domingo, 20 de marzo de 2016

Nilo Gastón Fernández Montini-San Salvador de Jujuy, Argentina/Marzo de 2016



SANTO REFRÁN
DE LOS LITERALES


Tiempo atrás llegó hasta nosotros una carta de mi abuelo, viejo escritor aventurero, en la cual nos comentaba el porqué de su prolongada ausencia. Habían pasado dos navidades desde la última vez que le viéramos, y aunque era costumbre que se ausentara semanas enteras, a veces meses, en búsqueda de aventuras que inspiraran sus futuros escritos, sus desapariciones jamás habían durado tanto tiempo. La familia había comenzado a preocuparse.
Desde que enviudara, la escritura se había vuelto su amor incondicional, y los viajes inspiracionales su eterno hobby. Y fue uno de esos viajes, justamente, el motivo de su prolongada ausencia, así como el objeto de la carta que llegaba a nuestras manos.
En ella nos contaba acerca de un pequeño pueblo, ubicado en un lugar incierto, cerca de la ciudad chilena de Punta Arenas, al cual sólo puede llegarse gracias a la confidencia de algún lugareño, y a las indicaciones verbales de quienes conocen el sitio; porque el pueblo no aparece en los mapas oficiales, y tampoco quiere aparecer en los mapas trazados por los viajeros. Así es que, cada vez que algún aventurero pretende garabatear el camino hacia el pueblo, siempre en alguna línea ha de equivocarse, siempre ha de recordar erróneos puntos de referencia, de modo que, al guiarse posteriormente por el improvisado mapa, no hace más que alejarse de aquél sitio al cual intenta llegar.
El pueblo se llama Santo Refrán de los Literales, en honor a su flamante fundador. Como bien vemos, los lugareños afirman que el difunto Don Refrán de los Literales es, en efecto, un Santo, aunque no sabrían decir con exactitud en qué época hubo de producirse tal canonización.
Para mi abuelo, la búsqueda de ese pueblo supuso un desafío personal, pues se comentaba que era la perdición de todo artista, un lugar donde no había cabida para el pensamiento abstracto ni imaginativo, donde todo se derrumbaba bajo la pesadez de la sosa realidad. Supuso entonces, mi abuelo, que si podía superar la prueba de escribir en tal sitio, entonces la imaginación jamás le volvería a abandonar en toda su vida, y que podría escribir en cualquier momento y en todo lugar, de modo que ya no le haría falta viajar tanto para inspirarse.
Ni bien hubo arribado al pueblo, todavía con su escepticismo a cuestas, comenzó a notar situaciones bastante inusuales. Vio que muchas personas caminaban empuñando gorriones (sí, eso, gorriones), y que otras se tapaban rápidamente la boca cada vez que pasaban por algún sitio donde pululaban las moscas. Vio que un jockey, a quien le habían regalado el caballo con el que corría, le pedía a otro que le ayudara cepillarle los dientes al animal, ya que él no podía mirarle los dientes. Y cierto día, cuando mi abuelo se encontraba meditando en una cafetería, luchando por encontrar alguna idea para sus escritos, vio que los coches de la policía pasaban a toda velocidad, en dirección al zoológico del pueblo, pues uno de los monitos había entrado a la oficina del Director y se había hecho con una navaja. Y también llegaría el turno de los bomberos, aquél día en que tuvieron que acudir, apresurados, a la casa de la Sra. Robinson, que tras haber ganado un juicio jubilatorio había tirado la casa por la ventana, produciendo así un accidente grave en la calle y un incendio que por poco no se extendió hacia los vecinos. Y el pueblo entero se vistió de luto el que día en que el panadero amaneció desangrándose en la vereda de su casa; alguien le había dicho que, en vez de andar lamentando sus problemas amorosos, tenía que ponerle el pecho a la bala. Así pues, terminaría falleciendo más tarde en el hospital, al lado de un tipo a quien los doctores le practicaban un lavaje de estómago por enésima vez en la semana, porque, a pesar de las recomendaciones médicas, insistía en seguir tomándole el pelo a la gente.
En cuanto a mi abuelo, que en aquél entonces continuaba luchando por encontrar ideas para sus escritos, nos contó que un buen día cometió el error de dejar volar su imaginación. Y aunque lo extrañamos mucho, parece que no volverá a casa sino hasta que vuelva a encontrarla.

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