NEUROTRÓN
[Memorias del Dr. Isaac Bordhen]
[0700 Horas, Diciembre 24, 2500*******Nave Estrella Fugaz HIPERESPACIO –
COORDENADAS DESCONOCIDAS]***********
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Bitácora primera: 00000000000000000000000000000000000000000000001
D
esde edad temprana, nuestro Universo ha albergado incontables
civilizaciones; imposible describir la asombrosa biodiversidad que durante
eones ha existido y evolucionado en cada rincón del cosmos; incontables todas
las formas corpóreas que han adoptado los diversos moradores planetarios en pos
de adaptarse a los hostiles hábitats de sus respectivos mundos.
En todas las civilizaciones, la ciencia es el elixir de la capacidad
evolutiva, la semilla del desarrollo cultural. Pero, por desgracia, también se
erige como el embrión de males venideros, como el caldo en donde se cultiva la
capacidad tecnológica que, si bien no es en sí misma negativa, combinada con
otros elementos aborrecibles, como ser el egocentrismo, el automatismo, el
sedentarismo y la pereza, termina por mutar hacia formas corruptas que, a su
vez, abren paso a cientologías y tecnocracias absurdas. Debido a esto, todas
las civilizaciones inteligentes y evolucionadas (al menos, las que hasta ahora
hemos descubierto) decaen en una inexorable involución que las conduce hacia su
propia destrucción, pues el demonio de la tecnocracia, el demonio de lo
mundano, de lo ordinario, de lo prescindible, hará metástasis con el propio
núcleo de la cultura, contaminándola con elementos patógenos externos. Y la
cultura decaerá continuamente para nunca volver a ser lo que era. Ya no será,
nunca más, esa ¨labor de una inteligencia que ayuda a una cosa a alcanzar su
perfección en la línea de su naturaleza¨. Y de la mano de esa cultura
decadente, de la nueva barbarie gradual, el peor de los males se extenderá
sobre esa civilización antes floreciente, asestándole así el golpe final. Ese
mal consiste, nada más ni nada menos, en lo que hoy conocemos como el
¨deterioro neuronal progresivo¨, consecuencia del atrofio que, a causa del
exceso de información externa inservible, sufren aquellas zonas del cerebro que
son utilizadas para el razonamiento y la lógica. Y sin razonamiento y sin
lógica, no se puede subsistir.
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Bitácora segunda: 00000000000000000000000000000000000000000000002
Cierto es, que debemos gran parte de nuestra tecnología a los humanos.
Cuando los terrícolas hallaron nuestro planeta, se dieron con que éramos un
pueblo bastante rudimentario. Éramos inteligentes, sí, pero carecíamos del
sentido de la practicidad que aquellos profesaban.
Nuestra cosmovisión recalcitrantemente religiosa, nuestra particular
idiosincrasia fundamentada sobre la base de una teocracia dualista, actuaba
como un velo mortecino que ocultaba cualquier tipo de interés profundo por la
ciencia. La ciencia estaba allí, era parte de nuestras vidas, pero no le
prestábamos demasiada atención. La ciencia no es necesaria cuando todo lo que
acontece se atribuye a la voluntad de un dios, así como un dios no es necesario
cuando todo se atribuye a las leyes de la naturaleza.
Gracias a la contribución de los humanos, nuestra civilización floreció
de una manera antes impensada. Nuestra economía manual pronto fue reemplazada
por la industria y la manufactura. Surgieron las primeras máquinas a vapor y
las fábricas de producción en serie, pues la aplicación de la ciencia y la
tecnología permitió el invento de máquinas que mejoraban los procesos
productivos. Descubrimos la electricidad y la electrónica, y, con una rapidez
jamás igualada por ninguna civilización conocida, nos abrimos paso hacia la
exploración espacial, hacia la conquista de nuevos horizontes desconocidos e
inexplorados. Pero, aunque en aquellas épocas todavía no lo sabíamos, la
intromisión de los humanos traería consigo un gran precio a pagar: el precio de
la extinción prematura.
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Bitácora tercera: 0000000000000000000000000000000000000000000000003
Cientos de años después, nuestros intelectuales comenzaron a notar un
fenómeno bastante peculiar: el avance científico y tecnológico de la Tierra se había estancado,
dando como resultado que nuestra tecnología se aproximara cada vez más a la de
nuestros mentores. Aquella tecnología terrícola, que antes se había manifestado
ante nosotros como algo irreal, como algo salido de los más estrambóticos
sueños de un dios delirante, ahora era algo cada vez más familiar y cotidiano,
hasta que, finalmente, lo familiar y cotidiano se volvió lo ordinario y
rudimentario. El alumno había superado al maestro.
