sábado, 20 de junio de 2020

Luis Tulio Siburu-Argentina/Junio de 2020


EL GLOBO

                                                               

Un día, un globo. No estoy muy seguro si pasó frente a mí y me tomé de su hilo, o si lo fabriqué yo en varios colores y lo eché a volar, yendo juntos los dos, para afrontar la furia de los vientos, el calor del sol, el frío de la lluvia, el temor a los rayos, más aun, lo incierto del destino, la falta de brújula, la incógnita si alguna vez sería posible descender, en fin, el pequeño límite entre la vida y la muerte.

Ahora que lo pienso mejor creo que lo fabriqué yo, pero para el caso no importa.

Lo increíble del tema es que me siguieron muchos, encandilados por el globo. Algunos por el rojo, otros por el azul o por el verde, vaya a saber, puede que solo por el globo en sí. O capaz que por mí, aunque suene presuntuoso. La cuestión es que obtuve durante el vuelo agasajos y carcajadas, complacencia y elogios, nunca una crítica, de cuando en cuando consejos, ideas, sugerencias. Mientras el globo subía, bajaba un poco o planeaba, pero siempre adelante, proa al futuro.

Pasó el calendario. Montañas, valles, cataratas, tormentas y desiertos. El vuelo continuaba. Yo adelante tomado del globo y detrás ellos, a la misma velocidad, pero siempre unos metros más atrás, como respetando al capitán de la travesía.

Hasta que llegó una noche, una noche cualquiera, donde el silencio no hacía presentir nada. A medida que fue amaneciendo y que las nubes se disipaban, miré hacia atrás como cada mañana y me encontré solo. Bueno, sí, el globo seguía adelante mío y yo tomado del hilo, pero detrás ya no había nadie.

Medité lo ocurrido y no encontré explicación aunque me acercara a algunas posibles causas. Aburrimiento, cansancio, cambio de objetivos, gustos que se tornaron diferentes, el paso del tiempo con la disminución de la energía y de los desafíos, la necesidad de la soledad por sobre el aturdimiento de las luces, el ruido y la multitud. La cuestión era que ya no estaban. Seguíamos volando solos.

Entonces recogí el hilo como si fuera un barrilete. Abracé al globo con ternura y con un alfiler lo pinché. Caímos sin temor, dulcemente, entendiendo que éramos el uno para el otro, ya indisolubles, y que, por un largo rato, habíamos sido ambos parte de un conjunto, de un hermoso conjunto que se quedó a vivir allá arriba.




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