sábado, 24 de noviembre de 2018

Marcos Aguilar-México/Noviembre de 2018


El Chemo


El Chemo se arrincona entre dos autos en abandono, sin pintura y oxidados; tres cascos de caguama, a su lado, vacíos, olvidados, ya descansan. El casi escuincle, en un recoveco de la calle Fray Pedro de Gante, en Tlalpan, en su zona de hospitales, llora más con pujidos que con lágrimas; perdió la selección, y de eso, Dios, nunca será perdonado. Como historia necesaria y paralela, a tres metros de distancia, dos ancianos  se platican, se lloran, se acarician, se sonríen. Ella, dentro de sus lágrimas, susurra que el doctor le ha dado un poquito más de tiempo y que, le ha dicho, que de este año no pasará. Ante la proximidad del recuerdo sonríe, agradecida con la vida, al pensar que al menos estará en la boda del más chaval de sus nietos, mientras camina, orgullosa y presumiendo a su compañero de toda la vida, buscando un microbús.., que los acerque a Pino Suarez.

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