Dicha situación, que en un primer momento había hecho brotar en nosotros
sendos sentimientos de orgullo y satisfacción, pronto dio lugar a sendas dudas.
Y al acrecentarse las dudas, un palpitante sentimiento de alarma se asomó,
tímido, como temiendo alertarnos sobre los funestos acontecimientos que se
avecinaban.
Tras múltiples viajes al planeta natal de los humanos, ahora que nuestra
tecnología nos permitía surcar el cosmos a velocidades fantásticas, nos dimos
cuenta de una terrible verdad. El retroceso tecnológico de los terrícolas había
sido profundo y vasto. No es que su tecnología sólo se hubiera estancado, sino
que, más bien, había comenzado a retrotraerse a estados anteriores. Por
ejemplo, la industria y la manufactura fueron reemplazadas por la economía
manual.
La respuesta a este insólito suceso de retroactividad tecnológica
parecía surgir de una cuestión tan simple como fatal. Día a día, los humanos se
volvían cada vez menos inteligentes, al punto de que ya no lograban comprender
ciertas cosas que ellos mismos nos habían enseñado. Debido a esto, no pudieron
hacer frente a los nuevos problemas que surgieron en su planeta. Hubo nuevas
enfermedades que no pudieron contrarrestar y nuevas contingencias climáticas
que no pudieron prever ni evitar. Aunque intentamos ayudarles con todos los
medios a nuestro alcance, no fue suficiente. Al final, perecieron. La extinción
fue absoluta.
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Bitácora cuarta: 0000000000000000000000000000000000000000000000004
Como una siniestra burla del destino, la historia se repitió con nuestro
pueblo. Al desaparecer los humanos, nos lanzamos en busca de otras
civilizaciones, tal y como lo habían hecho nuestros mentores durante las épocas
doradas de su civilización. Entonces, hicimos contacto con un mundo habitado
por simpáticos y amables homínidos, quienes se llamaban a sí mismos
¨detrionitas¨, habitantes del planeta Detrion. La tecnología ¨detroniana¨ era
por demás precaria, pues se trataba de una especie joven que hacía poco tiempo
que había evolucionado para dominar el planeta. Pero se trataba de seres por
demás inteligentes, capaces de comprender conceptos abstractos y que, además,
habían logrado desarrollar un lenguaje hablado y escrito de alta complejidad.
Sin embargo, ante ellos todavía se mantenían ocultos los secretos de la
tecnología.
Con nuestra intervención, la tecnología detroniana dio un salto abismal
en un período relativamente corto. Con nuestra ayuda, lograron alcanzar técnicas
que, de haber sido desarrolladas de acuerdo a las leyes tecnocráticas
naturales, hubiesen tardado miles años en manifestarse. Así fue que los
detrionitas también fueron testigos de su propia revolución industrial,
logrando así, al igual que otros antes que ellos, lanzarse a la conquista de
los secretos del espacio.
Pero, luego de cierto tiempo, nuestros científicos notaron que, en
proporción a otras épocas, nuestros propios avances científicos estaban
decayendo. Nuestra tecnología se estaba estancando, mientras que la detroniana
avanzaba a paso decidido. Pronto nos dimos cuenta, horrorizados, de que las
grandes mentes de nuestra civilización ya no eran tan grandes, pues el
¨deterioro neural progresivo¨ había caído sobre nosotros, como un segador que
amenazaba con empujarnos hacia el mismo destino sufrido por la raza humana. El
atrofio neural, causado por la superabundancia de información externa
inservible, así como por la constante exposición a las cajas de imágenes y los
aparatos de holovisión, había llegado. Y había llegado para quedarse.
