CRECED Y MULTIPLICAOS
Calles
arriba, escalando aquellos gastados, desiguales y roídos escalones. Topándose
con las viejas y destartaladas casas que se apoyan unas contra otras
protegiéndose tal vez de los temporales. Encontrando ventanas ¡Oh desastre! Unas
más arriba, otras abajo, largas, anchas o pequeñas. Muy pocas, con alguna
mísera cortina quemada por el sol, varias empañadas con pintura, evidentemente
piezas de baño. Otras, tipo ojo de buey cómo si algún barco de mala clase
hubiera anclado allá arriba, en pleno cerro. Muchísimas, la mayoría carecen de
vidrios y lucen un plástico que el viento bombea. Tal como la estropeada
escuela, piensa Rosauro Pinto. De ahí proviene su constante dolor de oídos.
¿Pero, puede hacer algo al respecto? Sometido a trabajos, horarios, labores
organizadas en equipo, órdenes de arriba, reformas, informes. Y todo por un
vergonzoso salario que no alcanza siquiera para lucir un par de zapatos nuevos,
el día de iniciación de actividades escolares. ¿Cómo hacerlo, si aún debe a la Cooperativa la ropa
adquirida para la familia, el año pasado?
Ya tenía
perdido el primer entusiasmo, ese que le trajo a estudiar para ser Maestro, con
el aroma del toronjil y yerba buena aún en sus manos y su sol. ¡Su sol que
hacía brotar la tierra en mil frutos de abundancia! Diferente a este pobre sol
que lamía inútilmente el brillo de las piedra y rocas de los cerros que nada
podían producir, y menos aún, alimentar a esos cientos y cientos de pequeños
seres que acudían como revuelto rebaño hasta su Escuela.
Algo de eso
le incomodaba especialmente esta mañana. Queda sólo un mes de clases, debe
hacer entrega de su cargo. Pero, ¡Cuán poco ha podido avanzar...¡ Lo envuelve
un negativo ambiente: Ahí está la muestra, Baeza René, con su inexpresiva cara
de hombre-niño-raro. Cuatro años en cada curso y aún leyendo a tropezones.
González Tuno. ¡El Tuno! Con sus manos plagadas de sospechosos granos; La
repulsión que había sentido Rosauro, al principio, corrigiendo los cuadernos
del muchachito! Se había aplicado todas las desinfecciones posibles, pero el
tal González mejoraba de una parte y reventaba por otra. ¿Tenía culpa si en su
casa jamás se habían preocupado de lavarle alguna vez las sábanas? Demás está
decir que, esos niños comparten el lecho con dos o tres personas adultas. Tampoco
exhibe resultados satisfactorios en sus estudios. ¿Y Parra Beto? Con su
increíble porcentaje de inasistencias... El bribonzuelo de Cangas Eduardo,
lento, lentísimo en asimilar conocimientos, pillísimo en fechorías. Cornejo
Ramón, desvergonzado y exhibicionista. ¿Cómo ponerlos al día? Nivelación o recuperación
es imposible. Reforzamiento. ¿De qué manera si los educandos mal alimentados no
resisten el horario normal y bostezan y bostezan? Los sábados los chicos se
hacen humo. Algunos desarrollan pequeños trabajos remunerados. Salen a repartir
balones de gas licuado por los cerros sobre unos inverosímiles carritos fabricados
por ellos mismos. O a las ferias y mercados a acarrear paquetes. ¡A robar
paquetes! – Es el comentario más frecuente – Ésto le duele como un reproche. ¿O
acaso no debería sentirlo así? Su labor es enseñar y a ello se aplica. Por lo
demás no es suya la culpa si la materia humana con que trabaja se desenvuelve
en ese ambiente. Su trabajo útil abarca el momento presente sin poder pronosticar
que unas horas después de la jornada, ese rebaño olvide las enseñanzas. La
calle es su maestra natural y a ella vuelven siguiendo sus propias tendencias o
asimilando las del ambiente en que viven. Sus hogares no son modelo de virtudes.
