Ya,
desaparecer.
Milagro
de menta.
Ocaso
efímero del lobo.
Segundo
blanco que engrandece a la fiera.
Tiempo
filoso rasante cortando la risa por la mitad.
Mil
pedazos de sed.
Rumores
que reprochan los cuentos que chocan entre sí.
Rígido
y cómodo se involucra en la ensalada de sus miedos.
La
ropa fría le vomita un paisaje salido de la misma perturbada puerta
violeta que abrió con los dientes.
Y
cree.
Regresa
a la mansión de sus acordes de púas.
Rompe
la cáscara, se devora a si mismo sobre la mesa.
Camina
su calle helado y se fuma el egoísmo que calmó en sus sueños.
Y
baila sobre tumbas de escombros.
Se
envuelve en la punta de un árbol sin raíces, con un bonete rojo oscuro, gritón,
insoportable.
Persigue
una peluca de pájaros que no habla desde
los tajos del cuerpo.
Hundido
sobre un tempano mudo deja de existir en los cuadros.
Rueda
en caravana la noche entera, errante, transitado, intoxicado de pensar beber su
sangre.
Transpiran
las compuertas de la canalla herida.
Olvida
lo que no amanece en sus ojos.
Olvida
la edad de los nocturnos y la ruta al paisaje del tesoro.
Olvida al pirata de luto dormido dentro de la
calesita.
Y
perseguido en su cruz, naufragado de medallas y plumas inquietas,
vuelca el esqueleto de un tren dentro de su nombre.
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