Carlos Enrique Berbeglia: sus
respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Carlos Enrique Berbeglia
nació el 11 de marzo de 1944 en la ciudad de Villa Mercedes, provincia de San
Luis, República Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado
en Filosofía (1970; convalidado en 1977 por la Facultad de Filosofía y
Ciencias de la Educación
de la
Universidad Complutense de Madrid, por la que se recibe de
Doctor en Filosofía y Letras en 1986) y Licenciado en Ciencias Antropológicas
(1974) por la Facultad
de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires (1970). Ha ejercido la docencia y
actuado como jurado y evaluador, además de cargos directivos en varias
facultades de diversas universidades. Numerosas son las becas y otras
distinciones que le fueran otorgadas por instituciones nacionales y
extranjeras, así como sus participaciones en Congresos, Jornadas y eventos
catedráticos y literarios. De sus libros de carácter filosófico-antropológico
citamos “Vida, interpretación y
sufrimiento” (1981), de los de carácter socio-filosófico, “La avenida más ancha del mundo” (2009),
y de los que ha sido coordinador y autor elegimos “Nosotros, los otros” (2000), “Comprensión
y tolerancia. Propuestas para una antropología argentina” (2007). Publicó
los volúmenes de cuento “Decálogo
tercero”, “Margen obligado”, “Anclaje en los sueños”, “Reflejos sucesivos”, “Alternativas de la emancipación”; uno
de fábulas: “Moralinas inhóspitas”;
tres de dramaturgia: “Muñecos de pelusa y
azafrán” (siete obras “teatrotiriteras”), “Nacido a destiempo”, “Imperátor”;
también las novelas “Ventanas de acceso”
y “La villanía heroica”. Sus
poemarios socializados entre 1983 y 2015 se titulan “Ráfagas de luna”, “Tardes en
el paisaje y hombre”, “Fuego sin
dioses”, “Tarde crepuscular posible”,
“Correspondencia
abierta”, “Continuidad
en los modos”, “Las horas del himno”,
“Revelaciones del tiempo”, “Los terracota y polen”, “Pantomima y desierto”, “Proximidades lejanas”, “Penumbra sin voz y luminosa voz de vos”,
“Amaneceres vedados al tiempo” y “Veladuras y pliegues”.
1 — ¿Cómo nos presentarías una
cierta reseña berbegliana?
CEB
— ¿Por qué motivo interesan las biografías? Pareciera como si la lectura de
cualquier pieza literaria, una novela, un conjunto de cuentos o poemas, una
obra de teatro estuviera incompleta en nuestro conocimiento si no la
acompañáramos con datos del autor, aunque escasos, que detallaran algunos
aspectos de su vida sentimental, si fuera posible, e, igualmente, los hitos más
importantes de su trayectoria literaria (o musical, o plástica). Por supuesto
que también abundan otro tipo de biografías, como las deportivas o las
políticas, pero importan, a sus lectores, de otra manera, porque también son
distintos los intereses con los que las leen.
Las respuestas son variadas, pero, en mi opinión hablan de la curiosidad
que, usualmente, se siente por quienquiera haya trascendido, aunque
mínimamente, los duros cercos impuestos por el anonimato cotidiano, y ofrezca
la posibilidad de interiorizarnos de algunos de sus pasos, bien para
interpretar con mayor grado de certeza aspectos de su obra o por un simple afán
que no va más allá del puesto cuando escuchamos a un amigo contarnos sus
desavenencias familiares o de otra índole.
Un capítulo, no aparte, sino paralelo,
son las autobiografías; la diferencia fundamental con las primeras radica en su
dependencia de la voluntad del autor por darse a conocer. Por ende, los datos
que allí vuelque, deben ser cribados con más detenimiento que en el caso
anterior previos a su aceptación, porque la carga de subjetividad, e intencionalidad,
los empaña necesariamente, forma parte de uno de los tantos aspectos de la
tantas veces aludida “condición humana”: la tendencia a exagerar aristas consideradas
positivas por el protagonista, hasta desfigurarlas, y menospreciar y aun negar
las restantes, por la dispar nubosidad que reflejarían sobre el aura de su auto
homenaje.