Padres alcohólicos, vagos, madres ausentes, empleadas domésticas, lavanderas,
descalcificadas, ignorantes, enfermas. Y por todas partes, miseria, miseria, miseria...
Además, en familias tan numerosas siempre existe alguno en el hospital.¡ Oh,
esta viña del Señor que la ha caído en suerte! ¡Si hubiera menos niños y más elegidos...!
No todo es tan terrorífico. Un apreciable número proviene de familias igualmente
pobres, pero con algunas normas de orden, respeto y aseo. Se preocupan de su
presentación y están mejor alimentados.
Esta mañana
dictará clases a las niñas, y a los chicos en la tarde. ! Una sola escuela para
tantos niños venidos de cerros diversos y también de las quebradas más
inaccesibles. Frutos de la pobreza –Más prolífica cuanto más mísera- Crece como
la maleza que bordea los barrancos. Esa increíble maleza abonada con toda
suerte de desperdicios, desagües, papeles sucios y tarros viejos. Si por lo menos
Rosauro tuviera un curso normal de cuarenta o cincuenta chicos, a lo sumo, pero
en la sala hay ¡noventa y seis! y los de atrás, de pie por falta de bancas...
Servicios higiénicos sucios, destrozados y obstruidos... Patios formados por
laderas naturales donde es frecuente que en cada recreo queden chiquillos
sangrantes por los peñascazos que se lanzan a distancia... ¡Sí! ¡Creced y multiplicaos!
¡Pero solamente los mejores...!
Ante el Libro
de Asistencia frunce el seño. Las mismas ausentes del martes han seguido hasta
hoy jueves, sin venir a clases. Deberá notificar a las madres para que justifiquen.
Son más o menos once niñas de trece, once, catorce, quince y hasta diez y seis
años que escapan a la prueba escrita de matemáticas que les tenía preparada para
hoy. Apenas saben leer y escribir, son procaces y atrevidas, aún más que los
muchachos. ¡Qué cosas aprenderán afuera!
A mediodía
aparece la madre de una de las chiquillas. Ante su reclamo, la mujer lo mira
extrañada.
-¿Las dos
niñas no han asistido a la escuela? ¡Claro que no! ¿Acaso usted les va a dar el
dinero que pueden ganar estos días que está la Escuadra extranjera en el
puerto? Son quince bocas que llenar en mi casa, señor Profesor. No pueden
perder la oportunidad por ir a sentarse
a su cochino banco de clases. ¿No le parece?
Es cruel oír
esto. Más doloroso saberlo de la propia madre. ¿Qué puede sacar él con un
sermón? Setecientos pesos por cada dólar al cambio oficial. Quince bocas
hambrientas, y el padre que jamás se sabe dónde está. Menos cuando se le
necesita. Puede que esté tras las rejas. Además en esas familias hay diferentes
padres...Son demasiados problemas para que los soluciones tú, modesto
profesor... ¡Chicas de once y doce años...!
Recuerda a la
joven colega que despidieron el año pasado. Tan inexperta como él cuando se
inició, hacía diez años. Su tono afectivo fue impactado al descubrir cuanto
frío sentía una pequeñita abrigada con una andrajosa polera de manga corta en
pleno invierno. Ella se había apresurado traer de su casa, ropa de sus propios
niños con la que vistió de cabeza a pies a la rapaza, quien no asistió a clases
al día siguiente y al subsiguiente apareció tan andrajosa como antes... ¿La
ropa? Su madre salió a venderla por los cerros en algunos dineros para comprar comida.
Esos dineros hacían mucha falta en la casa. Ocho niños más las tres guaguas de
su hermana...
Por lo menos
en las clases de la tarde se siente en comunicación más directa con los
muchachos. Casi los encuentra mejores. Hay algunos tan sufridos, como esos, por
ejemplo, los que se quedan tranquilos en la sala mucho después de haber sonado
la campana al término de la jornada. No manifiestan prisa alguna por regresar a
sus casas. Temiendo quizás el ambiente desolador que les espera. Remuerde la
conciencia aplicar algún castigo a esos niños después de haber leído el Informe
Social de ellos...