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Bitácora quinta: 0000000000000000000000000000000000000000000000005
Luego de intensivas investigaciones, llevadas a cabo por aquellos
intelectuales a quienes el atrofio neural todavía no había castigado de manera
severa, se descubrió que podría haber una cura, o más bien dicho, un método
para contrarrestar el estancamiento cerebral creciente. Inspeccionado las ruinas
de las grandes ciudades terrícolas, descubrimos escritos y datos que hablaban
de un extraño artefacto denominado ¨neurotrón¨. Aparentemente, se trataba de un
objeto capaz de estimular las zonas cerebrales atrofiadas. Encontramos datos
que indicaban algo curioso: al parecer, en épocas antiguas, los humanos solían
fabricar gran cantidad de neurotrones, quizá hasta millones de ellos, aunque
ciertas fuentes apuntan a que les llamaban con otros nombres. En aquellos años,
dichos objetos eran considerados utensilios mundanos y corrientes. Con el paso
del tiempo, cada vez se utilizaron menos (aunque no sabemos bien con qué fines)
hasta que, al alcanzar el cénit del avance tecnológico, los humanos se
desinteresaron de ellos, considerándolos objetos obsoletos y, por lo tanto,
dejaron de fabricarlos, reemplazándoles, poco a poco, con aparatos más
sofisticados. Esto fue algo que luego lamentarían.
Al percatarse los terrícolas de la degeneración cerebral que estaban
sufriendo, terminaron encontrando una peculiar cura: la utilización constante
de aquellos objetos que habían ignorado, los neurotrones, contribuía a
reactivar las áreas cerebrales afectadas. Sin embargo, este descubrimiento fue
demasiado tardío, pues sus mentes ya se habían deteriorado demasiado como para comprender
la naturaleza de aquellos objetos que, antes, solían utilizar con regularidad.
El propio deterioro neural les impidió hacer un correcto uso de los
neurotrones. Así fue que los humanos cayeron en una decadencia intelectiva
continua e inexorable, una decadencia que les conduciría hasta su fin.
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[0686 Horas, Mayo 18, 2515 (Calendario Phersetiano)/ Nave Estrella Fugaz
– SISTEMA EPSILON ERIDANI – PLANETA Pherset Alfa]
Registros del sistema cerebral unipersonal: Óculus Viacom****************
Bitácora primera: 000000000000000000000000000000000000000000000001
A medida que la nave de exploración, la Estrella Fugaz,
descendía sobre la plataforma de aterrizaje, la vegetación circundante se
agitaba violentamente. Si bien no se trataba de una nave demasiado grande, sus
turbinas inferiores, imprescindibles para este tipo de maniobras a baja
velocidad, producían un gran ventarrón.
La tripulación regresaba de su último viaje del año. Solo quedaba una
semana para que comenzaran las vacaciones y las distintas festividades de fin
de año, así que, durante los próximos tres meses, ya no habría más misiones de
reconocimiento ni de exploración.
Los diez tripulantes de la nave, entre los que yo me encontraba,
descendimos con algo de dificultad. Nunca nos resultaba sencillo acostúmbranos
nuevamente a la gravedad de nuestro planeta. Después de pasar tanto tiempo en
un mundo extraño, en el cual la fuerza de gravedad era diez veces menor,
nuestros músculos tendían a relajarse demasiado. Aunque la nave gozaba de un
núcleo gravitatorio que permitía mantener una gravedad decente, ésta tampoco
llegaba a tener la intensidad a la cual estábamos acostumbrados.
La puerta deslizante se abrió y un oficial entró en la habitación.
Vestía un uniforme azul con numerosas insignias. Se trataba del Presidente
Strugger.
—¡Doctor Bordhen! —me dijo con entusiasmo—. ¡Qué gusto verle!
—El gusto es mío, Sr. Presidente. No pensé que le vería tan pronto.
—Admito que no estaba en mis planes encontrarme con usted esta semana.
Tenía que viajar a hacia Tandoria, para asistir a la reunión anual del Consejo
de Camaradería. Sin embargo, el Gran Concejal ha caído enfermo luego de visitar
las minas de Neptuno, así que se ha postergado la reunión.
—Lo lamento por el Gran Concejal. Espero que se mejore pronto.
—No se preocupe, no es nada grave.
—Pues bien, Sr. Presidente, tome asiento —alcé un dedo, indicando una de
las sillas—. Presumo que, si se ha tomado el trabajo de venir hasta aquí, es
porque quiere oír el informe personalmente.
—Así es —contestó Strugger—. No podía esperar ni un minuto más.
¿Lograron encontrar el artefacto?
