Claudia Schvartz responde “En cuestión: un cuestionario” de
Rolando Revagliatti
Claudia Schvartz nació el 3 de diciembre de 1952 en Buenos Aires, donde reside,
capital de la República Argentina. Es dramaturga y actriz (interpretó monólogos
teatrales de su autoría). Publicó el volumen de cuentos para niños “Xímbala” (1984), el de ensayo “Miyó Vestrini o el encierro del espejo”
(2002, Editorial Blanca Elena Pantin, en Venezuela), y otro con prosas, “El papel y su futuro” (2015). En 2018
apareció su nouvelle “Nimia”.
Poemarios editados: “La vida misma” (1987),
“Pampa argentino” (1989), “Tránsito es nombre” (2005), “Ávido don” (2008; Mención del Premio
Nacional de Literatura 2001), “Eólicas”
(2011) y “Alcanfor” (2018). “Ávido don” fue traducido al francés en
Quebec, Canadá (2015, Éditions de la Grenouillère) y al portugués (2016,
Poética Edicioes). Fue incluida en antologías de su país y del extranjero.
Tradujo, entre otros, “Sonetos y elegías”
de Louise Labé, “Cementerios: la rabia
muda” de Denise Desautels, “La
libertad del espíritu” (textos de Paul Valéry y Antonin Artaud), “Tú, mi único” (antología de poesía
femenina provenzal). Citamos, de las diversos volúmenes que compiló, “Antología de la poesía erótica” y “Nueva antología del amor”.
“Nací en noche de tormenta y antes de lo pensado el 3 de diciembre de
1952. Al llegar, conocí a mi familia. Y después, en mi segundo año, nació mi
hermana, quien me transformó en la hermana del medio. Mi abuela fue esencial en
mi vida puesto que mi brillante madre durante su tercer embarazo comenzó la
carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue siempre una
presencia esquiva. Fui alumna mediocre, lectora, muy ocupada en pasar
desapercibida en familia de gente muy brillante. Estudié italiano con Marcella
Milano. Primaria, en la Escuela Normal nº 4. Secundaria (e idioma francés), en
el “Lenguas Vivas”. Egresé en 1970.
A los catorce años viajé a Tilcara [provincia de Jujuy, la Argentina],
fundamental en mi existencia. Viajes sucesivos anuales.
A los quince años, viajé a Paris, La Sorbonne, curso de idioma in situ. Allí conocí a gente talentosa;
varios, desaparecidos, como Irene Claudia Krichmar, Gloria Correa. Sobrevivimos
Gustavo Vainstein y pocos más.
Primer trabajo, con Oberdan Caletti. Luego en “Fausto”, librería
fundada por mi padre, el gran editor y librero Gregorio Schvartz (Siglo Veinte
y otras editoriales).
16 años: Clases de teatro (para vencer la timidez, según mi madre) con
Heddy Crilla y Lito Cruz.
A los dieciocho, Sergio Rondán nos lleva a estudiar con Alberto Ure, y
marxismo con Raúl Sciarretta.
A los diecinueve me caso con Adolfo Dorin, compañero de teatro.
Empiezo a realizar traducciones y correcciones para las editoriales de
mi padre.
Imparto clases de teatro para niños y adolescentes junto a Juana Droeven.
En 1975 nace mi única hija, Lucía maravillosa.
1976: Mi hermana Marcia parte al exilio. Desesperación y Miedo. En mi
hogar, quema de libros y ausencia.
A los veinticuatro, separación violenta. Depresión.
1978: Trabajo en periodismo amarillo. Proyecto demente, un
largometraje dirigido por Miguel Bejo, argumento de Bejo y Jorge Hayes (quien
interpreta al personaje protagónico), Román García Azcárate colaborando en el
guión con los ya citados, textos de Edgardo Cozarinsky, y entre otros actores,
Ingrid Pelicori, Rubén Szuchmacher y Jorge Rey. Actúo y produzco. Nunca me quedó
claro el título de la obra (los tuvo alternativos). Algo así como “Vito Nervio
y las fuerzas oscuras del mal”. Aunque confirmo ahora que oficialmente quedó
“Beto Nervio contra las fuerzas del mal”. Genialmente peligrosa. Una parte de
los participantes emigraron.
