lunes, 26 de noviembre de 2018

Alejandro Villegas-Colombia/Noviembre de 2018


AMOR VIEJO

Me desperté muy temprano, 6 am marcaba mi reloj del despertador. Mi tiempo transitaba lúcido e imparable, me sacudí la cara y moví todos los músculos de mi ser, besé a mi esposa, pasé mi mano sobre sus hermosos risos color cromo, la ví tan paciente e indescifrable, sabía que había pasado mucho tiempo con ella, que a pesar de los problemas siempre había estado ahí y eso me reconfortaba, sabés... pensé... ¿Por qué a esta mujer que ha depositado su vida en mí no hacerle algo importante?
Habíamos pasado tantas tardes viendo el ocaso con ella, como el sol nos acariciaba y sus rayos de luz imantados le traían felicidad a ese rostro, ese rostro que conservaba una belleza inmensurable, que no se acaba por el tiempo. El reloj biológico marcaba una fecha, pero ella era rezagada a perder su juventud como sus líneas de contrastes en su cara, aun así ella no perdía su única sonrisa, aquella sonrisa que me ha hecho estar felíz en los momentos más tristes y me ha sacado en más de un apuro. Mi querida vieja, tantos años a mi lado, tanto soportar mis humores matutinos y mis pesados rezagos que abarcan la vejez, la ví una vez más y me paré de la cama, me lavé la cara con agua y jabón para despercudir mi esencia y procedí a buscar las llaves para traer algo. Era nuestro día, nuestro momento. Salí a comprarle algo a una floristería, tal vez a una biblioteca... sabía que le apasionaba Bécquer, tal vez sería un buen regalo, procedí a hacerlo, ya en la calle del bicentenario mi mirada sin predestinarlo se encontró con Carmenza, había sido mi alumna y un amor juvenil de hace mucho tiempo. Carmenza me había atrapado de una manera jovial y sexual, con ella compartí mis deseos de lujuria y de pasión pero no amor verdadero como el de mi mujer, la saludé, un beso en la mejilla como debería ser con una formalidad y un respeto que era merecido de una mujer, le pregunté de su situación, de sus hijos si ya estaban en la universidad, ella asintió con su cabeza y me comentó. Me dijo: -sentémonos a tomar un café, hace mucho tiempo que no te veo, es necesario desempolvar los recuerdos. Con ella había compartido grandes momentos pero eran fugaces, no como el amor a mi bella mujer. Le dí las gracias por su amabilidad y partí del lugar, mi mente estaba en un embrollo, todo lo veía inconcluso, ver a ésta bella mujer me había traído tantos recuerdos... duré toda la tarde y noche deambulando en la ciudad, buscando un sitio donde desatormentar los recuerdos, caminé de bar en bar y de antro en antro. Mi corazón estaba confuso, caí en un bar llamado la casa negra, era un bar gótico muy lúgubre y pintoresco. Los tablones eran coloniales y las camareras vestían atuendos fantasmales, un lugar idóneo para pensar, tomé vodka en las rocas hasta perder la conciencia y mi entendimiento. Boté las llaves de la casa, la plata y mis pertenencias, al estar en tal estado de somnolencia, no podía comprender mi corazón sin saber que verdad era. Después de 3 días de recapacitación volví a mi hogar añorando ver a mi mujer, pues ella aun así era toda mi esencia.


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