—Eso creemos. Hemos encontrado algo que encaja con la descripción de
aquello a lo que llamamos ¨neurotrón¨. Cabe mencionar, que el objeto que
encontramos es muy frágil, y si no se lo trata con cuidado puede destruirse en
un santiamén. Calculamos que debe haber estado enterrado, al menos, unos
novecientos años. Cuando lo extrajimos, se le desprendió una pieza.
—¡Que terrible! —exclamó Strugger, horrorizado—.
—No se preocupe, creemos que eso no ha afectado en absoluto la
integridad del objeto. Tuvimos suerte, pues lo encontramos oculto dentro de una
caja metálica. De no haber estado allí guardado, de seguro no hubiera soportado
el paso del tiempo.
—Qué extraño —dijo Strugger con aire confuso—. Pensaba que un aparato
tan poderoso como el neurotrón sería un poco más resistente… ¡y mucho más
grande! ¿Dice que lo hallaron dentro de una caja?
Asentí.
—Dentro de caja pequeña —indiqué con mis manos las dimensiones aproximadas
de la caja.
—¡Válgame! —exclamó Strugger.
De repente, el reloj de pulsera del Presidente emitió un extraño pitido.
Éste miró la hora, suspirando.
—Le agradezco por toda su ayuda, doctor —dijo mientras se incorporaba—.
A la brevedad le informaremos los resultados de las pruebas ejecutadas sobre el
neurotrón.
No obstante aquella última afirmación del Presidente, lo cierto es que
no recibí noticias acerca del neurotrón sino hasta dos semanas. El teléfono de
mi domicilio sonó varias veces antes de que pudiera atenderlo, pues me
encontraba saliendo de la ducha.
—Sí, habla Bordhen —respondí.
La conversación sólo duró unos segundos. Luego me quedé pensativo un
buen rato, antes de colgar por fin el auricular.
—¿Quién era? —me preguntó mi esposa.
—El Presidente —contesté con cierta preocupación.
—¿Y qué dijo?
—Lo mismo de siempre. Dijo que las pruebas fallaron, que no pudieron
hacer funcionar el neurotrón. Claro que esto no es cierto. Lo que sucede, es
que están tan afectados por el atrofio neuronal, que no quieren, o no pueden,
entender lo que tienen que hacer.
—¿Y por qué no tratas de explicárselos de nuevo?
—¡No tendría sentido! —exclamé, furioso—. ¡Se los he explicado un millón
de veces, y siempre lo olvidan! Y luego hay que comenzar todo de nuevo. ¡Es
frustrante! Desde hace meses, les traigo decenas de neurotrones, pero al poco
tiempo lo olvidan. ¡Malditos científicos! Si me hubiesen creído la primera vez,
hubiesen salvado sus cerebros, y los de millones de personas más
—¿Qué haremos entonces? —preguntó mi esposa, angustiada—. ¿Se ha perdido
toda esperanza?
—No, claro que no. Nosotros, los que comenzamos a utilizar los
neurotrones desde la primera vez que los encontramos, hemos logrado
contrarrestar el deterioro neuronal. Debemos seguir utilizándolos, y encontrar
a otros que también lo hagan. Debemos incentivar el uso de los neurotrones. Una
vez que haya muchas otras personas como nosotros, tendremos que partir hacia
otro planeta para empezar de nuevo. Sé que suena cruel, pero aquellos que ya
tienen el cerebro afectado nunca podrán curarse. Llegará el momento en que no
comprenderán ni siquiera como cagar en los inodoros… disculpa que sea tan duro,
pero es la verdad.
En ese momento apareció mi pequeño hijo. Estaba muy entusiasmado.
—¡Papi, mira! ¡El arbolito de Naviduria está lleno de regalos! ¡El
Maestro de la Naviduria
paso por aquí anoche!
Sonreí. Por un momento, había olvidado que era la mañana de Naviduria.
—Te lo mereces, Dabriel —dije—. Has sido un chico muy bueno y estudioso.
El pequeño desenvolvió con ansias uno de sus regalos.
—¡Qué bueno, me trajo un neurotrón de aventuras! ¡Justo lo que yo
quería!
Al pequeño le brillaban los ojos mientras examinaba el neurotrón que le
habían regalado. Entusiasmado, leyó las primeras inscripciones del objeto, las
cuales decían: ¨Expedición en el Sahara¨, por Walter Frey – ¨editado por
Ediciones Robertson¨.
[...FIN DE LA
TRANSMISIÓN...]
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