Lector sin ventana
Siempre
que leo algo que me gusta, siento unas ganas irreprimibles de compartirlo. Unas
ganas de llamar a éste o aquel, de convocar a amigos y familiares para
mostrarles mi hallazgo. O de salir a la calle a decírselo a un
desconocido, al menos, el primer extraviado que pase al otro lado de la cerca.
Pero no: sucede que cuando tengo esos hallazgos son las tantas horas de la
madrugada, que es cuando leo o me dejo leer largamente, y no hay nadie a quien
llamar a esas horas, todos duermen bajo la luz apagada de sus lámparas, y ni
siquiera las ventanas pueden sacarnos del atolladero porque dan a calles
vacías, a casas oscuras, a otras ventanas ciertamente cerradas. Y a mí no
me queda más remedio que esperar que mi corazón se acompase y la euforia
se eche sobre mis pies como un perrillo faldero y todo vuelva a esa normalidad
de los pequeños e insignificantes acontecimientos: que, dicho sea de paso, son
los que nos mantienen vivos.
1 comentario:
Bueno Rogelio, aquí conmpartimos tu relato, con placer te leemos.
Saludos Josefina
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