Efectuadas estas salvedades epistemológicas procedo a pasar revista,
desde ya parcial, de mi convivencia con la creación literaria y, entre ellas,
con la poesía. Si bien leí, y mucho, desde pequeño (mis padres eran inmigrantes
italianos, y, en particular mi padre, ferroviario y socialista, y sabido es la
devoción por la cultura que traían desde el Viejo Continente los adeptos a esta
ideología, lo cual me permitió el acceso a una biblioteca que contaba con
algunos de los textos esenciales de la literatura universal y una formación
bilingüe invalorable), sin embargo no ocurrió lo mismo con la escritura, no fui
un niño prodigio (ni un adolescente, ni un joven, ni un adulto, nunca alcancé
ese rango), tanto es así que, mi primer poemario, “Ráfagas de luna”, lo publiqué a los 39 años. Fue precedido por
algunos otros poemas (que no incluí en libro, aparecieron en un suplemento
literario de la bonaerense ciudad de Azul, e, incluso, posteriormente). El
resto, mis primeros intentos poéticos y
en prosa, datan de una adolescencia y primera juventud vulgar y silvestre y
eran abominables, por suerte los destruí.
Tengo formación filosófica y antropológica y una visión muy particular
de la primera, antiacadémica, y crítica de la segunda. No consiento en dividir
los campos, el conocimiento es uno, el mundo es uno y, sumados los dos, nos
acercamos a los dos de distintas maneras, como nos resulta posible, eso es todo. Con lo cual quiero significar lo
siguiente: el problema, la incógnita, la emoción o lo que fuere están allí,
enfrente y dentro mío, dependerá de la manera como lo enfoque o lo exprese mi
recurrencia a la prosa ensayística, la narrativa, el teatro o el poema para
manifestarlos.
Del hecho que pueda expresarme indistintamente en cualquiera de los
géneros aludidos no implica que me considere un ser “privilegiado”, sí, en
cambio afortunado; de no haber tenido la cuna paterna mentada no se
hubieran despertado en mí las inquietudes que me acompañaran desde entonces, e,
igualmente, habría carecido de la voluntad por desarrollarlas, aunque
malamente, e ir mejorando su impronta literaria con el tiempo.
Detesto el incienso propio y soy absolutamente incapaz de mover un
incensario para otros (hecho muy distinto a elogiarlo si su obra lo merece, así
se trate de una simple operación de maestranza, como la de barrer un piso, o
profesional, como escribir un libro o dictar una conferencia). De allí que una
de las temáticas primordiales que siempre afloran en mi obra sea la de la
injusticia, la desigualdad socio–económica, debida a los hombres, o las
intelectivas y físicas congénitas debidas a los dioses o la naturaleza me
enfrentan a la peor de las alternativas, no comprender en absoluto nada
o, en otros momentos, comprenderlo todo, de cuanto me rodea y darme cuenta que, en ambas acepciones,
sucede lo mismo, la continuidad profunda de esa incomprensión atroz
y desgarrante como horizonte final de cuanta empresa iniciemos, en conjunto,
los humanos, para superarla.
La otra temática que siempre aflora en mi creativa filosófico–poética es
la de la verdad, siempre aludida y manoseada, y, además, temible cuando,
supuestamente, se halla en mano de los detentadores del poder (religioso,
político, económico, cultural), admito su búsqueda pero reniego de quienes
sostienen haberla encontrado, se desliza de las manos lo mismo que una anguila,
salvo que la apresemos con guantes provistos de tachas y, entonces, se arroje
sobre la tabla del negocio donde se la vende un cuerpo
sanguinolento y desgarrado. Valga la metáfora en una autobiografía poética y
una confesión existencial: me aterroriza quienquiera blasone poseerla y nadie
me quitará el convencimiento de que
miente. Sumo, así, a la metáfora, una paradoja.
Entre el sí y el no opto por la negación, las ofertas del mundo, lo
confieso, me asustan, no me, tienden tientan, por lo general a conducirme a cualquiera de sus engalanadas trampas. Soy lo que soy a pesar
de haberlas rechazado y no me fue tan mal. El aprendizaje y la práctica por el
no deja un vacío creador; la del credo
por el sí un lleno que intoxica y empalaga, empacha, al decir de las viejas
comadronas. La marcha liberadora de la historia fue, siempre, la que expresara
no, a las costumbres sociales, a las imposiciones escolares, a los mandatos
ideológicos, a la credulidad religiosa, a las terapias mentales, a cuanta
compañía se ofrezca como paliativo a una soledad desamparada pero autónoma.
Y con esto concluyo mi reseña
autobiográfica; más no se me ocurre decir de mí ni creo que interese para la
intelección de mi poesía, una poesía de búsqueda y des-comprometida de cuanto
lugar común asfixie la belleza que debe, necesariamente, acompañarla, en su
logro mi ansiedad.
