domingo, 22 de diciembre de 2019

Luis Tulio Siburu-Argentina/Diciembre de 2019


MONÓLOGO ÁNGEL 

Hola…soy un ángel…Ángel Sanabria…pero también desde siempre quise ser un ángel verdadero, como los de alitas blancas que flotan en el aire. Y tuve una hermanita que se llamaba Ángela. ¿Y saben por qué? Porque mi viejo era de nombre Ángel al igual que mi abuelo. Familia respetuosa de sus ancestros, si las hay. De chico dibujaba angelitos en el cuaderno escolar y los contemplaba embelesado en el vitraux de las iglesias. Siempre pegado a mi abuela que le decía a sus amigas…es bueno como un angelito…por eso los quiere tanto.  Ya más grande, mi madre me paseaba por las casas antiguas de la calle Defensa y me escapaba de su mano para treparme a los  balcones y ver más de cerca las figuras aladas que sobresalían grises y tiesas por sobre las altas puertas de hierro. Mi padre fue más práctico pero algo exagerado. Me llevó a conocer el cementerio de La Recoleta…y pucha si vi ángeles, de todo tamaño y color, haciéndole guardia a los fallecidos o acompañando en su pena a los deudos, cada domingo de visitas con flores. Después de todo eso decidí ser un ángel, en mi fantasía y en la medida de lo posible. Para ello tuve que pasar por el catecismo, la comunión, los sermones de la misa de los domingos a la mañana del padre Jorge y el certificado de buena conducta en la seccional policial correspondiente a mi domicilio. Me faltaba nada más que volar…
Hasta que ocurrió algo. Un paseo familiar por los jardines de Palermo, una persecución policial a un ladrón en motocicleta, el delincuente que se da vuelta y dispara y una bala perdida mata a mi hermanita Ángela.
De pronto un viento de odio borró toda lo angelical que ondeaba en mi mente. Parece mentira como se puede cambiar en un segundo, pero así fue. Es que cuando uno se adhiere a una figura que representa la paz,  bondad, belleza  y siente que precisamente el ángel de la guarda que intuímos tener lo abandona y permite que se  lleven a un ser querido, comienza a perder la fe, a arrepentirse de la entrega a su Dios,  a no creer más en dar y recibir amor, en no tener confianza en quienes lo rodean. No hay mucha explicación, simplemente es humano. El dolor es profundo, ciego, insobornable. 
Por suerte fue nada más que un relámpago. El tiempo puso espacio sanador entre el hecho y mi reacción. No se puede vivir en el pasado y menos odiando. Me dije, sigo siendo Ángel Sanabria aunque con Ángela en el cielo. Lo sucedido lo habrá marcado el destino. Tengo que seguir creyendo en los ángeles y  querer a mis semejantes. No todos son iguales a ese delincuente, si los hay serán los menos. Alguien, que me ayudó mucho, me hizo leer un día el poema “El ángel bueno” de Rafael Alberti, que dice así…
“Un año, ya dormido, alguien que no esperaba, se paró en mi ventana…¡Levántate! Y mis ojos vieron plumas y espadas…Atrás montes y mares, nubes, picos y alas, los ocasos, las albas. ¡Mírala ahí! Su sueño pendiente de la nada ¡Oh anhelo, fijo mármol, fija luz, fijas aguas movibles de mi alma!...Alguien dijo: ¡Levántate!...y me encontré en tu estancia…
Y me volví a sentir un poco ángel o al menos pude nuevamente amarlos. El sol sale todos los días, aunque parezca una perogrullada. Amanece detrás de un bello poema.

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