E L
N I Ñ O
Y E L
P A S
C U E
R O
Ya estaba por terminar el año 2009, se
había realizado la primera vuelta de la elección presidencial y la renovación
en la Cámara
de Diputados y Senadores. Se iba acercando rápidamente la Navidad, por esos días me
tocó ser testigo de una anécdota, al revés de lo que sucedía en mis tiempos, cuando
se imponía la autoridad de los padres sobre los hijos. En los tiempos que corren,
todo es muy diferente y para muestra un botón.
En el barrio en donde vivo, en el sector
de Miraflores Alto, perteneciente a la comuna de Viña del Mar, supe de los dilemas de un
joven matrimonio, vecinos del sector. Francisco, más conocido como el Frank, de
apenas cinco años de edad, ya se imponía ante sus mayores, los cuales se
culpaban mutuamente del mal comportamiento de su “querubín”. El niño era de
carácter fuerte, caprichoso y muy despierto, siendo además muy ocurrente. De contextura
gruesa, debido a la inmensa cantidad de golosinas que engullía como una máquina,
durante todo el día. Al revés de su padre que era alto y delgado y, su madre,
de físico esmirriado.
Un día después de haber tenido Juan y
Teresa, una discusión rutinaria, ella optó por llevar a Frank a pasear al
centro de Viña del Mar, a la Avenida Valparaíso. Debido a que su esposo, como
dictando una sentencia, manifestó “quiero estar tranquilo”, porque en ese
instante se encontraba atendiendo a unos
compañeros de oficina, quienes estaban de visita para ver la final del
Campeonato Nacional de Fútbol Profesional.
Teresa, con su regalón de la mano, una
vez en el centro de la ciudad y después de haber atravesado la plaza, eludiendo
a los comerciantes quienes ofrecían una serie de golosinas. Más relajada, se
introdujo entre la muchedumbre que caminaba lentamente y, como en una romería, en dirección al cerro
Castillo.
Vitrineando en los negocios y escuchando
los rezongos de Frank, a quien sólo le importaban los juguetes electrónicos, ante
los cuales el niño quedaba extasiado. A su madre le costaba un triunfo sacarlo
de las tiendas y aguantar los argumentos de los vendedores, esmerándose en
tratar de interesar a los mirones por
algo de lo que allí se exhibía.
De pronto, al pasar cerca de una
heladería, al chiquillo se le antojó un helado de crema con chocolate, en
porción doble. De inmediato, Teresa se opuso, porque ya se había servido uno
cuando venían en el bus. El niño insistió, con el argumento de que ese helado
él no lo quería porque era de los baratos. -¿Y cómo sabes tú del valor? - le
preguntó Teresa. - Me di cuenta cuando le
pasaste al heladero una moneda de $ 100. - ¿Y que más le iba a pasar, si
el helado era de agua?- le contestó.- Por eso, ahora yo quiero uno de crema con
chocolate. - Lo siento, para otra vez será, porque en este momento, tengo muy
poco dinero.- Entonces, uno sólo con crema y el de chocolate para otra vez,- La
madre le miró con el rostro contrariado. - La próxima semana vamos al médico
especialista para que controle tu peso y, con toda seguridad, muchas cositas
ricas te va a prohibir. – El niño seguía insistiendo: - ¡Yo quiero que me
compres aunque sea uno simple!- Teresa, perdió la paciencia y con un zamarreo
terminó la discusión. Así continuaron caminando y vitrineando.
Pasadas algunas horas, ya la tarde se iba
en retirada y, regresaban por la acera del frente. Teresa, se sentía grata,
había encontrado algunas ofertas navideñas las cuales le servirían para algunos
compromisos. Al pasar en frente del paseo Cousiño, se encontraron con un flaco Pascuero,
sentado en un rustico carruaje de madera, en cuyos lados estaban las figuras de
dos renos. Se hacía tomar fotos junto al niño que le confiaba sobre los juguetes
que deseaba para Navidad. Un joven, sobrino del Pascuero, era el fotógrafo. Con
una máquina Polaroid, efectuaba la toma del tío abrazando al niño y luego se la
entregaba a los padres, mediante un costo determinado.
Cuando vio desocupado al Pascuero, Frank
se acercó y, éste le recibió con los brazos abiertos. El pequeño se puso en acción,
de inmediato, sorprendiendo al hombre lo agarró de la barba de algodón, unida
por un elástico a su cara y se la tiró. Al cabo de un momento, llevadas por la
suave brisa, motas blancas flotaban por el aire.
Teresa trataba de obligarlo para que
dejara de hacer aquello, pero todo era inútil, ahora le apretaba las mejillas,
terminando por enojar al Pascuero. Al sacarse al niño de encima, no reparó que
éste le había hundido uno de sus dedos en una manga de su viejo traje, dejándole
un gran agujero. Todo terminó cuando la madre logró sacar a Frank del lugar,
con la promesa de que sí, le iba a comprar el helado.
El Pascuero luego de este mal rato,
reflexionaba acerca del caos en que vive la gente y las criaturas que nacen son
puros demonios. Entonces se preguntó –“¿No habré estado en presencia de uno de
ellos?”. Aliviado vio alejarse a la mujer con su “pillastre” de la mano.
Teresa cumplió su palabra, una vez más,
le dio en el gusto al regordete Frank. Muy feliz salió de la heladería con un
tremendo barquillo doble de crema con chocolate, terminando de disfrutarlo
sentado en un banco de la plaza, mientras su madre hojeaba, entretenida, una
revista femenina.
Ese día terminó, con un marido muy
enojado por la derrota de su equipo preferido y, Teresa afanada bañando a
Frank, quien se había ganado una indigestión de consideración cuando iban de
regreso a casa. (Memorias de un
COYOTE) (invitado Grupo LiteRatis).
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