2 — Villamercedino y puntano (o
sanluiseño). Te propongo que nos sitúes en tu provincia, en tu ciudad, en tu
acontecer por aquellos paisajes, no sólo en tus primeros años, también incluir
cuánto, cómo seguís vinculado.
CEB — Me
sitúo ambiguamente porque soy de dos paisajes, el ciudadano porteño y el
serrano. Y hablo de paisajes, no de tradiciones o costumbres en particular; San
Luis no tiene la presencia identificativa del Norte o el Litoral, y tampoco sus
problemas; es una provincia mediterránea influenciada por sus aledañas Córdoba
y Mendoza, aunque de una autonomía psicológica y cultural notable.
Vine desde pequeño a Buenos Aires y la nostalgia, aunque se trate de un
tópico entre los poetas, no es mi fuerte. Sin embargo confluyen en mi vida esos
dos paisajes por algo en común que me hace amarlos, el ser abiertos; no soporto
las selvas tropicales ni los bosques porque me asfixian.
Pero sigo vinculado porque en el Norte de San Luis, en Merlo, un lugar
paradisíaco, se encuentra una quinta familiar a la que voy cuantas veces me
resulta posible; allá escribí parte considerable de mis obras.
3 — Desde 2012 sos vicepresidente en
la sede Buenos Aires de la “Red Iberoamericana de Trabajo con Familias”.
CEB — Es una
ONG. Allí mi trabajo, por supuesto que honorario, consiste
en llevar adelante la parte intelectual.
Aclaro, se hacen numerosos Congresos, nacionales e internacionales, sobre
temáticas afines a la violencia de género, vincularidad padres e hijos,
conflictos de la adolescencia, controversias interculturales y similares, en
donde se vuelve una y otra vez sobre lo mismo, y se aporta poco y nada nuevo a
nivel teórico o práctico. He participado en unos cuantos, incluso con otro tipo
de desempeños en Colombia, México, España, Chile y aquí. Mi insistencia en
estos eventos siempre giró sobre la necesidad de enfrentar los desafíos de
frente y no con medias tintas: el narcotráfico, la trata de personas, la venta
de órganos, el trabajo esclavo, la prostitución y la corruptela política que da
pie a estos cánceres sociales…; y puedo asegurar que no solí ser precisamente
aplaudido.
4 — “Argentina, tal vez” es el
sugestivo título de un ensayo tuyo que obtuviera una mención en 1969, en un
concurso organizado por la Editorial Siglo XXI. ¿Qué Argentina, tal vez, la de los sesentas?...
CEB — Fue
uno de los pocos premios que obtuve a lo largo de mi carrera literaria y no se
editó, pero me sirvió de base para una obra que fui desarrollando, a
posteriori, en sucesivas publicaciones: “Argentina,
incógnita y cuestionamiento”, por el Ciclo Básico Común de la Universidad de
Buenos Aires, con dos ediciones, en 1995 y 1997, y, luego, totalmente
actualizado, con el título de “La avenida
más ancha del mundo”, cuyo subtítulo es “Grandilocuencia y depresión en la
Argentina”, en el año 2009 bajo el sello de Biblos.
Se trata de un ensayo socio–político donde
analizo ciertas constantes negativas del país, entre ellas la paulatina pérdida
de identidad cultural debida, en lo fundamental, a la radical ignorancia
histórica, literaria y filosófica de la casi totalidad de sus dirigentes
políticos y del instantaneísmo de sus planes, la mentira solapada en los
discursos en lo relativo a una sociedad empobrecida, y la negación de la
realidad de un país con fronteras abiertas que no cuida ninguno de sus bienes,
ni el territorial ni el espiritual.
Es una obra bastante polémica y su destino fue similar al de mis
intervenciones en los eventos citados en mi tercera respuesta.
5 — Aunque ignoro con qué nivel de
dominio, sé que has aprendido varios idiomas: ¿puede ser que no hayas traducido
poemas, por ejemplo, o lo has hecho pero no alcanzó a conformarte el resultado?
CEB — Sí,
hice el ensayo de traducir poesías, del italiano y del francés, pero, al
consultar el resultado con ediciones serias, advertí que eran desastrosas. Es
doloroso confesarlo, pero responde por la verdad.
6 — Es a quien ha disertado en las
“IV Jornadas de Psicología Social: Hacia dónde va el mundo” en la Universidad
Argentina John F. Kennedy, en 2004, a quien le pregunto: ¿hacia dónde va el
mundo?...
