DORMIR CON LA LUZ PRENDIDA
Un lunes más,
igual a todos los lunes, los martes…siga usted acumulando los días de la semana
y súmele los trescientos largos del año. Apaga la luz al acostarse pero se
duerme con la luz prendida. Pero no me refiero a la luz que paga Anselmo a
Edenor cada mes, porque es obsesivamente
cumplidor con sus obligaciones, sino a esa llama interior que – como la votiva
del Monumento a la Bandera
rosarino – tiene prendida las veinticuatro horas y quema sus nervios, boca de
estómago, horas de sueño y presión arterial.
Pero Anselmo es
así desde los veinte años, que digo, casi desde los trece, cuando la muerte de
su hermanita menor en un accidente de auto le dejó la piel sensible a las malas
noticias, a la sensación de que todo le pasaba a él, a creerse que era yeta,
ese bautizo que la maldad inocente de los chicos pone una marca en la frente de
aquellos que no lo merecen, pero hacen todo lo posible inconscientemente para
que los miren de soslayo, como si tuvieran el diablo dentro, o por un oscuro
deseo de dar lástima.
Y esta noche
volverá a soñar. Pucha que tiene para elegir dentro de sus 58 años de vida. De
lo bueno, de lo más o menos y de lo otro. Pero su cerebro traicionero siempre
elige lo otro. Y allá se mete, se tira a la pileta y en lugar de arrojarse
desde el trampolín de los éxitos, se pone a bucear en el fondo de los fracasos.
Entonces el
Rivotril y el Valium se suicidan en sus respectivos laboratorios y los
visitadores médicos de psiquiatras se golpean la cabeza contra la pared, mientras
él mira el reloj a las tres de la mañana, prende el televisor a las cuatro y
escucha pasar al primer micro vecinal de las cinco. A las seis se va al trabajo
duchado pero adormilado y a las siete se baja un tazón de café de cuarto litro,
por si acaso descafeinado como decía su madre, y que justamente por eso no le sirve de nada
para mantenerse despierto.
Insomnio lo
llaman los familiares. Depresión le dicen las vecinas que solo cursaron el
ingreso a Medicina. Baja autoestima los profesionales del bocho y soberana
pelotudez los más allegados, o sea los muchachos del bar, entre los que me
encuentro, que lo conocemos bien y sabemos que tiene todo el viento a su favor
pero le encanta buscar la calma chicha, solo por no animarse a navegar por la
vida.
De afuera no se
puede decir mucho. Habría que preguntarle a la almohada, a la que se abraza
cada noche como amada insaciable. Ella escuchará alguna voz interior, porque su
cerebro debe hablar, prestar declaración indagatoria, apuesto que debe ser así.
Nadie convive eternamente con el silencio. Hay sonidos que deben escapar - a
pesar de mi querido Anselmo - a pasear por la oscuridad y a contar las cuitas
que su dueño oculta y le enferman. La rubia Catarsis o la morocha Pesadilla
seguro que deben registrar cada latido de su yo, como Holter casero, e irán
trazando una curva sobre el gráfico de coordenadas, dibujando una aproximación
a su trastornada personalidad.
Y si la almohada
es buena y respetuosa de su dueño, si quiere ayudarlo, le contará los
resultados al colchón, el colchón a la cama y así sucesivamente llegará el
mensaje a la puerta, saldrá por la vereda, cruzará la calle, entrará a la Iglesia frente a la plaza,
se arrimará al altar y allí sacará número para contarle al barbudo lo que
realmente le pasa a Anselmo. Aunque saque el novecientos noventa y nueve.
Porque Anselmos hay muchos y la mayoría descuidados y buscando solución.
Puede que se
abran los cielos, que el Señor mande un expediente de pronta resolución a San
Expedito, quien estará posiblemente en una nube más cercana a la vivienda del
desgraciado y le corresponda por jurisdicción, actúe de oficio con sus
bendiciones y se acaben los problemas de Anselmo.
O no.
Y entonces mi
amigo se tendrá que arreglar por su cuenta. Porque a veces la solidaridad y los
rezos pueden ser una utopía. Por falta de amigos con oído o por falta de fe. Y
hay que meter garra y buscar la solución por uno mismo.
Pero eso sí, si
Anselmo se cae o no hace nada o hace muy poco para detener el derrape, entonces
me voy a meter, lo voy a llamar, le diré que tiene dos alternativas, dejarse de
joder o pegarse un tiro, sí ya sé, soy un poco agresivo, pero a estos tipos hay
que ponerlos contra la pared, para que se aviven que se están muriendo,
convencerlos que están apagando la luz cuando hay que prenderla en lugar de
accionar la perilla de las ganas cuando sale el sol, que por suerte sale todos
los días.
Mañana lo
encararé. Ahora me voy a dormir. Buenas noches. ¿Puedo apagar la luz?
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