1979: Viajo a Barcelona a ver a Marcia con mi hijita de tres años.
Decido quedarme. Espero carta de Adolfo Dorin. Dice que se queda con la nueva
esposa. Residirán en París. Lucía ya tiene una hermana.
Además, el mundo de mi hermana en una Barcelona que ya no existe más.
Escribo “Xímbala”, libro de cuentos
para chicos.
1980: Viajo a París a dejar a Lucía con su papá durante un mes. Me
encuentro en Roma con amigos. Conozco al hombre imposible, Andrzey Sliwowsky,
un científico franco polaco. Nos mudamos a París. Trato de sacar los papeles de
inmigración, inútilmente. Hago traducciones, correcciones, formo parte de
varias películas francesas. Curso de teatro con la profesora Vera Gregh.
1982: Llegamos a Buenos Aires el 30 de marzo. En Plaza de Mayo,
primera manifestación obrera contra la dictadura, varios muertos. Dos días
después, declaración de guerra. Camino locamente por la ciudad, desesperanza,
nadie en sus cabales. Lucía va al colegio, rápidamente recupera la escritura en
castellano.
Empiezo época de actuaciones titerescas: Kiki La Plume, Reina del
Bambo, La Niña de la Giba, Mossquito, La Papusa, etc. Café Einstein, Teatro
Espacios, Teatro Cervantes. Los Redondos. El Hilván es un Estilo (teatro
patrio). Actuaciones en varios bares y cafés que ya no existen.
Publicaciones en revistas, diarios, suplementos.
En la revista “Fausto”, 2ª época, secretaria de redacción. Duro poco,
al comprender que si seguía allí, rodeada de adulaciones, me iba al carajo como
posible escritora.
Sigo fracasando en cine, teatro y vodevil. Sin amor.
Escribo publicidad radial y otros, deferencia de mi hermana mayor,
para parar la olla.
Empiezo análisis. Dejo el teatro con gran esfuerzo. Época demencial de
enorme sufrimiento.
Tengo que parar la olla. Entro a trabajar en la librería “Fausto”, de
lo que huí todo lo posible. Escribo, escribo...: bodrio tras bodrio.
Ya estoy viviendo con Lucía en una casa chorizo por Villa Crespo. Caminatas
barriales. Escribo “Pampa argentino”.
También reúno papeles en “La vida misma”.
Amistad con Ricardo Zelarayán, con Ricardo Carreira. Y desde 1984, a
través de Ure, cuando ensayaba “El campo”, la pieza teatral de Griselda
Gambaro, amistad con ella. Allí comprendí profundamente mi interés por el
títere. Y después, todos los personajes que creé fueron a partir de ese yo
títere que siempre me asombra.
En 1993 muere mi Nonna. Encuentro refugio en el Tigre, al fondo del
río Carapachay. Sola pero, como nunca, en paz.
En 1994 edito (Editorial Leviatán) mi primer libro, “El corazón disparado”, de la brasileña
Adélia Prado, que tradujimos Fernando Noy y yo. Librera en el día a día.
Empiezo a traducir a Louise Labé. El libro será publicado en Venezuela
por el sello Angria: “Sonetos y elegías”.
En 1998 nace Clara, mi primera nieta. Después nacieron Pedro y Theo.
En 2001 conozco a Gerardo “Pico” Manfredi, en una lectura a la que me
invita la poeta Alicia Gallegos. En diciembre fallece mi padre. A mediados de
2002, cumpliendo la promesa hecha a él, y con el apoyo de mi madre, comienzo a ser la editora
responsable de Editorial Leviatán.”
1: ¿Cuál fue tu primer acto
de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
CS: A los cuatro años inventé la palabra embustera.
De a poco fui comprendiendo.
2: ¿Cómo
te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la
velocidad, con las contrariedades?
CS: A medida que el tiempo ha pasado, mi relación con la lluvia fue cambiando.
Me encantaba caminar bajo la lluvia, chica, joven… algunos momentos deliciosos están
ligados a la lluvia en mi infancia. Entrar en el mar bajo la lluvia, quedarse
en el agua más tibia que el aire mientras en la playa, ya nadie… Tal vez en la
orilla solo mi nonna que urgía para que saliéramos… una infancia con hermanas,
claro. Después me volví cauta, responsable. Los truenos y los rayos pegaron más
cerca, tal vez. Conocí en los cerros a una muchacha aterrorizada con la
proximidad de la tormenta. Una mujer-pila que se había salvado por un pelo.