CEB — En una
obra de tesitura filosófica publicada en 2005 también por la Editorial Biblos: “Razón, persistencia, racionalidad. Algunos
componentes del saber humano”; incluyo una serie de escolios: en uno de ellos
expongo mi idea al respecto, y en el siguiente: Descreo de la crisis; denomino,
con una idea de mi pertenencia, racionalidad instintiva al
instrumento del cual se vale la humanidad para sortear los abismos en los que
cae: guerras, colapsos económicos, desastres ecológicos, genocidios y otras delicias con las que nos tiene
acostumbrados y seguir adelante. La pregunta “¿hacia dónde va el mundo?” tiene, desde mi perspectiva, una sola
respuesta: hacia el constante cambio tecnológico y una mejora en la calidad de
vida de partes substanciales de su población, pero con la misma base moral de
la prehistoria, la (o las) crisis, de las cuales descreo, son superficiales, le
sirven para despertar en los seres humanos temor por los cambios que, a la larga, siempre son superficiales
y le permiten tenerlos controlados.
Si hay algo que nunca va a ocurrir es que la humanidad se suicide,
siempre lo evitará, así tenga que eliminar a sus mejores civilizaciones.
7 — Disertar, exponer, participar en
un panel: ¿cómo se expone un panelista?
CEB — Hay
una cosa importante: decir siempre lo que pensamos y aquello que somos capaces
de demostrar; parafraseando al Evangelio, “lo demás viene por añadidura”.
8 — En tu presentación curricular
omití —justamente para que nos detengamos en ellos ahora— tus libros de
creación literaria categorizados como “Interlineales” (1988 a 2006): “Interlineal cincuenta”, “Homo homini homo”, “Viaje parcial por el planeta Tierra”, “Ambigüedades y certezas. El mediodía en su sombra” y “La rebeldía agónica”.
CEB — En
ellos abordo asuntos desde lo que denomino las zonas en claroscuro de la literatura:
sus géneros allende la poesía, la narrativa, el ensayo o el teatro, que son los
más frecuentados; esto es, las parábolas, los aforismos, la prosa poética, las
fábulas, entre otros. Me sirven para darles contundencia a los escritos, evitar
los largos períodos o los desarrollos rigurosos propios de la filosofía.
9 — No te has privado de incursionar
en dramaturgia para el teatro de títeres (o de manipulables “Muñecos de pelusa y azafrán”).
CEB — No, me
divertí mucho con ellos, son las únicas obras escritas donde me acerqué a las
predilecciones y lenguaje infantil, aunque también pueden ser apreciados como
una metáfora adulta, como en la pieza “El
dragón, los duendes y el destino”, donde algunos de sus actores son… ¡los
piolines! que mueven a los títeres.
10 — Es debajo de muchos poemas
tuyos donde, por ejemplo, asentás “Pinamar, enero del año 2014”, “Ramos Mejía,
octubre del año 2013” (“Veladuras y
pliegues”) o “Colonia, R. O. U., marzo 2013”, “Vísperas navideñas del año
2011”, “Piedra Blanca, Merlo, pcia. de San Luis, octubre 2012” (“Amaneceres vedados al tiempo”). ¿Te
referirías a lo que te impulsa a esta decisión?
CEB — El
motivo que me lleva a colocar las fechas, a veces muy precisas, aunque, por lo
general, únicamente el mes y el año, y los sitios donde fueran escritos los
poemas, responde por una peculiaridad psicológica antes que a una inspiración, o como quiera llamarse, a este extraño
oficio de acceder al mensaje poético, y es ella la de documentar el curso y
desarrollo de mi estilo y temática. Como ya afirmara en el apartado segundo, “la nostalgia no es mi fuerte”; si vos
te fijás, la temática de los poemas así localizados, prácticamente nunca tiene
que ver con alguna peculiaridad del sitio donde fueran elaborados, por el
contrario, repiten una y otra vez mis obsesiones.
11 — En más de una ocasión se ocupó
de tu obra la crítica literaria Graciela E. Krapacher. Analizando uno de tus
poemas, cuyo título es “Poética”, afirma: “…persiste
siempre un secreto que nos convierte en esclavos del conocimiento.” Así,
aislado lo que destaco, ¿qué te promueve?...
