martes, 23 de octubre de 2018

Alejandro Insaurralde-Argentina/Octubre de 2018


Grietasque no me cierran


por Alejandro Insaurralde

Grietas que unen y que dividen.

En septiembre de 2017 un terremoto devastó al Distrito Federal de México con sacudidas de 7.1 en la escala Richter, 39 edificios derrumbados, cientos de muertos. Después de aquel sismo devastador ocurrido en 1985, volvió a sacudirse la tierra azteca, con un pueblo que parece endurecer el cuero con cada desastre.
Cuando la naturaleza habla es mejor escucharla, y no sólo por los avisos de alertas, aprovisionamiento y resguardo sanitario, sino por la enseñanza que deja. De estas experiencias traumáticas los mexicanos recibieron lecciones que no olvidarán.
Un terremoto no suele durar mucho, apenas minutos, o incluso segundos. Pero esos pocos instantes de zarandeo, desesperación e incertidumbre parecen siglos en el espacio temporal de nuestra mente. Imaginemos por un momento: se ven grietas en las calzadas, edificios que se desmoronan, objetos que vuelan, miedo, gritos, confusión. Y de esto, los mexicanos aprendieron a sacar lo mejor de cada uno para solidarizarse con el otro.
En Argentina, desde que fue instalado el concepto de “grieta” para indicar diferencias ideológicas, hacemos completamente lo opuesto a los mexicanos: nos dividimos. La política local pasó como un terremoto y no dejó opinión sin derribar, aplastó el consenso, incineró el diálogo, cercenó voluntades, separó amistades de años. Lo mismo que haría un terremoto real, pero en materia ideológica: una enorme grieta partió al país en retóricas y debates interminables. Y aquello que pudo quedar enclenque y tambaleante, se lo devoró la grieta y arrasó la credibilidad hacia buena parte de los funcionarios.
Mis disculpas si parece una verdad de Perogrullo pero los mexicanos reaccionaron de la única forma que se puede cuando se quiere salir de una catástrofe: uniéndose. Sólo así se concentran energías para un objetivo en común. Los alemanes y los japoneses lo supieron bien. Tras la Segunda Guerra Mundial ambos pueblos tocaron un fondo ignominioso, de esos que ponen a prueba el temple, y vieron que no les quedaba otra que unirse y pegar la patada para salir. En Argentina, nos pegamos patadas entre nosotros, es un festival de egos en pugna, un “todos contra todos” digno de un fixture de liga, te pegan por arriba, por abajo, a veces no se sabe de dónde viene la patada voladora, pero te llega. Lo más irrisorio es que te pegan incluso aquellos que comparten tus mismas ideas o vereda política.





Grieta histórica.

Esta división parece tener sus orígenes en los comienzos mismos del país, cuando lograda la emancipación de la corona española, empezaron las luchas internas: Criollos contra europeizados, unitarios contra federales, conservadores contra socialistas, radicales contra peronistas, todas antinomias de una misma matriz litigante que no termina de encajar en la maquinaria republicana. Y hoy, con un gobierno no alineado en antiguos populismos, vemos cómo reaparecen los desórdenes típicos de una oposición que nunca quiere ser segunda, sucumbe ante la falta de poder pero hace sucumbir al que lo ejerce. No es algo nuevo. Hay que reconocer que cuando no gobierna el peronismo  - o sus derivados – nadie se aburre, hay más acción, aparecen saltimbanquis de todo tipo, piquetes, tumultos por acá, por allá y los medios no dan abasto de vender sensacionalismo. El país ingresa en una especie de turismo aventura que en el peor de los casos - ya lo hemos visto - compromete a la vida democrática.  
Entiendo que muchas medidas económicas tomadas por el gobierno de Mauricio Macri no satisfacen a todos, y me sumo a ese descontento. Con éstas políticas económicas más tendientes al liberalismo, es habitual que se responda más rápido a las demandas de una elite que a las necesidades de los sectores más vulnerables. Si tal postergación forma parte de una política de desarrollo sustentable lo sabremos con el tiempo. Pero el malestar existe, y muchos economistas concuerdan en que dicho malestar se debe a medidas poco atinadas.
Por otra parte, algo empieza a revolotear desde otro sector cuestionado: la Justicia, que con “operadores” que manipulan o sin ellos, entusiasma al ciudadano de a pie. Durante los Kirchner la Justicia se venía en caída libre por los “carpetazos”, procesamientos interminables, causas encajonadas y jueces cooptados. Su independencia y eficacia eran una entelequia. Y ahora, un giro copernicano: se aceleran investigaciones por demás, se vulneran pasos procesales, y se superan récords de detenidos por semana. Maniobras raras si las hay, que a juzgar por los resultados agradan a una buena parte de la sociedad pero que tampoco inspiran credibilidad.
Entre los gauchos se dice que cuando se arrebata el fuego de un asado, la carne queda sancochada, es decir, sigue cruda por dentro. Es la sensación que tenemos con tanto “fuego arrebatado” en la Justicia: varios de los detenidos por corrupción están otra vez en libertad por falta de méritos. Como se ve, se apuró el fuego y la carne quedó cruda, no hubo justicia cabal, no se siguieron los procedimientos adecuados. Y si algo de espectáculo nos faltaba, fue la aparición de unos cuadernos – a manera de diario o agenda - en los que se detalla una innumerable lista de cohechos donde la misma ex presidente Cristina Kirchner quedó comprometida. Estos casos tuvieron un despliegue tal en los medios, que por algún tiempo la opinión pública estuvo como narcotizada.  