Pero se agravó la
naturaleza, ¿no es cierto? Todo fue muy rápido. Se talaron los grandes bosques,
se envilecieron los mares, la atmósfera se llenó de petróleo, se perforó la
capa de ozono y también está lo nuclear, las fisuras desagotan en los mares y
el agua es una sola, como se sabe. Cosas graves aprendí a medida que envejecía.
El mundo fue cambiando violentamente en ese breve interín. Ahora cunden nuevos
lenguajes en los que soy analfabeta. La velocidad ha devorado el mundo que
conocía. Lo que dejamos a los más jóvenes es aspaviento, una consistencia que
ellos deberán descubrir. Es decir, sin aquella consistencia. Muchas veces,
comiendo, me pregunto qué es lo que mastico. Convivir con el peligro, podría
llamarse esta civilización en la que resistimos, sin embargo.
3: “En
este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”,
por ejemplo, William Faulkner y su “He
oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
CS: La comparación con Faulkner es fallida a mi entender. Un novelista es un
constructor.
Cuando logro un
poema largo o corto, y lo siento logrado, por supuesto hay un trabajo, pero
sobre todo una confianza extrema en la adherencia y la inmersión. En ocasiones,
un tema para llegar a ser requiere descartar íntegra la primera composición,
que resultó rígida —por ejemplo— por otra donde el tema ha decantado y corre
respirando libremente, superando la primera redacción en profundidad y ritmo.
El tiempo juega un papel importante. Antes un escrito descansaba en el olvido
hasta que volvía a aparecer casualmente,
muchas veces.
4: ¿De qué artistas te
atraen más sus avatares que la obra?
CS: Tengo una pésima memoria. Los sucesos en la vida de las personas no sé si me
interesan demasiado. Realmente no puedo recordar a ningún autor por sus
hazañas. Si las he conocido fue a partir de la obra: Louise Labé, Francois Villon,
William Shakespeare siempre son enigmas… Emily Brönte… a todos los leí antes y
después de conocer algún hecho de su biografía. Por ejemplo, Jane Austen le
pidió a su hermana Casandra que destruyera todas sus cartas. ¿Prudente, no es
cierto? Italo Svevo, James Joyce… en fin. Literatura. Tampoco soy chismosa con
mis amigos. Si me querés contar algo lo escucho y no lo suelo comentar por ahí.
Queda entre nos.
Y si pienso en la
literatura argentina, de inmediato se mezcla con la historia de modo
inseparable. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo. Domingo F. Sarmiento, el más
miserable de todos y grande, sin embargo. O Lucio V. Mansilla. Puro siglo
diecinueve, eh? Con Griselda Gambaro charlamos mucho de plantas, libros,
lecturas, recuerdos, política… y le cuento cosas que me pasan. Tiene una forma
de escuchar que me resulta fundamental.
5: ¿Lemas,
chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
CS:
Una frase del Viejo Bribón que me gusta repetir: “Adelante con los faroles.”
Creo que no tengo otra. O están tan
incorporadas que no las registro. También, “Tengamos
la fiesta en calma”, que da cuenta un poco, del tenor violento que conozco.
6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente—
estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de
perplejidad?
CS: ¿Estremecimiento? ¿De placer? Odilon Redon. Un
pequeño óleo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El estremecimiento incluye
contradicción, oxímoron si se quiere. O un abanico de sensaciones que no
permanece inmóvil. Siendo así: Un pequeño autorretrato en verdes y azules de Vincent
Van Gogh que sólo vi una vez. Parecía que Vincent se asomaba a una ventanuca,
solo para mí. Las esculturas en madera talladas por Paul Gauguin. Un cuadro de
Marcia Schvartz, entre los muchos de ella. Algunas esculturas de Juan Carlos
Distéfano y otras de Norberto Gómez. Y siempre vuelvo a las pinturas de Cándido
López. Y me gusta la pintura de Jorge Pirozzi.