CEB — Una
crítica que supieron hacerme, entre otros, un querido amigo dedicado al
pensamiento medieval, fallecido en enero de este año y a quien reitero, en
estas líneas, mi homenaje, Valentín Cricco, fue que a mi poesía le costaba
desprenderse de la filosofía, que siempre la cultivara paralela. Allí radica,
creo, la clave de la frase de Graciela Krapacher que vos destacás certeramente,
el conocimiento, la desesperación por el logro de alguna certeza que me permita
ubicarme en la vida y no las emociones o los sentimientos, son la fuente de mi
pensar y hacer poético. No se encuentra en mí afirmar si redunda en un
beneficio estético…
12 — ¿Para qué sirve el Arte? ¿Cómo surge?
CEB — Esta pregunta tiene dos respuestas básicas posibles:
una, erudita, donde para contestarla deberíamos efectuar una selección de
autores y de orientaciones, recurrir, por ejemplo, a los diálogos platónicos
como el Hippias Mayor y el Fedro o la poética de Aristóteles, entre los
clásicos, y, por ese camino, arribar a la estética de Hegel y las posteriores
visiones socializantes del arte propias del siglo XIX, o, caso contrario, por
qué no simultáneo, acercarnos a obras actuales y decisivas como la “Obra abierta” de Umberto Eco y, bajo su
guía, analizar las proclamas surrealistas o las consignas y prescripciones del
período barroco, tal vez uno de los más racionales de la historia del arte.
Francamente me excede, los baches que dejaría serían innumerables.
Queda recurrir a la preceptiva propia: desde ella respondería comenzando
por la segunda parte de tu interrogación (que, con total seguridad, vos
también, como poeta, te la habrás hecho infinidad de veces): surge de un
momento anímico y de la posibilidad, técnica, de volcarlo, en el lienzo, la partitura
musical, el mármol o la palabra; sin dominio del medio expresivo las ideas
restan confusas y se pierden, el “dí tu
palabra y rómpete”, de Nietzsche, se cumple bajo esta sola condición. En
cuanto a la utilidad del arte es muy variada; la más bastarda y despreciable es
cuando se lo mediatiza con fines ideológicos o económicos, cuando, por ejemplo,
un cuadro impresionista se cotiza en el mismo escaparate donde luce una pulsera
de diamantes.
En el arte, para mí, ocurre el encuentro de dos almas que se
trascienden, uno en la obra, otro en la contemplación; es un diálogo superador
que fortalece el yo del individuo, y, a través del goce, nos aleja de una
realidad asfixiante o nos hunde en ella para que termine de asfixiarnos.
13 — ¿Suelen interesarte de algún modo peculiar las novelas en las que
el tema histórico es esencialmente protagonista?: por ejemplo, las primeras
cinco por orden cronológico: “Los novios”
(1823) de Alessandro Manzoni (1785-1873); “La
letra escarlata” (1850) de Nathaniel Hawthorne (1804-1864); “Historia de dos ciudades” (1859) de
Charles Dickens (1812-1870); “Los
miserables” (1862) de Victor Hugo (1802-1885); “Guerra y paz” (1865) de León Tolstoi (1828-1910).
CEB —
Leí esas cinco novelas, pero las alterno con otras donde la imaginación
desempeña un rol mayor y los protagonistas enfrentan otros tipos de problemas;
evoco, al azar de la memoria y siguiendo aproximadamente las fechas, los Libros
de Alicia, de Lewis Carroll o “Los
demonios” de Dostoievski. Sucede que, en la época donde asientan las
novelas que vos citás, predomina esta temática, propia del romanticismo, que ya
entronca con el realismo que va a culminar en obras al estilo de “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert; se
mueve paralela a la novela gótica (previas a H. P. Lovecraft) y anticipa la
terrible literatura del absurdo de Kafka.
Quienes amamos la literatura no
podemos prescindir de ninguno de estos estilos.
14 — ¿Podrías determinar cómo surgió la necesidad de escribir cada una
de tus dos novelas?
CEB — La
primera, “Ventanas de acceso”, es una
novela para adolescentes que tuvo varias redacciones hasta la definitiva, en
1991; en ella el protagonista es un antihéroe en la realidad, que entra en
contacto con un mundo fantástico donde encuentra un lugar a su medida; es una
crítica, nada vedada por cierto, al momento histórico que atravesaba por aquel
entonces, y me valí de ella para llevarlo a cabo. En “La villanía heroica” fue la necesidad, si así querés llamarla, de
enaltecer a un trío de delincuentes a los que une algo nada común en estos
individuos, y es el menosprecio por cuantos no consideren la libertad como el
máximo bien posible. Sin embargo, si bien roban y secuestran, para conseguir un
nivel de vida que les permita gozarla al máximo, nunca vulneran la dignidad de
sus víctimas, un principio moral irreductible.
