lunes, 24 de noviembre de 2025

Norberto Ramazotti-Argentina/Noviembre 2025


 

 

                                                Disquisiciones

                                        (Perdona nuestros errores)

                                           

                     Tarde calurosa en Buenos Aires. Colectivo completo, transitando muy despacio una de las calles céntricas cargada de tráfico, bocinas y mal humor. Dos amigos, sendas mochilas al hombro entorpeciendo sus movimientos y molestando a los otros pasajeros, conversan colgados del pasamanos. Uno de ellos, solo presta orejas. El otro, apesadumbrado y sorprendido, desgrana poco a poco lo que hoy carga en su pecho, mientras sacude de un lado a otro la cabeza, tal vez queriendo alejar de ella el recuerdo o, quizá, buscando luz entre la oscuridad.

                  -Aun no lo puedo entender-comenta. Falleció hace tres días. Ya sé que a todos nos llega el momento, sí. Pero… no sé, en su cara pude leer que la muerte lo tomó desprevenido.

                  -Mira vos-responde el escuchador.

                   -Claro, me podés decir que “como a todos”. Porque, en realidad, no se recibe un mensaje dos, tres, o cuatro días antes avisándole a uno: “Muy señor mío, tengo la ingrata tarea de comunicarle que con fecha y hora tal, se le acaba a Ud la letra en esta tragedia a la que llamamos Vida”.  O, simplemente,” Cesara usted en sus funciones”.- argumenta el apesadumbrado

                  -No, no. Claro- acota el oyente.

                  -No. Nadie recibe un mensaje así. Ni siquiera los que padecen esas enfermedades largas, dolorosas, que te hacen desear la muerte. Ellos tampoco son anoticiados del hecho con antelación. Y pensándolo bien, esto llevaría un poco de alivio a su dolor. Por ejemplo: “Señor (o señora, da igual para el caso), me es grato informarle que, de acuerdo al expediente número tal, que obra ante mi vista, se ha resuelto que con fecha tal, cesara usted de sufrir su penosa enfermedad, pasando a revistar en las huestes celestiales (o infernales, o lo que sea)”. Imagínate que alivio sería esto para el pobre enfermo.  Como el preso que cuenta los días que le faltan de condena.

                  -Tal cual-

                    Pero no. El cielo, sea este lo que sea, no actúa así.

                   -Aha-

                    -El caso es que, me parece a mí, ¿viste?, la incertidumbre del tiempo restante es justamente parte del sufrimiento al que se nos somete. Se me ocurre que esto nos explicaba el mito de la caja de Pandora, aquella usada por los dioses griegos como venganza contra los hombres por robarles el fuego. -

                    -¿?-  Aqui, hombre de pocas palabras, el escuchador vuelve su rostro al amigo con las cejas enarcadas, ojos muy abiertos, mientras junta los dedos de una mano subiendo y bajando, todo en un claro signo de pregunta.

                   -¿No te acordas? La estudiamos en historia de primer año.

                   -Aaah!  

                   -La cuestión es que, al ser abierta, de ella escaparon los padecimientos, que se esparcieron por toda la tierra, mientras que los bienes, en cambio, retornaron al Olimpo y continúan siendo un don que reparten los Dioses a su antojo. Solo quedó en la caja la esperanza. ¿Sabes? Me parece que es este el peor de los males. Porque es lo que le hace decir a un enfermo terminal: “cuando salga de esta…”. O a un enamorado:” Si logro su cariño…”. –

                -Mira vos-

                -Creo… creo que Einstein decía “Dios no juega a los dados con el universo”, ¿no te parece?

               -Pse-

               -¡Que se yo! En fin, como sea, me parece una burla cruel del destino que el domingo este amigo mío obtuviera quince puntos en el telekino y el lunes lo sorprendiera la muerte al bajar del colectivo en plena plaza de mayo al ir a cobrar el premio.

 

 

                          Entre tanto en el cielo, el Monte Olimpo o como se llame el sitio desde el cual guían nuestros pasos:

                           

                        ¡Que kilombo! Pero… ¡Que kilombo! A ver, che. Vos, si, vos, vení.

                           Aquí estoy. ¿Qué desea mi Señor Dios?

                          Mira, ¡Mira el despelote de papeles que tengo sobre mi escritorio! Urgente. Vas, la buscas a Ramona, laa… señora que limpia mi oficina, y le decis que nunca más, ¿eh?, pero que nunca más deje abierta la ventana, porque se levantan esos vientos fuertes que hay ahora, ¿viste?, y se me mezclan los expedientes de las vidas de las personas. ¡Se me arma cada bolonqui!

                         Anda, anda urgente, che.

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