de teatro, hay un nombre
que merece ser destacado por lo que le brindó a la propuesta. Me refiero a José
Bravo (1934-2010), poeta, ensayista, dramaturgo, profesor de teatro (hasta su
fallecimiento enseñó teatro en la cátedra de la Universidad de La Matanza),
quien hizo de la humildad su mejor carta de presentación y con un conocimiento
profundo del universo cultural. Fue el pilar en el que Lucila y los que nos
sumamos después, nos apoyamos siempre, sabiendo que era posible encontrar en
ese maestro el consejo preciso.
Se difunden entrevistas realizadas a Alfredo Veiravé, Alejandrina
Devescovi, Osvaldo Bayer, Elsa Bornemann, Santiago Kovadloff, Josefina Arroyo,
Héctor Miguel Ángeli, María Adela Renard... Se rescatan obras como la novela “El hombre importante” de Alberto
Gerchunoff (1883-1950), cuentos de Haroldo Conti, poemas de Julio Cortázar,
Emilio Zolezzi, Ezequiel Martínez Estrada, Rogelio Bazán, el entrerriano Luis
Alberto Salvarezza, Ana Emilia Lahitte, Juan L. Ortiz y tantos, tantos otros. Y
del poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero (1920-2016), cuando aún no era muy
leído.
A propósito de Escudero, años después, cuando comienza a gozar de
prestigio, viaja a Buenos Aires para leer sus poemas en la Biblioteca Nacional,
invitado por Ediciones en Danza, que le había publicado lo que en ese entonces
era su último libro. Él mantenía una relación epistolar con José Bravo. Yo,
justo unos meses antes había publicado un ensayo sobre su obra que titulé
“Escudero: un viento zonda en la planicie poética”. Enorme fue mi satisfacción
cuando, junto a José Bravo, recibo la invitación para asistir a su lectura. En
una de las salas chicas de la Biblioteca éramos un grupo selecto. Lo recuerdo,
menudo como era, con esa fuerza interior que no denunciaba su edad (andaría
cerca de los ochenta) y, lo más sorprendente, después del acto, se deshizo un
poco a las apuradas de los que lo rodeaban para felicitarlo y se fue con
nosotros a tomar algo por un boliche de la zona donde nos quedamos hablando del
lenguaje poético, de folklore, de sus andanzas mineras.
Otra satisfacción que me brindó “Tamaño
Oficio” fue haber conversado con el poeta y traductor platense Horacio
Castillo. Cuando con Spoltore, Montesano, Daiban y Muleiro publicamos “Memoria del olvido”, acudimos a él (a
quien conocíamos por un reportaje que se le había realizado para la revista) y
le pedimos que nos presente el volumen. No sólo aceptó con creíble entusiasmo,
sino que nos decía (y lo reiteró públicamente) que se sentía halagado. Fue un
lujo total. La presentación se efectuó en nuestra ciudad, y él viajó desde La
Plata, de noche: su compromiso para ese evento y su análisis de nuestras
poéticas, me ha dejado una huella.
Considero que la literatura siempre es denuncia, y “Tamaño Oficio” la
ejerció desde la creación, desde el no amedrentarse cuando todo alrededor
parecía que se derrumbaba. En el Nº 27, octubre de 2003, José Bravo exponía: “¿Cuál es la misión del artista, si es que
tiene alguna? En principio, salvaguardar su propia existencia y ayudar a
salvaguardar la existencia común, como cualquier hombre del planeta”, y más adelante cierra la idea: “Sus reacciones artesanales, sus imágenes,
sus palabras y objetos, no lo privan del angustioso cometido de que su grito
siga siendo de alarma, de formalizar una esperanza cierta, de toma de
conciencia, ya.” Estoy persuadido de que en esta toma de conciencia está la
misión del artista.
Ahora comienza otra etapa. Osvaldo Spoltore y yo fundamos “Copérnica” el
24 de agosto, coincidiendo con el Día del Lector, así declarado por el Senado y
la Cámara de Diputados de la Nación, conmemorando el natalicio de Jorge Luis Borges,
cuando adherimos a la suelta de poemas, en esquinas de nuestra ciudad,
organizada por la Fundación El Libro y la Sociedad Argentina de Escritores. Habremos
de coordinar una actividad pública y periódica que llevará el nombre elegido. Y
estamos elaborando el primer número de la revista “Copérnica”.
