ASADO
BLANCO
En este orden de aparición
fueron entrando a la vieja casa de la esquina Guemes que Renato había heredado
de su abuela materna: Silvio, Esteban, Marcos y Pablo.
-¡Acá estoy, amigos! ¡En el
patio!- gritó Renato dándole los últimos toques de
maestría al asado semanal.
Después de la carne y los
chorizos siguieron las risas masculinas, los cigarrillos y los vasos vacíos y
llenos otra vez.
Pero en un momento Pablo sacó
algo pequeño y blanco de su bolsillo y ofreció a todos. Renato dijo paso.
Silvio no lo dijo pero con un movimiento de mano se negó. Esteban dudaba, lo
pensó y ya no dudó. En cuanto a Marcos, que también dudaba, siguió pensando y
dudando.
¿Me falta alguien? Ah, sí me
falta Pablo el que ya dibujó en la mesa de madera, sobre una mancha de vino
derramado, una línea del polvo blanco y ahora inclina de memoria su cabeza para
que su nariz no evite la fatalidad, para que la droga lo aspire.
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