martes, 23 de octubre de 2018

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Octubre de 2018


EL HOMBRE QUE PERDIÓ SU SOMBRA

            Doroteo Espinoza, estaba tan cansado, después de un día de ajetreo inusual dentro de la tienda de artículos de regalo. Era vísperas de Navidad. – ¡Maldita Navidad! ¿Qué tiene de especial esta fiesta para mí? Mi familia está lejos, mis hijos, mi mujer, mis padres. Yo aquí haciendo paquetes de regalo que harán felices a otros y tratando de ganar lo imposible de dinero para enviárselos a ellos para que tengan para sus necesidades mínimas, o bien para que nos radiquemos en este país donde seremos extraños, y a veces hasta resistidos, por el color de la piel y padeciendo de un frío que cala los huesos.
            Doroteo pensaba ésto mientras envolvía un primoroso paquetito navideño de no más de mil pesos. Una vez terminado, se lo pasó a su dueña con una sonrisa que más parecía una mueca - “Siempre sonreír, siempre sonreír,  mostrando los dientes y agregar Feliz Navidad”- era la recomendación del Jefe de Tienda.
            Y de cliente en cliente y de sonrisa en sonrisa fue terminando su jornada de trabajo. Sin embargo, el peso del banano sujeto a su cintura, conteniendo las monedas que los agradecidos agregaban como propina, por su buena voluntad, le aseguraban que después de todo, su día no había sido tan malo.
            Decidió caminar las diez cuadras que lo separaban de su domicilio. Debía despejar su mente de toda la amargura que lo invadía. Una oscura pieza en una población donde las viviendas habían envejecido al igual que sus dueños lo recibió junto al ladrido del regalón de la casa. Pero el no estaba para acariciar perros; al menos por esa noche.  Abrió el candado que guardaba su recinto y en la oscuridad buscó la perilla de una pequeña lámpara de velador. Sin pensarlo mucho se tiro vestido sobre la desvencijada cama, que crujió dolorosamente por un día más de recibir el peso de su enésimo ocupante.
            Doroteo sólo atinó a sacarse sus zapatillas, ocupando sus pies. Y tan pronto se acomodó, cerro los ojos; el cansancio y el deseo de evasión hicieron lo suyo.
            Sintió que su cuerpo iba en caída libre en un precipicio sin fin, de pronto advirtió que algo se desprendía de su humanidad. Le pareció increíble, pero lo supo de inmediato, era su sombra que caía cerca de él. La diferencia era que ella se mostraba feliz, daba volteretas y más volteretas flotando en el aire, en cambio él luchaba con desesperación por asirse de algo. Siempre las alturas le habían producido terror y ahora estaba cercano a la desesperación.
            De pronto, se le ocurrió preguntarle: - ¡Seguro tú eres mi sombra! ¿Por qué estás feliz y yo estoy desesperado sin saber a dónde voy a caer?
            -Bien sencillo - le contestó su sombra, luego de otra alegre voltereta. - Yo siempre estoy feliz detrás de tus problemas, éstos no me afectan. Y  me siento más sabia que tú.
            -¡No puede ser, esto no me puede estar pasando a mí!- Se resistió Doroteo.
            -Mientras no me prometas ser más positivo en tu vida, yo no volveré a ti. -Dijo mientras disfrutaba de otro giro, siempre cayendo. -Y eso será por la eternidad.
            El hombre, no podía creer lo que le estaba sucediendo. No obstante, rápidamente se alojó en su mente la posibilidad que ella tuviera razón. Su amargura se la estaba provocando día a día, azotando su mente con el silicio de las cosas negativas que le tocaba vivir. Intentó hacer un giro igual a los que hacía su sombra. Lo hizo tan rápido y violento, estirando sus brazos e impulsándose con sus piernas para imitarla.
            El dolor que le produjo el porrazo, al chocar contra el suelo, desde la desvencijada cama lo hizo reaccionar, por el ventanuco vio entrar un rayo de sol. Ya no quedaba noche para seguir durmiendo, el trabajo esperaba.

           
   
           

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