LA TORMENTA
Amanece en Puerto Oscuro, está lloviendo copiosamente y
Javiera sale de la ducha envuelta en una enorme toalla de color lila. Se viste
lo más rápido posible, zamarrea con energía a Luis para que despierte y se
dirige a la cocina para preparar el desayuno.
-Luis, apúrate, por favor, y viste a Jorgito para dejarlo
en el jardín, tengo listo el desayuno.
-¡Ay Dios! Tienes cara de espanto, dormiste pésimo, hasta
te sentí levantarte a medianoche.
-Maldita tormenta, no me dejó dormir, tú en cambio
dormías como un lirón.
- Amor, lo tuyo no es normal, se diría que le tienes
pánico a la lluvia.
-¡Cómo le voy a tener miedo a la lluvia, negrita!, fueron
los truenos los que no me dejaron dormir.
-El domingo pasado llovió de día y te noté muy asustado, hasta
te escondiste en el baño. Eso no es normal. Estuve conversando con la psicóloga
de la empresa, me dijo que puede tratarse de una fobia. Llámala para pedirle
una hora, no cobra caro y te va a hacer bien. Además Jorgito está creciendo y
va a empezar a darse cuenta ¿qué explicación le vas a dar?
-¿Y si nos fuéramos al norte, negrita? allá no llueve
tanto.
-¡Linda la solución que encontraste!, pídele hora a la
psicóloga mejor. ¡Toma! Aquí tienes la tarjeta.
-Que lata -piensa Luis, casi toda la
oficina está en el campeonato de baby-futbol y yo aquí esperando que me
atiendan, todas las revistas fomes, la secretaria fea, un tipejo con un tic
nervioso, ojalá me atiendan luego.
-¿Luis? Adelante, toma asiento ¿cómo te sientes?
-Yo estoy bien, me mandó mi señora. Ella exagera las
cosas.
-¿Desde cuándo le temes a la lluvia, Luis?
-Pero si no le temo, no es para tanto.
-¿Jugabas en la lluvia cuándo eras niño?
Siempre habían jugueteado con la lluvia. Se
juntaban en su casa de
campo con los vecinos y su hermano mellizo. Su madre y la Tía Nora preparaban
sopaipillas y calzones rotos, cebaban mate y parloteaban la tarde entera. A
Luis le encantaba el olor que inundaba el lugar, cuando ponían terrones de azúcar en el brasero
Cuando los mellizos se ponían demasiado inquietos los
mandaban a jugar al
galpón.
–No se metan en las pozas- advertía la tía Nora.
-Cuidadito con quedar todos embarrados- agregaba su
madre- y pónganse las botas no se vayan a resfriar.
Ellos felices y contentos se ponían a cantar:
“que
llueva que llueva
la
vieja está en la cueva
los
pajaritos cantan
la
vieja se levanta
que sí,
que no
que
caiga el chaparrón”.
Al rato estaba lloviendo de nuevo; siempre les resultaba.
Cuando paraba la lluvia, retomaban los cánticos y pronto estaba lloviendo.
A veces jugaban al pillarse y al fragor de la batalla se
les olvidaban todas las recomendaciones, volvían a la casa hechos un desastre,
y siempre recibían una reprimenda de su madre, inclusive algunos escobazos.
Cierto día los vecinos llegaron con un libro que contaba
las costumbres de los indios norteamericanos: apaches, mohicanos y cherokees,
entre otros y también tenía muchas fotografías. Se les ocurrió organizar una danza
de la lluvia y se disfrazaron con plumas y sacos, para darle ambiente a la
rogativa.
…Y llovió, llovió, llovió varios días
seguidos.
-Esto es culpa de ustedes y su danza de la lluvia-
sentenció la tía Nora, vamos a tener que rogar a San Isidro para que pare la
lluvia. Incluso una noche llegaron los vecinos a refugiarse en la casa, se
había salido el río y les había inundado todo el campo.
Nosotros tenemos la
culpa, pensaron. El libro no explicaba qué hacer para que dejara de llover.
-¿Sientes mucha culpa, todavía? Te das cuenta que no
puedes ser culpable de las inclemencias climáticas ¿verdad?
-Claro que no, cómo voy a tener la culpa. ¡Qué
ocurrencia!
-Vamos a seguir con la terapia la próxima semana, dile
a mi secretaria que te
anote la hora.
Han pasado varias semanas y Luis siente que no han
avanzado mucho con la psicóloga, pero a petición de su esposa decide seguir
asistiendo.
-Luis, tengo entendido que tienes un hermano mellizo ¿tú
crees que podríamos hacer una sesión con él?
-Tendría que ser algún sábado, señorita, él trabaja en un
fundo bien alejado, hacia la cordillera, lo puedo invitar para que venga un fin
de semana.
-Buena idea Luis, va a ser interesante conversar con él.
Al fin ha llegado el día. Esta vez, saldrá por fin de la
duda, puede que su hermano recuerde algún episodio y se logre explicar ese
miedo absurdo a las tormentas.
-Adelante, veo que has venido con tu hermano; se nota
mucho el parecido entre
ustedes.
-¿Sabías que Luis siente temor en las tormentas?
-Me está bromeando, señorita, si hasta hacíamos cantos y
juegos con las lluvias, ¿le contó cuando hicimos la danza disfrazados de
indios? Siempre cantábamos
leseras, cuando entramos a la escuela nos veníamos en la micro y pasábamos por
un puente de madera que crujía y las tablas hacían “clan, clan”, le decíamos el
puente del piano. Allí nos poníamos a cantar:
“El
puente se va a caer
va
a caer, va a caer
el
puente se va a caer,
hay que
pena”.
-Hubo un invierno que llovió muchísimo y el puente se cayó.
-Cuéntenme más detalles, eso es interesante.
-Fue un día que volvimos tarde, llovía muy fuerte, la
micro iba llena de gente y al pasar por el puente entonamos nuestros cantos de
siempre:
“el puente se va a caer...”
-Alcanzamos a pasar apenas, detrás de nosotros el puente
se cayó.
-Estaba oscureciendo, la tía Nora venía en su Citroneta,
con la guagua y nuestros amigos, unos metros más atrás, no alcanzó a frenar y
cayeron al río. Demoraron varios días en encontrarlos, fue horrible.
-¿Luis, te acordabas de este episodio?
-De eso no me acuerdo mucho.
-Pero si tú venías en el último asiento, vuelto para
atrás, haciéndole morisquetas a los vecinos. Luis, tienes que haberlos visto. ¡Mire señorita!, este
pajarón llegó a la casa a esconderse en el cuarto del fondo, decía que nos iban
a dar tremendos azotes porque se había caído el puente. ¿No le parece absurdo?
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