Emily Brönte sí, me estremece. La
leí muchas veces, año a año. “Alicia en
el país de las maravillas” fue una de mis obras preferidas durante mi
juventud. Otra obra que me encanta recorrer es “Ulises”, de Joyce. Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear.
O el horrible Ricardo.
¿Perplejidad?: Nikolái Gógol.
7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o
menos protagonista y que nos quieras contar?
CS:
Tengo gran vocación por el ridículo. Si recuerdo
alguna situación específica más allá de la natural cotidiana ridiculez que padezco,
la contaría con detalle. Pero mi mala memoria me juega pasadas tremendas.
8: ¿Qué te promueve la noción de
“posteridad”?
CS:
No llegaré. Esa es una certeza tranquilizadora.
9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te
aplastan?
CS: Yo
misma soy mi rutina. Me recorro con espanto. Muchas veces. Otras, puedo ponerme
a salvo de mí misma. Escribir es la única manera en que salto el límite y logro
sustraerme de mi deficitaria clave. Eso, o leer. Esa fascinación del
descubrimiento de un libro, que en mí fue sobre todo en la adolescencia, la
pubertad incluso, cuando eso sucede, oh maravilla, todo se silencia y solo existe
ese mundo extraordinario.
10: ¿Para
vos, “Un estilo perfecto es una
limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus
Barga? Y siguió: “…un estilo es una
manera y un amaneramiento”.
CS: ¿No
será que una es su propia limitación? Tal vez esa limitación sea el mundo que
se relata, esa obsesión. La perfección es una búsqueda abrumadora.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor
indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te
hartan instantáneamente?
CS: Creo
que la indiferencia política es lo que me resulta violentamente insoportable. Lo
considero el rostro más peligroso del capitalismo.
Lo deshumanizado.
Y los estúpidos del arte,
insoportables negociantes.
12: ¿Qué postal (o postales)
de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
CS: A los trece
años, o tal vez catorce, fui aceptada en un grupo del Colegio Nacional Buenos Aires
que viajaba a Tilcara. Se estaba trabajando entonces en la recuperación
arqueológica del Pucará. Mi madre, Hebe Clementi, era una de las profesoras
elegidas por el grupo de alumnos, y ella me “coló”. Aprendí muchas cosas, como
dije. Por bastante tiempo dejé, con tristeza, de ver a esos antiguos
compañeros, a los que, sin embargo, guardé en el corazón. Ese viaje se repitió varias
veces. Cada viaje es otro viaje, pero el sentimiento del cerro, esa soledad y
esa amistad con la piedra y su música, su virtud, creo que es algo insustituible,
un baluarte en mi vida. Y aparece siempre en lo que escribo, una de mis casas.
13: ¿En los universos de qué
artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras
elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como
personaje o de algún otro modo?
CS: Ese sentimiento corresponde a mis
lecturas de la pubertad. La primera adolescencia. Hubiera querido que nunca se
terminaran los tres libros de Italo Calvino que aparecen bajo el título
“Nuestros antepasados”: “El vizconde
demediado”, “El barón rampante” y
“El caballero inexistente”. Todas
delicias. Otro, “Orlando”, de
Virginia Wolf. Y de todavía más chica, algunos de Julio Verne, “Un capitán de quince años”, por
ejemplo. Y un libro de historias de piratas, de un famoso autor cuyo nombre
ahora no recuerdo. Más tarde, Carson McCullers, Clarice Lispector, Sara Gallardo.
Y ah, el Alejandro Dumas de mi niñez. Y otra cita es “Cumbres borrascosas”, de Emily Brönte, que no sé cuántas veces he
leído, a decir verdad.
No sería personaje de ningún libro
ajeno. Bastante con una misma.
14:
El silencio, la gravitación de los
gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la
intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con
algún criterio, orientación o sentido?
CS:
Los gestos son fundamentales en mi modo de
conocer las relaciones entre y con las personas. Un pequeño gesto me devuelve
la memoria, a veces. Siempre es revelador, un entramado de relaciones permite
la lectura a partir de un pequeño gesto.
El silencio puede ser una larga
conversación. O seco como un golpe en la mandíbula.
No he tenido sorpresas agradables. No
recuerdo ninguna, al menos. Prefiero que se anuncien.