15 — En el prólogo de Juan José Saer a “José Pedroni – Obra Poética”, leo: “…toqué el timbre, esperé tembloroso un momento, y cuando me abrieron y
me invitaron a pasar, al trasponer el umbral, entré a la vez, con el mismo paso
inseguro, en la casa de José Pedroni y en la literatura.” Y en otro
párrafo: “Si Pedroni no fue el primer
poeta que leí, fue sin la menor duda el primero que conocí y que admiré
personalmente. La increíble emoción de tenerlo sentado frente a mí, atildado,
atento y cordial, escuchando la lectura de mis poemas…” ¿Qué se asemejaría
en tu derrotero, Carlos, a lo que Saer trasmite?
CEB — Primero
debo hacer una mínima referencia a Pedroni y Saer, los dos litoraleños, tal
vez, de allí, aunque externamente, su cercanía. Pedroni fue un referente de la
poesía social de la década del cuarenta y Saer, uno de los más grandes
narradores argentinos, cuando lo conoce, pertenece a otra generación. Yo,
como te afirmara anteriormente, me
introduje tarde en el mundo de la literatura y no tuve la suerte de conocer,
personalmente, a ningún “grande” o que alguien escuchara con similar atención
mis poemas, no tengo puntos de contacto con ese derrotero, si te lo contestara
sería puro invento.
16
— ¿Qué opinión te merecen las poéticas del francés Paul Verlaine (1844-1896),
del italiano Dino Campana (1885-1932) y del austríaco Georg Trakl (1887-1914)?
CEB —
Son tres momentos distintos de la expresión poética, aunque, tengamos en cuenta
que Verlaine, además de poeta, también fue crítico, tal vez el primero que
habló de los “poetas malditos” en un libro publicado en 1884, donde pasa
revista de quienes nunca triunfan en su propia época por incomprendidos y
únicamente les aguarda una gloria pos mortem. Desde su visión,
solamente en las vanguardias se traduce el verdadero arte; por ese motivo se
encuentran obligados sus
cultores a ser ignorados y hasta despreciados por sus contemporáneos. La obra
incluye su auto-inclusión entre los que así denomina, el tiempo le dio la
razón, dado el sitial de honor que ocupa actualmente su poesía.
Dino Campana (hay una reciente
edición antológica bilingüe a cargo de Rodolfo Alonso de sus “Cantos órficos”) representa, junto con
Gabriele D’Annunzio, el momento de transición de la literatura italiana del
romanticismo a la gran poesía del siglo pasado de Ungaretti, Quasimodo, Eugenio
Montale, entre otros. En su poesía conjuga lo épico y lo iniciático, su técnica
remite a la prosa poética y a los versos de arte mayor. Residió un tiempo en
nuestro país y lo refleja en su escrito “Pampa”, donde la describe con el mismo
misticismo que alienta el resto de su obra.
De Georg Trakl, uno de los más
grandes poetas expresionistas alemanes, de quien contamos con dos versiones al
castellano en nuestro país, una debida a Aldo Pellegrini y la otra a Rodolfo
Modern, me resulta tan difícil opinar como de Verlaine y Campana, tal vez
porque llegan al corazón de la poesía, y la prosa que los retrate, resulta,
fatalmente prosaica. Empero, me atrevo a decir que es alucinante, su
obsesiva danza discursiva con la muerte, que termina en su probable suicidio, a
los veintisiete años, el vínculo con la Gran Guerra, que acabó con lo mejor de
su generación en las trincheras, el extraño amor, casi incestuoso, por su
hermana, se reflejan en sus poesías donde la noche, el crepúsculo, la
melancolía, entre los temas más abusivos, la pueblan y ennoblecen hasta llegar
a nuestro espíritu y permitirle esa catarsis que solamente posibilita el
contacto con lo grandioso.
17
— “Penumbra sin voz y luminosa voz de vos” ofrece al lector lo que has denominado “Post Ludio: ‘El itinerario y
la poesía’”: ¿intentarías resumir el contenido de ese texto?