Rebrotes que “nos brotan”.

En la pasada década, una suerte de culto político se había pergeñado en torno al gobierno de los Kirchner, donde sus acólitos tenían una adhesión rayana en lo patológico, muy característico de los seguidores de líderes mesiánicos. Salpicados por un falso progresismo, reivindicaban todo aquello que consideraban oprimido o postergado: las minorías sexuales, algunos roles y derechos de la mujer y los llamados pueblos originarios. Pero si revisamos la historia, la versión populista vernácula llamada peronismo nunca se interesó por estos ítems, más bien los ignoraban. ¿Por qué habría de importarle al kirchnerismo, surgido de la misma matriz populista? La consigna era sumar votos como sea en una cruzada igualitarista y falsamente inclusiva en concordancia con el marxismo cultural lanzado sobre toda América latina.
Lo más destacable de esta religiosidad manifiesta, era volver a avivar la llama setentista que catapultó a los grupos armados guerrilleros, aquellos “jóvenes idealistas” subidos al tren de un relato que ponderaba el nacionalismo y minimizaba sus crímenes.
La realidad es que a la fecha, tenemos en Argentina un 31% de pobres y eso, representa el fracaso de todos los gobiernos sin excepción. Así no hay República viable, toda posibilidad de madurez democrática queda escamoteada con tantas fisuras sociales.
Argentina pareciera pedir a gritos una catástrofe real para aprender a soldar grietas. Tal sensación se palpa, nada garantiza que aprendamos algo de allí, pero la oportunidad estará. ¿Tendremos que esperar un desastre real y de magnitud para unirnos? ¿Podremos lograr esa unión sin experimentar situaciones extremas? 
La picardía popular se encargó de esbozar ese fulminante anagrama de argentinos - ignorantes, tan revelador que nos pinta de cuerpo entero. Nunca es tarde para deslegitimarlo, pero… ¿Cuándo nos sobrepondremos a ese anagrama? Cada tanto se vuelve imperioso repasar los versos del Martín Fierro, donde por falta de unión “los devoran los de afuera” en un momento donde, curiosamente, no tenemos ninguna amenaza exterior. Son épocas en que sólo el argentino es enemigo del argentino, como lo fue antes. México es toda una lección, y si aquí los kirchneristas, macristas, liberales, socialistas, peronistas, gorilas y otras tantas novedades separatistas no logran un consenso político y cerramos la famosa “grieta”, caeremos en ella. Después, será tarde para pedir auxilios electorales. Sólo habrá desolación y escombros.
No es ilógico pensar también que desde algún ático sombrío de la corporación política, haya un deliberado manejo por mantenernos divididos, y toda esta cuestión no sea más que un espectáculo para la tribuna. Nos quieren “partícipes”, pero deciden todo entre ellos; nos quieren “votantes”, pero no hay estadistas a quién votar, quieren “transparencia” y celebran oscuros pactos a plena luz del día. De ser así, hay grietas que no me cierran.



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