Fervor… creo que conozco. La
intemperancia, también. Muy dolorosa.
En cuanto a la oscuridad, tengo una
relación próxima e intensa; sin embargo, soy del ojo más que del oído, del
tacto más que del olfato.
15: ¿A qué artistas en
cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna,
la causticidad… destacarías?
CS:
Yo quitaría el ingenio de esa lista. Sin ingenio,
no hay arte. Puro tedio. La lista cunde hacia la ironía, ¿no? Quisiera nombrar
a Juan Carlos Onetti, que es un trágico, pero domina todos esos matices agudos.
Lamborghini, ambos (Osvaldo y Leónidas). Alberto Ure. Susana Thénon. Y Mijaíl
Bulgákov. Anita Brookner, también. Y Flannery O’Connor.
16: ¿Qué apreciaciones no apreciás?¿Qué
imprecisiones preferís?...
CS:
El narcisismo elevado a la sordera me saca de
quicio. Prefiero las conversaciones donde se decanta lentamente el sentido
preciso, precioso. Conversaciones son diálogos. Y necesitan tiempo, interés por
el otro, y algo de memoria.
17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere
a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas
que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
CS:
Valorar es un verbo un poco retorcido. Las
personas que quiero son muy valiosas para mí porque hacen a mi confianza, a la
valoración de mí que me sostiene en pie. Después hay gente muy socialmente
valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no tengo nada en común con esa gente
pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante poco curiosa. Hay gente que
quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones, pierdo la presencia de ánimo.
Sobre todo cuando conozco en carne propia ese desprecio del que habla tu
pregunta.
18: ¿El mundo fue, es y será
una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en
su tango “Cambalache”?
CS:
Hay muchas corrientes por navegar, por suerte.
Hay que ver a qué mundo querés “pertenecer”. Y cuál es tu tabla de salvación.
Muy chiquito, muy grande… Beber champán en idioma extranjero o apacibles mates
camperos. Todo lleva al mismo sitio. Incluso puede convivir si la porquería es
verdaderamente arte.
19: Por la fidelidad y entrega
a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los
ámbitos) te asombran?
CS:
Antonio Porchia. Edgardo Antonio Vigo. Antonio Berni.
20: ¿Qué te hace “reír
a mandíbula batiente”?
CS:
Algunos comentarios de mis nietos, cuando cada
tanto logro encontrarlos reunidos. Y si se suma alguien más de la familia,
mejor.
21: ¿Cómo
afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos
o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
CS:
Lo acepto como un querido fracaso más.
22: El
amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando
con esos tópicos?
CS:
Cosas bastante dispares…; el amor y la
contemplación podrían ser parte de una misma cosa. Como hipótesis. La política
y la religión también por caso. Dinero, siempre poco.
Ardua conquista, ser.
23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos
coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas
teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
CS:
…tal vez no fueran artísticas, ¿no? Tal vez
fueran solo divertimentos. Prefiero la literatura, sobre todo. A veces veo
cosas fundamentales. Iris Scaccheri bailando será un recuerdo hasta el último
día. Si es insufrible me levanto y me voy. Por eso los clubes de teatro, con su
estructura tan expuesta, me resultan claustrofóbicos. Quiero decir también que
cuando no se va al fondo, no pasa nada. Por eso consumo poco.
24: ¿Qué calle, qué
recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu
adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?
CS:
Nací en la calle Bacacay, detrás de las vías del Ferrocarril
Sarmiento, en Flores. Un edificio no muy alto, y nosotros vivíamos en la planta
baja. Arriba vivía doña Amanda, que era una morena hermosa. Había tenido
varones y le encantaba una casa con tres nenas. Un jardín había en casa y en el
fondo casuarinas y una hamaca de vaivén y el canto del ferrocarril.
Más arriba vivían los Calviño, con su
hijo Jorgito, que salía apenas. Una pareja grande, sus padres se habían casado
por decisión de los espíritus de sus ex cónyuges en la Escuela Científica
Basilio. En la planta baja, adelante, vivían los Scarfó. Eran tres chicos de
más o menos la misma edad nuestra. Jugábamos en la vereda, pero seguramente
poco. Enfrente había un pequeño taller de un zapatero, siempre con mucha tarea.