CEB — Allí afirmo que “descreo de la inspiración”
y que algunos seres, entre los cuales me ilusiono encontrarme, tienen la
facultad de expresarse poéticamente. La poesía, desde esta perspectiva, es un
trabajo con la palabra, un trabajo especial, como el de la narrativa, el ensayo
o el teatro, donde lo importante radica en la co–relación entre quien escribe,
lo que dice y cómo lo dice. Somos hijos de las palabras, hasta nuestro rostro
termina de configurarse gracias al movimiento que le imprimimos a los músculos
que lo constituyen, y, nos desenvolvemos en el tiempo, pero hay un lugar donde
ese “tiempo” transcurre y es la Tierra, la siempre Tierra nuestra de cada ser
humano, que tanto nos duele su ausencia en el destierro.
Hay dos poemas, en ese libro, dedicados al “desencuentro”, un tópico
existencial tan caro a nuestra expresión popular por excelencia que es el
tango; aquí no resumo sino, más bien, añado: ese desencuentro duele más cuando
se da en el paisaje (antes que físico, anímico y cognitivo) donde transcurre
nuestro ser.
Más no puedo decir, además de mi descreencia en la inspiración, me resulta
difícil auto–referirme; de allí, también, la falta de lirismo en la mayor parte
de mis poemas.
18 — ¿Ruth Benedict
(1887-1942), Bronislaw Malinowski (1884-1942), Mary Douglas (1921-2007), Claude
Lévi-Strauss (1908-2009) o Ruth Cardoso (1930-2008)?...
CEB — Esos nombres remiten a mi quehacer profesional
como antropólogo, los conozco y he trabajado sus teorías en mis clases
universitarias, pero no me basé en ninguno de ellos ni en mis trabajos de
investigación, por ejemplo los realizados en la zona del Altiplano argentino–boliviano,
que concluyeron en mi tesis de doctorado sobre la concepción y práctica del
espacio de los grupos aymara, ni en los diversos artículos de índole socio
antropológica publicados en diversos medios. Le debo a la poesía y a la
creación poética el desprenderme de las influencias en el momento de pensar o
escribir.
19 — ¿Me equivoco si se me da por sospechar que te identificarías de
inmediato con Luis María Panero cuando declara: “...a pesar de lo mucho que me empeño
en hacer de la escritura, hasta la más mínima, una dedicatoria por ejemplo, una
práctica rigurosa y sin concesiones, un ejercicio inhumano.”?
CEB — Parcialmente: lo del “ejercicio inhumano” me trae a
la memoria otra “práctica”, esta vez anterior a cualquier quehacer de los
intelectuales, la de creerse seres elegidos por los dioses, habitantes del
Parnaso o pertenecientes a una especie distinta a la del común de los mortales.
Una anécdota, nada divertida por cierto, abona esta afirmación, que una poeta,
hace bastantes años, me rechazara, airada, un prólogo a su poemario, porque
allí trataba a los poetas (y a ella, por supuesto) de trabajadores de la palabra. Desapruebo este tipo de posturas, no
por falsa humildad sino por sinceramiento con lo que somos; sí acepto y postulo
la rebeldía contra todo tipo de normas en el momento de escribir (o, incluso,
de vivir), porque me permiten el vuelo hacia la compañía de la libertad,
siempre en peligro de ser cercenada, muy a menudo, desgraciadamente, debido a
nuestras falsas iluminaciones.
20 — ¿Te “explicás” a veces el por qué de algunos títulos de tus poemarios?
CEB — Eso es
justo lo que hace pocos días me pidió que por mail le respondiera el poeta y
fotógrafo Daniel Grad, a propósito de seis poemarios que obsequié a la
Biblioteca “María Meleck Vivanco” del Hospital Neuropsiquiátrico “Braulio A.
