NARANJAS Y ESTRELLAS
Esperanza ya contaba con dos hijas mujeres antes de tener a Juan.
Vivían en Calilegua, una localidad al sudeste
de Jujuy.
Descendientes de los indios omaguacas, desde
changuito Juan recolectaba naranjas junto a sus padres y luego ayudando a su
madre.
Aprendió a contar con naranjas, se alimentó con
naranjas y todo él olía a naranjas dulces y amargas como la vida.
La madre elegía del árbol las que estaban a
punto y con sumo cuidado él sabía acomodarlas en capas para evitar que se
dañara la piel.
- Estas
van a otros países. Yo ayudo a mi país – decía el Juan adolescente con
orgullo.
Los aborígenes
les transmitieron sus historias
ancestrales pobladas de leyendas y cantos.
En las noches bajo las estrellas, en el patio
de tierra apelmazada, nunca faltaba un
cantor de bagualas arrastrando la voz, llevando el ritmo acompasado con un cajón, para llenar sus oídos con el legado de sus antepasados.
Entre naranjales, la quena rompía el silencio y el sonar
lastimero y melancólico se perdía entre
la oscuridad perfumada de azahar.
- Mama. Llegó esta carta del
ejército. Debo presentarme el lunes.
- Vaya m’hijo. Yo esperaré por
usted. Cuídese mucho.
Y Esperanza, escondiendo los ojos que brillaban
más que otras veces, supo que tenía un largo tiempo por delante para sufrir en
silencio hasta que su hijo regresara de servir a la patria.
Se supo en el pueblo que el ejército invadió unas islas en el sur, muy lejos de
Calilegua.
Esperanza seguía en su duro trabajo jornalero
suspirando y mirando las estrellas en esas noches jujeñas, tratando de
transmitirle en su idioma indio algún mensaje a su hijo.
A Juan lo embarcaron rumbo a Malvinas.
Al llegar a las islas, caminó varios kilómetros
hasta el Monte Longdon, lugar donde tendría que combatir.
Armó junto a sus compañeros las trincheras y
todos los recuerdos del pasado se perdieron en la neblina.
Sólo quería sobrevivir.
El hambre, el congelamiento y el terror fueron
sus compañeros por dos meses en esas tierras australes.
En el suelo de piedra, atrincherado y armado
con un fusil oxidado, oyó el siseo de las balas, el estruendo de las bombas y los
lamentos de los heridos.
Acostado. Boca arriba, miró hacia el cielo sintiendo
la azul cercanía entre la vida y la muerte.
Le pareció escuchar el sonido de una baguala
acompañada del cajón indio y el lamento de la quena.
Lo último que vieron sus ojos fue el cielo
tachonado de naranjas brillantes.
1 comentario:
Marta: Tu relato me hace recordar a la película: La deuda interna, sin embargo a la historia paralela y complementaria protagonizada por Juanjo Camero le falta la altura narrativa "Martadiazana" que coloca en los ojos de un coyita el asombro de un cosmonauta que descubre un planeta extraño en el confín del universo. Por algo te tengo en mi biblioteca en el estante de las "grandes escritoras vivas". Un abrazo y un gran principio 2014. Marcos.
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