MONÓLOGO ÁNGEL
Hola…soy un ángel…Ángel Sanabria…pero también desde
siempre quise ser un ángel verdadero, como los de alitas blancas que flotan en
el aire. Y tuve una hermanita que se llamaba Ángela. ¿Y saben por qué? Porque mi
viejo era de nombre Ángel al igual que mi abuelo. Familia respetuosa de sus
ancestros, si las hay. De chico dibujaba angelitos en el cuaderno escolar y los
contemplaba embelesado en el vitraux de las iglesias. Siempre pegado a mi
abuela que le decía a sus amigas…es bueno como un angelito…por eso los quiere
tanto. Ya más grande, mi madre me
paseaba por las casas antiguas de la calle Defensa y me escapaba de su mano
para treparme a los balcones y ver más
de cerca las figuras aladas que sobresalían grises y tiesas por sobre las altas
puertas de hierro. Mi padre fue más práctico pero algo exagerado. Me llevó a
conocer el cementerio de La Recoleta…y pucha si vi ángeles, de todo tamaño y
color, haciéndole guardia a los fallecidos o acompañando en su pena a los
deudos, cada domingo de visitas con flores. Después de todo eso decidí ser un
ángel, en mi fantasía y en la medida de lo posible. Para ello tuve que pasar
por el catecismo, la comunión, los sermones de la misa de los domingos a la
mañana del padre Jorge y el certificado de buena conducta en la seccional
policial correspondiente a mi domicilio. Me faltaba nada más que volar…
Hasta que ocurrió algo. Un paseo familiar por los
jardines de Palermo, una persecución policial a un ladrón en motocicleta, el
delincuente que se da vuelta y dispara y una bala perdida mata a mi hermanita Ángela.
De pronto un viento de odio borró toda lo angelical
que ondeaba en mi mente. Parece mentira como se puede cambiar en un segundo,
pero así fue. Es que cuando uno se adhiere a una figura que representa la
paz, bondad, belleza y siente que precisamente el ángel de la
guarda que intuímos tener lo abandona y permite que se lleven a un ser querido, comienza a perder la
fe, a arrepentirse de la entrega a su Dios,
a no creer más en dar y recibir amor, en no tener confianza en quienes
lo rodean. No hay mucha explicación, simplemente es humano. El dolor es
profundo, ciego, insobornable.
Por suerte fue nada más que un relámpago. El tiempo
puso espacio sanador entre el hecho y mi reacción. No se puede vivir en el
pasado y menos odiando. Me dije, sigo siendo Ángel Sanabria aunque con Ángela
en el cielo. Lo sucedido lo habrá marcado el destino. Tengo que seguir creyendo
en los ángeles y querer a mis
semejantes. No todos son iguales a ese delincuente, si los hay serán los menos.
Alguien, que me ayudó mucho, me hizo leer un día el poema “El ángel bueno” de
Rafael Alberti, que dice así…
“Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba, se paró en mi ventana…¡Levántate! Y mis ojos vieron
plumas y espadas…Atrás montes y mares, nubes, picos y alas, los ocasos, las
albas. ¡Mírala ahí! Su sueño pendiente de la nada ¡Oh anhelo, fijo mármol, fija
luz, fijas aguas movibles de mi alma!...Alguien dijo: ¡Levántate!...y me
encontré en tu estancia…
Y me volví a sentir un poco ángel o al menos pude
nuevamente amarlos. El sol sale todos los días, aunque parezca una
perogrullada. Amanece detrás de un bello poema.
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