8 — Obtuviste con tu cuento “El
guardián” un segundo premio otorgado por la Universidad Popular de La Boca.
JA — Mi
narrativa es la parte menos difundida y, probablemente, la menos explorada por
mí. En mis textos, todos breves, procuro una estructura circular, al modo de
algún tipo de animal siempre mordiéndose su cola. Son numerosos, pero necesitan
reescritura, correcciones.
9 — Uno de los personajes de la
novela “El mundo deslumbrante” de
Siri Hustvedt señala: “Los pensamientos,
las palabras, las alegrías y los miedos de otras personas nos afectan y se
vuelven parte de nosotros.” ¿Advertís que algo de lo establecido en dicha
frase te haya sucedido?
JA — Cierta energía que emana de
los seres con quienes interactúo suele habitarme, a
veces fugazmente, a
veces días enteros, y entonces me siento vulnerable, confuso y, lo
que es peor, incapaz de
transformar esos sentimientos, sobre todo si
son negativos. Conscientes o no, hay una vibración en
las personas que a todos nos afecta. No
soy yo y los demás, no soy yo
y el universo. Soy parte de un todo más complejo y
que no se agota en
un nombre y apellido. ¿Cómo abstraerme? Allí es donde toman protagonismo mis artificios salvadores: las máscaras. Sé que muchos lo asociarán con falsedad o
con ocultar el verdadero rostro: yo no lo
creo, al contrario, lo que llamo máscaras me permiten ambular (o
deambular) por los caminos donde el
dolor, las tristezas, el miedo, y en
menor grado las alegrías ajenas, me atraviesan en
las múltiples y continuas relaciones sociales.
10 — A donde te dejes llevar, según
cómo te resuenen, Julio: ¿nieve, aguanieve, gránulos de nieve, granos de hielo,
prismas de hielo o granizo?
JA — Todos esos términos son aplicables a mi poesía; cualquiera de ellos puede trasladarme a
un sutil estado de transparencia; depende el contexto en que se
ubiquen será aguanieve, gránulos de nieve o tal vez granizo, pero esto sin buscarlo adrede, sino simplemente permitiendo que aparezca en el estado que mi agua poética me proponga.
11 — ¿Cuál ha sido el enfoque, en tu
ensayo “La vocación que nos elige”, respecto de los poetas italianos del siglo
XX?
JA — Te
transcribo las primeras líneas: en ellas se condensa el hilo conductor: “En la primera mitad del siglo XX, las dos
guerras mundiales dejaron un saldo de alrededor de cien millones de personas
muertas. Esto nos demuestra lo inestable que fue el final del segundo milenio y
cómo todo se fue modificando a una velocidad que pobló de incertidumbre al
planeta. La poesía no ha sido ajena a la sucesión de cambios, sobre todo en
Europa, la zona geográfica más castigada por los enfrentamientos. Pero, a pesar
de todo, nunca dejó de tener una presencia vital; pareciera que los poetas, en
épocas de profundas crisis, se sensibilizaran más ante la angustiosa presencia
de la muerte. Y los poetas italianos no han sido la excepción.”
Durante un largo lapso fui reuniendo opiniones, entrevistas, artículos
donde los poetas hacen referencia a la creatividad, a la rigurosidad para
cumplir con una vocación que priorizaron. Cuanto más leía a un alto número de
ellos, más me sorprendían por su actitud y búsqueda profunda y comprometida.
Hablo de Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Mario Luzi, Cesare Pavese,
Atilio Bertolucci, Giovanni Raboni, Salvatore Quasimodo, Vittorio Sereni,
Eugenio Montale (quien aporta esta brillante definición: “No es que yo haya buscado a propósito la oscuridad, pero nadie
escribiría versos si el problema de la poesía fuera hacerse entender”),
Alfonso Gatto, Giorgio Caproni...
