DONDE VIVE CARMUSA
¿Quién es Carmusa? Carmusa, podría
ser: un duende, una idea, un personaje, una abreviación, cualquiera de estas
cosas o ninguna de ellas. Sin embargo, Carmusa vive en una comarca lejana. Su
hogar está al pie de grandes montañas que en invierno se visten de abrigos
blancos, transmitiendo al valle aquel frío de alturas que el señor sol no
alcanza a entibiar. Pero cuando el astro de luz viaja camino al descanso, esas
empinadas cumbres lo despiden con gráciles pañuelos: lilas, rosados, ocres o
naranjas, y otros más oscuros, según sea el ángulo que los dioses determinen. A
veces, un denso enjambre de nubes presurosas y niebla de tules grises, impiden
ver el arco iris en su majestad. Y el cielo llora, llora lamentos de torrentes
que horadan los senderos de tierra o asfalto. Murallones de adobe que han visto
otras generaciones, contienen su avance. Sin embargo, cuando el cielo está
realmente enojado, un rápido destello ilumina la oscuridad tenebrosa y se
escucha el retumbo de mil tambores queriendo castigar la tierra. Otras veces, le
sigue una persistente lluvia helada que poco a poco se convierte en gráciles
plumillas blancas que cubren la superficie húmeda, dejando una cubierta tan
blanca como el alma de un niño.
En la estación de la canícula
veraniega, como guardianes estáticos que sólo saben del movimiento por la brisa
que pasa a través de su follaje, los viejos pimientos, los inmutables álamos, y
muchas otras especies, ubicadas en avenidas y jardines, luego de la floración y
la multiplicación de su traje verde, se encuentran dispuestos a dar sombra y
cobijo a los habitantes del lugar. Entonces, Carmusa sale de su refugio para
nutrirse de luz. Dirige sus pasos hacia
esas verdes colinas y copia en pequeños lienzos aquella efímera belleza que se
renueva cada año, y como tesoros los guarda para la estación invernal,
acompañado por alados compañeros que revolotean de rama en rama, deleitando con
su lenguaje musical.
La casa de Carmusa, es original,
minimalista. Líneas rectas que arman rincones y laberintos coloreados por
imágenes robadas a la naturaleza. Escalas donde los pasos son tenues y guardan
el recuerdo de quienes han osado penetrar su intimidad, repitiéndose en un eco
sin fin. Misterio sólo interrumpido por el ladrido de dos mastines hembras
enseñando sus fieros colmillos ante la llegada de un intruso que rompe la paz del
lugar, en cambio mueven sus rabos cuando el olor les trae el grato recuerdo de un
conocimiento anterior.
Carmusa, también tiene una plaza,
pequeñita, cubierta de verde y caminos floridos que llegan a una fuente, cuyas
aguas cantan la melodía de la vida. Quien ponga atención a esta música se
llenará de paz y alegría. También tiene escaños de madera, donde los caminantes
hacen un alto para descansar. Algunos ancianos cerrando los ojos rememoran sus
años lejanos, adormecidos por las voces infantiles y los cantos de aves.
Pueblo antiguo de calles largas bordeadas
de viejos árboles, y frente a la plaza, una remozada iglesia. Allí sus devotos
dedican un día a la semana, para prosternarse ante el Altísimo, y cantar
alabanzas por el tranquilo y hermoso lugar que les obsequió para vivir.
Carmusa advierte que el progreso
devora aquel mundo bucólico. Hay edificios, hay bancos y todas las
instituciones que gobiernan la vida de los humanos. Hay televisión, hay cable y
telefonía y toda la serie de inventos que complican al hombre, con el altisonante
nombre de modernidad, que si bien se piensa, es un mal necesario para
sobrevivir.
Este pequeño lugar se llama San
Esteban, cercano a Los Andes en la V Región.
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