Alejandro, el duende músico
Cuando el hada Dione ponía en marcha a su impresionante orquesta del
bosque, los duendes y gnomos no podían más que acercarse, estuviesen donde
fuere, para oír las bellas melodías que ejecutaban los animalitos. Los sonidos
de la música los atraían como imanes; abandonaban lo que estaban realizando y
lentamente, acudían al lugar donde se hallaba la orquesta. Muy entusiasmados y
respetuosos asistían al espectáculo.
Uno de los más interesados por la música era Alejandro, un duende muy joven
y hermoso. Decían las hadas que Alejandro era el duende de los ojos bellos. Y
era cierto. Poseía además, una mirada dulce y melancólica. Pocos sabían de sus
dotes musicales. Era un magnífico ejecutante de todos los instrumentos y
también era un excelente cantante. Parecía extraño por su aspecto exterior
delicado pero tenía una superpoderosa voz de tenor. Sólo que era muy tímido y
guardaba para sí los dones que la naturaleza le había brindado.
Estaba en una ocasión casi oculto escuchando las melodías de la orquesta
del hada Dione, cuando sin darse cuenta comenzó a cantar. ¡Qué voz!
Algunos pájaros interrumpieron su vuelo para escucharlo, muchas ardillas se
asomaron a la puerta de sus cuevitas para tratar de averiguar de dónde provenía
y los otros duendes que se hallaban por allí, permanecieron como petrificados,
tal fue el asombro que les produjo.
Nadie podía creer que el duendecito cantara de esa forma. También el hada
Dione lo oyó. Y rápidamente, salió en su búsqueda. Lo halló a orillas de un
arroyo, cantando a toda voz y moviéndose graciosamente, al tiempo que ejecutaba con sus manos todo tipo de ruidos,
golpes, tamborileos. El hada lo observó, sin acercarse, para que no la viera.
Alejandro bailaba, cantaba y tocaba varios instrumentos al mismo tiempo. Y
resultaba muy gracioso verlo. Gracioso porque te llenaba el alma de alegría.
¿Dónde había estado este duende de ojos tan bellos y dones tan maravillosos
que Dione no había reparado en él?
¿Dónde había estado? Alejandro era tan retraído, introvertido que de saber
que alguien podría verlo se habría muerto allí mismo de vergüenza.
Dione debía actuar: esos privilegios debían ser aprovechados. El duendecito
debía incorporarse a la orquesta del bosque ya mismo.
¿Cómo hacer para convencerlo?
Ya se le ocurriría alguna idea.
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