sábado, 24 de noviembre de 2018

Antonio Gómez Hueso-España/Noviembre de 2018


inverno sopra Venezia


Visión imposible.
Dormitan las góndolas,
amarradas cual tumbas ante la penumbra nevada.
Enfrente, San Giorgio emerge con su campanille espectral.
Las farolas agónicas zarandean sombras entre la bruma.
Los contornos han sucumbido;
el azul, tragado por el crepúsculo poderoso.
Cinco cúpulas oteantes. San Marcos. Bizancio.
Galerías cenobitas de los dogos.
Todo flota. Ciudad aérea.

Me escondo en portalones pestilentes,
avasalladores laberintos de humedad,
reino de la umbría que aprieta,
piedra y agua en el coito de los siglos.
Nada está quieto en esta total quietud.
Algún veneciano centenario despunta una existencia álgida.
El fruncido ceño del Emperador no cede con el paso del tiempo;
guardián celoso,
maldice a los herederos de la Serenísima
que hormiguean por la plaza.
La Justicia en el alero
atraviesa con su espada incuestionable
al noble poniente semiescondido.
Pesadas nubes caen inexorables sobre la Laguna Veneta.
El mar, denso, sereno, se rinde.
La urbe resplandece ante los elementos.
"-¡Strenzè el mondo e slarghè la Dominante!";
hoy no es posible.

Ella reposa en el espejo de los pórticos.
Sus collares aplastan.
Habla. Fascina por sí misma.
Quedaos quietos. Nada hagáis. Estáis en Venezia.
Enigmática tras su velo intangible de caligo.
Penetradla por callejuelas, puentes y canales,
respirad su melancolía única.



Visión imposible.
No contéis lo visto. Es irrepetible.
Ni el Rialto se balancea,
ni el Gran Canal sueña;
San Michele pendulea la certeza del destino que no inverna.
Quien certifica la Historia,
disfraza evidencias
y declina entre quimeras.

Visión imposible. Venezia.

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