sábado, 20 de diciembre de 2014

Nora Coria-Argentina/Diciembre de 2014

YO NO TENGO SED *
 “La vida hay que soñarla para que sea cierta”
A. Tejada Gómez
       
 Con las últimas almendras masticaba una vez más el fracaso de la espera, sin embargo, esa tarde se me reveló. Yo había bajado al baño a refrescarme los ojos cansados y volvía a mi mesa, la del rinconcito donde hallé la distancia justa para que nos miráramos a gusto. Ahora no sólo estoy segura de que él leía mis pensamientos, sino que además, comprendía hasta lo ilimitado por qué yo lo esperaba siempre leyendo, escribiendo, soñando...  
Cuando entren, fíjense en mi mesa, era la que está junto a la puerta de la esquina, frente a un espejo y con la mejor vista: hacia la calle, hacia el salón y hacia una placa conmemorativa, a cuyo lado supo estar su foto, de traje y corbata, fumando, y con el ceño apenas fruncido, entre curioso y cuestionador. Su imagen estaba enmarcada con la simpleza del buen gusto. Fíjense bien, pero después no me den detalles.
Yo siempre me ubicaba ahí. Siempre. Y cuando encontraba mi mesa ocupada, maldecía de pie, expectante hasta que la dejaban libre. Los mozos sabían que ése era mi lugar. Y más de una vez la desalojaron para mí. Con una actuación para el aplauso convencían a cualquiera para que cambiara ese sitio por otro, por ejemplo junto a las ventanas más grandes, desde donde, si eran turistas extranjeros, podrían ver... qué se yo... the typical people walking. Y yo feliz... ¡Como loca! Con su complicidad recuperaba mi rinconcito de Avenida de Mayo y Perú. La cuestión es que la última vez que fui a la London, en cierto momento, advertí cómo el ambiente se iba poniendo distinto. No siendo la hora del cierre, era rara cierta impaciencia mal disimulada en los mozos; y el murmullo habitual, los sonidos de sillas, copas, bandejas... habían cambiado. Yo había pasado las horas como siempre, releyendo, café tras café, anotando algunas palabras, distrayéndome con las burbujitas que se formaban en el agua que nunca tomaba, corrigiendo mis borradores, y contemplando a intervalos sus ojos despiertos a pesar del vidrio que opacaba la foto...  
Nunca lo había esperado tanto como esa tarde. Había pedido la cuenta; estaba por irme como tantas veces, con la asumida desilusión, pero esta vez llevándome algunos versos...  Todavía no sé desde dónde se me acercó, porque cuando dejé de contar la plata y levanté la vista pensando que era el mozo, me encontré con su imagen. Tan alto, elegantemente desaliñado, apretando con naturalidad el cigarrillo con su boca perfecta; y la mirada... fascinante y atemporal. No dijo nada; y yo, que tanto tenía para decirle, quedé muda. Se sentó frente a mí. Me imaginé roja, naranja, violeta; pero no pude revisar si mi habitual expresión de desaliento había transmutado en loca feliz porque con su espalda ancha, con su estatura impresionante, tapaba el espejo. Se sirvió el agua y la bebió toda mirándome a los ojos, tan profundamente... Luego mis borradores se hicieron pequeños en sus manos. Por entonces yo escribía especialmente cuentos. Leyó varias páginas sin detenerse, sin una acotación siquiera sobre mi letra y desprolijidad. Eligió una de mis hojas... ¡la única poesía que había escrito en mi vida! y se la guardó en el bolsillo del saco. Después me quitó mi libro fetiche, ya saben... “Los premios”, y con ese maravilloso tono afrancesado me dijo en voz baja “No son tiempos de releer, son tiempos de escribir”. En ese momento tuve que desviar mi vista hacia el mozo porque sentí que esperaba para cobrarme, y. entonces... ¡Julio ya no estaba!
Juro que lo busqué entre todos los presentes, mesa por mesa, y bajé hasta los baños, y entré también en el de hombres. Finalmente salí a la calle. El mozo me siguió hasta la puerta, más preocupado por mí que por la cuenta sin pagar. Debe haber percibido mi angustia, porque me tomó del brazo con suavidad y me llevó a mi mesa. Quiso servirme agua, pero encontró, con sorpresa, que la jarra estaba vacía. Antes de que fuera a buscar otra, que yo tampoco iba a tomar, le pregunté...
_    ¿Y Julio?
_  ¡Ah, la foto de Cortázar! Se cayó hace un rato, ¿no escuchó el alboroto? Se rompió el vidrio, pero le prometo que para mañana lo tenemos de nuevo ahí, ahí mismo.
Pagué y me despedí como siempre, pero nunca volví. Después de aquello mis cuentos y mis poemas tienen finales provisorios: Además evito esa cuadra para no tentarme y elijo los barcitos de San Telmo. Pero ustedes vayan a la London.

Ustedes vayan, y si quieren siéntense en mi mesa, pero... después no me cuenten nada. No quiero saber qué pasó con su foto.   

1 comentario:

Teresa de Cañuelas dijo...

Me encantó este relato fantástico donde los deseos se hacen realidad y nada menos una mirada del GRAN JULIO transformada en diálogo para enorme agarabía de la escritora: FELICITACIONES!!.