En la esquina, un antiguo almacén de los de a granel y en la vidriera una
publicidad de Puloil o de jabón en polvo, ya entonces descolorida, verde
clarito…; era un mensaje discriminador, pero el dibujante había puesto gracia inolvidable.
En ese entonces por el barrio venía la panificación a caballo, y hasta recuerdo
al lechero con su vaca y el ternero. Duró poco pero pude ver ese carro lleno de
tarros de metal esperando el regreso del lechero, el caballo girando la cabeza
con sus orejeras y una especie de bolsa llena de algo para comer, para que no
se distrajera de la ruta que conocía de memoria.
Pero los Scarfó, decía: el padre de los
chicos era un hombre inmenso, con gran chambergo oscuro y un traje cruzado, a
la usanza. Era el hermano menor de América, la novia de Severino Di Giovanni
[1901-1931]. A la madre de los chicos no la recuerdo, solo sus gritos desde
adentro de la casa. Jugábamos en la vereda de Bacacay todos los pibes. De los
tres, sólo sobrevivió el mayor. Eran hermosos todos, muy inteligentes. No nos
asustaba la fama anarquista, porque algo del tema también conocemos: tenemos
pariente anarquista. Mi abuela Fanny Kulichevsky y Simón Radowitsky [1891-1956]
eran primos.
25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?: “La visión, el
bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el
sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el
desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar,
por ejemplo, una microficción.
CS:
¡No!... Rechazo esta pregunta por barroca y
pedigüeña.
26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme
de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde
mueren las palabras?...
CS:
Una buena pregunta. Al pie del patíbulo. Y la
literatura idisch también esto lo pondría en duda.
27: ¿Podés disfrutar de
obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas?
¿Pudiste en alguna época y ya no?
CS:
…en una época juvenil era muy obediente a lo que
“había que leer”. Después comprendí que cierta angustia se disolvía si
abandonaba la lectura de Yukio Mishima, por ejemplo.
28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la
decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo
que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y
luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
CS: Tengo un largo entrenamiento en
decepción. E igual no he podido dejar de esperar incluso con la certeza de que
era un callejón sin salida. Por supuesto, cuando un amigo te deja en banda, no
solo duele.
29: No concerniendo al área
de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
CS: Algunos gestos de valor y renuncia. Y
sobre todo, el coraje que no hace alharaca.
30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos
de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos.
¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a
ellos acorde a la gravitación?
CS: Soy emocional, dicen. Mi lectura del
mundo está teñida por esa mirada. Pero no sólo: a veces, gestos que consideraba
de camaradería o entusiasmo fueron leídos como extemporáneos o incomprensibles
y mancharon para siempre complicadas redes de relaciones. Pero no aprendí mucho
de la experiencia y repito algunos errores que dicta el entusiasmo.
31: ¿Qué artistas estimás que han
sido alabados desmesuradamente?
CS: A mí me gustaría que artistas
importantísimos, que nutren la base de muchos otros artistas —y son tan poco
poquísimamente nombrados incluso por quienes los leen y conocen— fueran más
conocidos, más leídos, más nombrados. Ricardo Carreira, Juan Andralis, Vigo. A
Luis Thonis, a Liliana Guaragno, a Noemí Ulla. Otra desaparecida: Susana Cerdá…
Soares, el gran cuentista. Y hay muchos más.
32: ¿Acordarías,
o algo así, con que es, efectivamente,
“El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito
lindo” de Luisa Futoransky?
CS:
Acordaría, sí, con Luisa.
33: ¿El
amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo
vespertino, la noche plena o la madrugada?
CS: Una mañana que llegue a la tarde, sería
perfecta. Si hay mediodía, almuerzo, siesta…: bajón asegurado. A veces, la
madrugada solitaria, exquisita. Pero todo según el para qué. El anochecer me
gusta: las luces se encienden y las casas se habitan. Es momento de dar una
vuelta por el barrio.
34: ¿Qué dos o tres o cuatro
“reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las
artes nos propondrías?
CS:
Soy solitaria, disculpá! Seguramente no asistiría
aunque me invitaran.
35: Seas
o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
CS: Resistencia.
*
Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Claudia Schvartz y Rolando Revagliatti, 2019.
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