lunes, 22 de octubre de 2018

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Octubre de 2018


ABOLENGO

            El gran comedor vestido de gala. Las mesitas coquetamente adornadas. Legítimos manteles de hilo, bordados a mano. Profusión de cuchillería. Ahí estaban los Dixon, los Solingen, otros en plaqué brillante, pulidos a morir y los de mango labrado cual filigrana.  Espectáculo rutilante era la presentación de la vajilla, los juegos de porcelana de Sajonia, Bavaria, Rosenthal, todo el pasado del hotel gloriosamente a la vista. Se quebraba la luz en las copas de muselina en cristal Baccarat, en las Val St. Lambert, en las de Venecia, doradas a fuego, en las Murano, en los licoreros de grueso cristal tallado a mano, los ceniceros de cristal de roca legítimos, los plaqués luciéndose gallardamente. Los Christoffle codeándose con los Elkington y los Reed and Barton. Seguían centros de mesa con juegos de copas vinera elegantemente dispuestas. La prosapia y el linaje eran innegables: Val St. Lambert, Bohemia, Muselina Baccarat...
            Doña Ana Luisa sus pira suavemente. Dolorosamente casi. ¿Por qué la nostalgia invade el gran comedor? Aquí está su chal negro, también las pastillas para que no se ahogue tosiendo y su pañuelito de encaje blanco. Pero, ¿dónde están, el bullicio, la alegría, luz, concurrencia que aún no llenan el recinto? Pero aún es tiempo de contemplar, desgraciadamente  sola, la vitrina colonial Cruz Montt, con la fina porcelana de Bavaria, las traslúcidas tacitas con decoraciones diferentes, algunas de ellas perdidas en el tiempo, quizás desde la última dinastía de los Ming, las que jamás se usaron por temor a trizarlas, recuerda irónicamente Ana Luisa. El gran mueble buffet-platero en roble americano, esos floreros en opalina y porcelana Seledón, las mesitas de arrimo en cada ángulo, frete a espejos de impecable luna biselada.
            ¡Oh, las figuras de biscuit...! Para doña Ana Luisa tienen una encantadora expresión aquellos grupos con niños o angelitos sonriendo amorosamente desde su infancia con sus cuerpecitos regordetes, blancos o sonrosados hasta la última uña del pie. Todo aquello  bajo la luz derramada por las lágrimas de cristal que repetían la imagen multiplicada de los comensales...
            ¡Ana Luisa! ¡Cómo aletean los recuerdos de grandes comidas al regreso de cada viaje a Europa...! Los caminos de la vida no son simétricos como los rombos del parquet en dos tonos, o quizás no eran rombos, sino cuadrados  para alguna misteriosa partida de ajedrez, como aquellas  interminables, entre su marido y su hermano.
            Linaje había en cada partícula que flotaba en el ambiente. Abolengo, distinción, elegancia. De todo eso se disfrutaba en el gran Hotel D”Arelli. Y era su hogar que estaba bajo su mano desde que enviudara de su querido Emiliano. Mantuvo su prestigio  tan brillantemente, como la platería, aquella que refulgía allí dentro de esas vitrinas con marquetería de bronce y cubierta de mármol de Carrara. Luego se encenderían las grandes lámparas y volvería a colmarse el gran comedor. Todos los espacios verían desfilar damas y caballeros elegantes. Ella permanecerá en su puesto tan valientemente como el capitán que no hace abandono de su barco. Pero, cuán doloroso es tener un recuerdo en cada silla, cada mesa, cada adorno, aún aquel pequeñito florero de multicolor de porcelana. ¿Cuántos años hacía que su mano había depositado en él las primeras violetas? Todo ahora es historia. El gran reloj de pie, con campana  de carillón. En el salón el magnífico Steinway and Sons, que ningún afinador vino, nunca más, a arreglar y el jarrón Satzuma y las figuras Capo di Monti. Los muros decorados con los más famosos cuadros que la concurrencia admiraba. Todo y mucho más hasta que la cuenta bancaria paulatinamente fue disminuyendo sus ceros. Impuestos, empleados cada vez más caros y deficientes, alimentación más subida, reclamos. Y luego el modernismo, exigencias. – Pero señora, ¿Cómo puede decir usted que su hotel tiene de todo? ¿Dónde están los baños con agua caliente al lado de cada pieza? ¿Y los citófonos? ¿Y la calefacción? ¡Todo tan anticuado, poco funcional!... Y el hotel se iba desmantelando. Consejos, consejos... Ambientación moderna, le decían, sin suprimir lo artístico. Pero los decoradores modernos movían la cabeza: “Nada superfluo”  era su lema. Horroroso conflicto en sus sentimientos. ¿Arrasar con todo lo que tiene una historia aún tenue como un encaje?
            -Doloroso, es doloroso- se despabiló bruscamente.
            Todas las luces están encendidas. El gran salón y comedor nuevamente repletos...Un señor se adelanta y, frente a ellos saluda elegantemente:

            -Buenas tardes, señora y señores. Se da comienzo al remate del fino menaje del Gran Hotel D”Arelli... 

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