miércoles, 16 de enero de 2013

Guadalupe García Romero/México/Enero de 2013




Fundación mítica de la Patria

Los hermanos indios eran aquí muy mansos:
cada familia sembraba y tejía en su telar,
y cada tanto se reunían a adorar a sus dioses,
que los españoles ni siquiera tuvieron necesidad de sacarles:
nada más que les pusieron unos redondelitos
de latón en las cabezas y les dijeron que a partir de ahora
se llamarían San José, la Virgen María o el Señor Jesucristo...

Viera qué de cosas encontraron aquí, que nuestras costas
producían pejes en abundancia, las ramas de los árboles
se torcían por el exceso de fruta,
apenas se hacía un surco para sembrar y ya aparecían
pepitas de oro y piedras de joyería.

Tan fecundo era este suelo,
que yo no sé cómo se podían admirar
de que también hubiera hombres tan padrillos,
si acá el ser macho y semental
viene a ser como parte de la naturaleza...

En esta tierra, por muchos años, nadie nunca trabajó,
bastaba estirar la mano y recoger lo que se quería.
Hasta que en algún momento los castellanos se deben haber dado cuenta
que en lugar de enseñar a los indios las costumbres europeas,
todos ellos se habían contagiado de las costumbres de los indios
y se lo pasaban fumando en pipas de caña bajo los árboles.

Habían llegado a estas tierras hacía ya no sé cuántos años
y todavía no había marca alguna de su civilización:
que fue llegar y plantar el Árbol de la Picota,
trazar la ciudad y repartir los solares, pero después
nada más se hizo; el tronco que plantaron como picota
terminó echando raíces y formando copa, que así sucede en estos lares
con cualquier palo que se meta en la tierra,
a nadie se le ocurrió hacer casas, que el clima es aquí benigno
y se puede dormir en cueros y a la intemperie,
y para mayor cobijo estaban las ramas del Árbol de la Justicia,
que llegaron a extenderse por encima de toda la ciudad.

Esto fue así hasta que alguien entró en la cuenta
de que se podía vivir sin casas y sin trabajo,
sin más ropas que unos calzones y ponchitos,
sin cabildo y sin mercado,
pero que no era posible para la gente de Castilla
vivir sin iglesias, que si no se le daba gracias a Dios en la debida forma,
toda esa abundancia se iba a ir al mismísimo coño...

Entonces llamaron a los indios para que trabajaran
pero los hermanos indios dijeron que ellos no estaban obligados,
que las Leyes de Indias los eximían de trabajar,
y que por otra parte ellos no necesitaban iglesia,
que ya tenían sus estatuitas con los redondelitos de latón,
que si la iglesia iba a ser para los blancos,
que por qué no se ponían ellos a trabajar en su construcción...

Pero los españoles eran todos hidalgos
y tenían prohibido el trabajo manual, sólo podían
hacer la guerra los hombres y bordar las mujeres.

Y así fue como llegamos nosotros, los negros,
que no éramos ni indios ni hidalgos,
por lo que tuvimos que trabajar en la construción de la iglesia,
que aunque pequeña nos llevó más de un siglo.
Y después nos pusieron a levantar otros edificios:
un cabildo con recova enfrente de la iglesia, casas
para los oidores, regidores, alcaldes,
justicias y corchetes, barracas para los soldados,
teatros de comedias, plazas para que se corrieran toros y novillos,
un reñidero de gallos, una capilla
para que los indios pusieran sus estatuitas, otra
para que los morenos lleváramos las nuestras,
y plazas y fortificaciones y barrios enteros. Y así en fin
terminamos construyendo la Patria.

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