Sé que intentar definir a la poesía es como procurar detener el tiempo,
es un encuentro de su esencia con ese designio desconocido y superior que, de
algún modo, atraviesa las puertas de toda percepción. Sólo si se logra esta
comunión, el arte surge y se instala en la realidad para plasmar otra realidad,
su propia realidad. Y creo que estos poetas italianos de posguerra conforman
uno de los más claros ejemplos, por lo menos para mí.
12 — Si tuvieras que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de
él, ¿cuál elegirías?
JA — Me aterra la idea
de estar en un único lugar y no poder salir jamás de él. Soy inquieto por naturaleza...;
tal vez por eso nunca he residido muchos años en una misma casa. Me gusta
entrar y salir de los lugares y hasta de mí mismo. Rehúyo de todo lo que fija.
Así voy envejeciendo sin echar raíces. Caprichos de un caminante
consuetudinario.
13 — ¿Tendrás
por allí algún episodio irrisorio del que hayas sido más o menos protagonista y
que nos quieras contar?
JA — No
irrisorio, pero sí curioso. Fue en 1997 o 1998. Nos invitan, entre otros, a
Jorge Montesano y a mí a una lectura de poemas y nos piden que les adelantemos
el material que íbamos a leer, cosa que nos pareció extraño...; entre mis
poemas había uno que hacía alusión a los desaparecidos. Lo que no sabíamos era
que la lectura se realizaba en la sede de un edificio céntrico que por ese
entonces pertenecía al Círculo Militar. Nos citan un par de días antes y
“gentilmente” me indican que ese poema no debo leerlo porque el tema estaba muy
trillado y bla-bla-bla, y que no lo tome como un acto de censura. Ante mi
sorpresa, Jorge Montesano increpa a los dos hombres que nos atendían,
diciéndoles que “no vamos a permitir” que nos elijan los poemas, y que si no
estaban de acuerdo que borraran nuestros nombres del programa. Los hombres se
miraron entre sí, como consultándose, y juro que temí que todo se siguiera
complicando. Finalmente, nos devolvieron el material señalándonos que sólo era
una sugerencia. Corolario: me di el gusto de leer un poema sobre los
desaparecidos en un evento cultural organizado en un edificio que pertenecía al
Círculo Militar.
14 — ¿Te conforma tu sentido del
humor?
JA — Considero
mi sentido del humor como el de muchos. Suelo ser bromista con mis amigos y
bastante solemne con los que no conozco. En mi escritura, el humor no es una
cualidad que aparezca a menudo. Con los años, cada vez me cuesta más abstraerme
de los compromisos laborales; el tiempo se me va tratando de resolver
conflictos surgidos de mi relación con los clientes, y esto es algo que aspiro
a resolver lo más pronto posible. Por lo demás, transito por los “claroscuros”
como cualquier ciudadano.
15 — ¿Cuál es la pregunta, que, con
escasas variantes, tantos preguntadores formulan para concluir un reportaje?:
la que ahora te extiendo: ¿Qué nos podés contar que se te haya quedado en el
tintero?...
JA — Solamente
agradecer. A la vida. A las personas que la poesía me ha permitido conocer, a
la tarea, en algunos casos titánica, de los que —como en tu caso— apuestan, a
cambio de nada, por la difusión de las palabras de los que nos consideramos
hacedores. El escritor Eduardo A. Azcuy [1926-1992] dijo alguna vez: “El modo con que el hombre experimenta el
mundo depende de la calidad de su conciencia.” Una conciencia pura nos
aliviará de tanta pena mundana. La poesía sigue siendo un bálsamo entre tanto
dolor. Creo en la palabra como herramienta de un presente y futuro que nos
define como especie; sólo si persistimos en nuestra intención de rescatar lo
prístino llegaremos a ser una sociedad más justa y perpetua a pesar de lo
finito. Estoy persuadido de que la poesía ha trascendido desde siglos la
frontera de toda muerte acontecida.
*
Julio
Aranda selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:
MERECER EL POEMA
"Hacia ti mi larga marcha / por merecer la palabra"
(Abdellatif Laabi, poeta
marroquí)
Atravesemos la noche como si fuera un
puente.
Llevemos lámparas
y carne de venado.
Escuchemos el trino del pájaro que fue
primero tempestad
y luego brisa.
Todo debe merecer una fiesta.
Miremos nuestras manos,
rojas de frío,
apretadas
al tiempo y a la historia.
Estamos juntos,
unidos por cadenas de raso,
cargando en las alforjas
una semilla blanca
y un laurel disecado.
No hay camino a elegir.
Es tan sólo un destino de palabras
diseminadas como migas de pan.
Pero todo debe merecer una fiesta.
Habremos de estrecharnos contra el árbol
donde el ahorcado duerme con los ojos
abiertos.
Devolveremos al tigre
su fuego, su belleza
y haremos con las constelaciones
una red, una trama
para atrapar al pez que nos nada en la
lengua.
Por eso,
amanecidas almas al borde del abismo,
que no se rompa el cántaro
ni se agote la fuente.
Encendamos las lámparas,
compartamos la carne.
Todo debe merecer una fiesta.
*
EL SALTO
Saltar.
Pero hacia atrás.
Saltar desde el futuro a la niñez.
Desprender la mochila
y desatar los miedos.
Caer de pie
o de manos
(no importa demasiado)
pero juntar mientras caemos
todas las palabras que olvidamos.
No entrecerrar los ojos
y abrir la boca grande
como para tragarse el cielo
y nunca tocar fondo.
Sólo saltar
(pero hacia atrás).
Saltar desde la muerte al fecundado
óvulo.
Saltar,
siempre saltar
y saltar otra vez
hasta que el universo salte adentro
nuestro
a otra luz
a otro cuerpo.
*
AL ENCUENTRO
Como antiguo mapa me despliego sobre
infinita mesa.
Corro por dentro de un anillo
buscando el sol
y a veces
canto
con una voz extraña.
Me arrastro entre las piedras del
insomnio
y me sueño despierto.
Hablo en silencio.
Pateo las columnas del sarcasmo
para que caiga la verdad
como una lluvia fresca.
Pero cadenas no:
las sombras no se atan
y la luz nos traspasa.
He vivido buscando
sin entender que el agua también contiene
fuego.
Soy el que busca lo encontrado,
el que perdió su imagen más allá del
espejo,
el que guardó el futuro en un cofre
vencido,
el que ríe llorando,
el que se va desnudo por un río de
estrellas.
*
MAR
Cuando era muy pequeño
y mi madre me bañaba,
la tina era un inmenso mar.
Yo fabricaba olas agitando los pies
e imaginaba barcos que se hundían en mi
ombligo.
Hoy,
náufrago de tantas tormentas,
tomo sus manos —esos barcos enormes
que transportaron sueños—
y se las acomodo por fuera de la tina
para que no se hundan
en este inmenso agujero.
*
CANTO DE SIRENA
Rescatar los cuerpos de los marineros
ahogados y amontonarlos en la bodega
donde las ratas chillan
y el olor a pescado y la bruma que empapa
el capitán prepara un tuco
hoy va a cenar solo en la cabina y dará
voz de mando
a su sed de vino agrio
pero después vendrán los puertos y
tabernas
y las putas que ríen por monedas de cobre
el mejor ron de Cuba para ahogar las
historias
y las familias de los muertos “lo siento
mucho, señora,
su marido fue un héroe”
y quién carajo dijo que navegar es lindo
tabacos de mala calidad
los tatuajes no abrigan el dolor
nadie se tapa los oídos ni se amarra a
los mástiles
y la bodega llena y con olor a pescado
y se ha roto la bolsa que guardaba la
harina
y son pasos fantasmas
y el vino está más agrio
ola
tras ola
muerte
tras muerte.
*
SED DE VAMPIRO
No te limpies la sangre de las comisuras:
que sepan que eres el mordedor de cuellos.
Después todo serán flashes,
idas y vueltas
por tu psicología.
Y aunque los niños trepen a los árboles
para arrojarte piedras
y aunque los espejos huyan a tu paso,
tú,
extraña criatura de siglos,
podrás morder en paz
hasta vaciar cada palabra,
hasta volver al lecho donde reinan las
sombras.
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Julio
Aranda y Rolando Revagliatti.
1 comentario:
Excelente entrevista... y excelente poesía de tan excelso poeta...!!
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