sábado, 25 de agosto de 2012

Loreto Silva-Chile/Agosto de 2012

A mi madre

Esta nota ha sido un desafío. Por un lado la reciente perdida de mi madre y por otro el evitar caer en los clisés y letras dulzonas. Decidí pues contar mi visión de la maternidad.

Mamá me sobreprotegió  toda su vida. Tenía marcadas las penurias que pasó criándome debido a que yo era de salud frágil y de alma sensible. Una niña lánguida y enfermiza que gracias a sus cuidados logró vivir y cumplir todas sus metas en la vida. Cosa que hoy día valoro y agradezco.

De pequeña endiosé a mi padre y era el único importante, con él conseguía todo lo que me proponía. Mi madre era la que ponía el orden y las restricciones, ella se llevaba todas nuestras rabietas. Esto se mantuvo hasta que cumplí doce años y por terceros me enteré de facetas de papá  que desconocía. Cuando hablé con mamá preguntándole por qué no me había contado esas cosas, dijo que deseaba creyera que mi padre era un hombre responsable. Pensé que había sido muy fuerte para tolerar que siempre la culpásemos de lo que ocurría. Fue innecesario su sacrificio porque a poco andar quedó de manifiesto que mi viejo era poco confiable. De ahí en adelante mi madre debió ser madre y, a medias con mi hermano mayor de catorce años, padre.  La presencia de mamá se transformó en seguridad, fe, esperanza, sostén. Tan arraigada tenía yo, la inseguridad, que pese al intenso cariño que le brindaba a papá, me alineaba siempre con las decisiones de mamá, cosa bastante conflictiva dado que en ese periodo vivían separados.

Cuando estaba recién nacido mi hijo mayor mi padre enfermó y en dos meses falleció, muy joven de solo cincuenta años. Mi madre y hermano menor  se instalaron a vivir conmigo y mi esposo. Tiempos difíciles, en plena dictadura miliar y con pocos ingresos. Mamá cuidaba de nosotros y además colaboraba con los gastos de la casa.

Ser madre en mi caso fue una actividad asistida, como en la mayoría de las mujeres de mi generación,  fuimos las primeras en trabajar fuera de casa (nótese el respeto que guardo hacia las mujeres que son dueñas de casa). Así, con mi esposo contamos con la invaluable ayuda de mi madre, ella en definitiva se hizo cargo de administrar la casa y vigilar los niños. Con el tiempo su rol pasó a ser fundamental ya que se convirtió en la mama de todos los miembros. Asumió labores en forma exclusiva la mantención  de los jardines;  el cuidado y atención de los niños; y  la cocina. Mamá transformó la cocina en su feudo, no aceptaba ayuda, era su reducto y no permitía intromisiones.

Ella mantenía con mis hijos una relación especial, les toleraba actitudes que jamás nos acepto a nosotros (a mis dos hermanos y a mí) y cuando yo los reprendía por hechos que me parecían fuera de lugar, ella saltaba diciéndome que ellos se arreglaban entre ellos, que no me metiera.  Malcriaba a mi esposo, haciéndole postres especiales y comidas solo para él.

Cuando nuestros hijos abandonaron la casa la tristeza me consumió, entonces, su presencia permanente me hizo sentir acompañada. A fin de cuentas, con mi esposo fuera de la ciudad y nuestros hijos haciendo su vida, éramos una pareja inseparable. Íbamos juntas a todas partes. El año pasado un mes en Italia, ese era su mayor deseo, fuimos solas y lo pasamos fenomenal.

Mamá enfermó y falleció prontamente en menos de dos meses. Desde que supe de su enfermedad algo ocurrió en mí, sentí que en mi interior había una persona observando los hechos que le ocurrían a un otro. Mi razonamiento era adecuado y funcional, pocas veces lloré. Tenía claro que debía ser, por una vez en la vida, la persona fuerte y cuidar de mamá tal como ella había hecho con nosotros toda su vida. Su muerte, a los setenta y ocho años, me dejó con el más profundo sentimiento de desolación, buscando mi lugar en una casa demasiado grande, Han pasado ya dos meses; y día a día entiendo mejor a mi vieja; recuerdo con cariño sus mañas; su calor de mamá, a la cual me abrazaba cuando tenía frío; y siento que está aquí, a mi lado, cuidándome, como siempre hizo.

Mamá gracias por ser mi madre, la mejor madre. Viejita un abrazo, nos veremos...

1 comentario:

Pilar Molina dijo...

Un precioso homenaje a tu madre,felicidades Loreto.