¿Debía o
podía él flaquear en esta misión tan noble? Por lo demás, ¿qué coeficiente
mental se le puede exigir a un niño desnutrido, con vocabulario elemental,
conceptos limitados y estados de conciencia solamente maquinales? Cuanto más
faltos de protección se encuentran los niños. ¿No es deber del maestro
ampararlos?
Se propone
firmemente dedicarse aún más. Ayudarlos, guiarlos, olvidar. Olvidar, ignorar
cosas que vive, palpa sufre junto a ellos...Esta tarde enseña con le alma
puesta en las palabras. Mucho más allá de la hora explica a los rezagados, a
los torpes, tercos, huraños. Casi siente cariño por el niño sucio, por el
badulaque, el flojo, el niño hombre y tantos otros a quienes reúne para
ponerlos al día a costa de su descanso. No importa. Mañana no habrá clases con
ellos y tendrá el fin de semana para reposar. Además, mañana será día de pago y
deberá salir disparado para cancelar las cuentas. Luz, agua, gas arriendo,
almacén, farmacia, zapatería...Apenas alcanzará el sueldo a calentarse en el
bolsillo. La vida del empleado es así y no puede él modificarla...
Al día siguiente
Rosauro está nervioso por partir. La mañana es corta y los bancos están llenos.
Regresa a su escuela para firmar los libros y sale de prisa. Toma el bus para
comenzar a efectuar los pagos. Primero el arriendo. Busca la billetera.
Palidece. Registra los bolsillos. Mira desesperadamente el suelo. Nada, Baja.
Vuelve a la escuela. Nada encuentra. Nadie ha visto nada. Cada colega esta
preocupado de su propio y único sueldo. Una agonía de espanto lo aprisiona...Vuelve
al banco. El cajero tampoco ha visto nada. Ninguna billetera. Él cambió los
cheques a todos los profesores. Habría que esperar el arqueo por si acaso.
Avise a la policía mejor. ¿La policía? Rosauro se espanta. Jamás ha andado en
tales diligencias. ¿A quién va a denunciar? Pero en su desesperación acude a la
comisaría más cercana y estampa su denuncia. ¿Un robo? El oficial de guardia no
se inmuta. Es lo más corriente en días de pago Deje todos sus datos. Su nombre
y el teléfono. Espere en su escuela por si lo llamamos. Rosauro Pinto sale de la Comisaría con una
amargura negra y hostil.
Su angustia
toma el estado de inquietud deprimente que abate sus funciones vitales. No
tiene valor para ir hasta su casa con las manos vacías. En la solitaria Sala de
Profesores todo el rencor del mundo hierve en su corazón...Una emoción
defensiva que concentra el miedo a sí mismo y su contrapartida, la cólera como
emoción ofensiva que lo lanza fuera de sí dispuesto a atacar.
El arqueo del
cajero arroja resultado negativo para él. No. No sobra ningún sueldo... ¿A quién
recurrir? ¿Cómo pagar ahora? ¿Y de qué va a vivir su familia durante el mes?
¡Oh gran Dios...! Pasan las horas sin traer soluciones.
Cerca de las
seis suena el teléfono de la escuela.
-¿Señor
Pinto? Hemos arrestado unos carteristas. ¿Podría venir a reconocer su
billetera?
Rosauro Pinto
no sabía cuan rápido podían correr sus piernas... No se normaliza su
respiración cuando el Comisario lo hizo entrar.
-¿Ve este
saco? Hay ocho billeteras recuperadas en él. Describa la característica y la
cantidad exacta que contiene la suya y vea, ahí, en el patio de guardia están
los mafiosos. Reconozca alguno...
Y entonces...
¡Oh Rosauro! Tu corazón se encarama de una impresión a otra...Porque ahí están...
Ahí los tienes...Baeza René, Cornejo Ramón, Parra Beto, González Tuno, Cangas
Eduardo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario