A LA LUZ DE LA VELA
Corte de luz. Boca de lobo
lobreguez, completa negrura.
Qué importa. Siguieron haciendo el amor,
divertidos, esta vez, por la oscuridad total.
Exhaustos, rieron.
Improvisados como siempre,
ni linternas ni artilugios de emergencia.
Había velas en la cocina.
Las buscaron, tanteando muebles y paredes.
Tropezando, entrechocaron sus cuerpos.
Volvieron a reír.
En la alacena, una vela, sólo una.
Y también los fósforos, benditos fósforos.
Al prender la candela,
les asombró un espectral retrato:
sus gigantescas sombras en los muros.
Otra vez rieron.
Contemplaron, inmóviles en las tinieblas,
el titilar de la llama.
Creaba una insólita danza de siluetas,
un baile de fantasmagóricas cabriolas
al son de silenciosa e inverosímil música.
Otro motivo de risa.
Enlazados, se confiaron secretos,
charlaron de mil cosas…
Como nunca, los unió el cariño.
Al rato volvió la luz. Encandilados un instante,
agradecen la complicidad de la velita
y vuelven a reír.
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