Moyano”, donde él coordina un taller de poesía. Grad, además, requirió que me
refiriera —para compartirlo con los integrantes del taller, desde luego— a “la
razón de ser” de mi poesía, así que me voy a permitir encomillar para nuestros
lectores el texto que redacté:
“No siempre los poetas explicamos los motivos
conducentes al título de un libro de poemas; en mi caso, a veces suelo hacerlo
en algún preámbulo, como acontece aquí, en
“Correspondencia
abierta” (1992), donde afirmo que la poesía por la
poesía misma no va más allá de un solipsismo vacuo, “ella configura un camino y solo uno de acceso a la humanidad inherente
en cada ser humano”, de lo cual se desprende el título de la obra, una
serie de cartas (poéticas) donde relato las experiencias estéticas y
metafísicas que me posibilitan dicho acercamiento;
no, en “Revelaciones
del tiempo” (1997), porque el tiempo, desde que cobramos conciencia de
nosotros mismos, teje y, a la vez desteje, el ovillo que concentra la
existencia, urde su trama para desmenuzarla luego, el tiempo circula por el
cuerpo y lo circunda en cada ser que lo rodea, cons-tituye y des-tituye;
sí, en cambio, en “Los terracota y polen” (2001),
con las “consideraciones posteriores” donde expreso: “los perros le dieron el nombre al libro al
confesarme uno de ellos el motivo que los condujo a llamarnos terracota, algo así como divinidades
mal cocidas” y polen por la fecundidad que atesoran;
tampoco en “Pantomima
y desierto” (2003), el más escéptico de los títulos de este grupo de
poemarios, alude a lo que resta luego de las representaciones sin contenido que
solemos efectuar junto a las trascendentales, obteniendo, en estas últimas,
como resultado, si no un vergel al menos un paisaje desprovisto de abrojos;
y vuelven a justificar el libro en “Proximidades lejanas” (2007), un
oxímoron su título que expresa, fidedignamente, la contradicción reinante en
numerosas experiencias, algunas de ellas, bastante pocas, por cierto, nos
conducen a la escritura poética. Este poemario presenta un entreacto donde niego la
especificidad del lenguaje poético, la terminología de cualquier disciplina,
incluso la de las ciencias duras, puede revertirse en los versos, dependerá de
la habilidad con que la empleemos que se convierta, en el poema que recurra a
ella, en poéticas;
también en “Veladura
y pliegues” (2015), donde apelo a la experiencia, y siempre la experiencia,
que nos revela cómo la realidad de cuanto se nos ofrece se halla, precisamente,
oculta y se desoculta, al menos para mí, en ciertos momentos de iluminación
poética que abre algunos de sus portales al entendimiento.
En cuanto a la razón de ser de la
totalidad de mi poesía queda expresada en otro libro: “Si la poesía hablara en mí yo callaría.” No importa en cual porque
redunda en una frase que hago valer por la totalidad de las publicaciones
realizadas hasta la fecha, y, sin duda, incluso en las que el destino, o el
estro, me permitan seguir realizando. Me identifico en cada uno de mis libros
por igual, una continuidad sincopada por las fechas de impresión, no veo en
ellos un antes o un después, ni una mejora estilística o cambios de temática
desde que me animara a darme a conocer de esta manera; sí me cabe afirmar los
motivos que me impulsaron (no digo inspiraron porque descreo de esa
facultad) a la hechura de todas mis poesías:
la justicia y su antónimo, asociadas a la
suerte o la maldad humana;
el doble paisaje vernáculo por el que hube de
transitar desde la infancia, el serrano y el pampeano;
Buenos Aires sublimada por el tango, ese
destello de nostalgia y bronca, soledad y angustia, esperanza y tedio,
escepticismo y sabiduría que la privilegia como una urbe poética que danza con
su propio ritmo, tan “propio” como el de las esferas celestiales del
pitagorismo;
el amor, no universal porque me parece una
abstracción mendaz, sino siempre personalizado en mis padres y hermanos, amigos
y Sandra;
la figura de Cristo, contrapuesta al
desconocimiento de Dios y a la negación de toda la parafernalia que lo exalte;
la misma poesía como sujeto de la especulación
poética y la persistencia por el logro de la belleza a través de las
versificaciones, las metáforas y el encabalgamiento del poema;
la naturaleza en su conjunto, como
constituyente nuestro a la par que víctima de la expoliación humana;
los animales, sobre todo los domésticos, por
la sinceridad de sus sentimientos hacia nosotros y la enseñanza que nos
brindan, un aprendizaje que negamos amparándonos en cuanto lugar común, hasta
pretendidamente científico, recaiga sobre ellos;
el desprecio, absoluto y reiterado, por toda
falacia autoritaria, el asco por las manifestaciones del poder dictatorial, del
signo que fuera;
la ruptura, una exigencia ontológica
previa a cualquier adscripción escolar
estética o gnoseológica, aunque su prestigio y aceptación del mundillo
literario e intelectual así lo ordenen y expongan sus beneficios para quien las
acate, las genuflexiones nunca formaron parte de mis ejercicios corporales;
el vino como posibilidad de transubstanciación
a dimensiones que la cotidianía nos impide o vela;
la alegría como sentido, práctica y fin de la
existencia;
el conocimiento que la experiencia y la
cultura me deparen, unidos a la desconfianza hacia los sistemas que lleven la
pancarta de una sola verdad (hay tantas que apabullan) y la blasonen e intente
imponer desvergonzadamente;
la rebeldía como autoexigencia previa para el
logro del más preciado de los bienes al cual podamos arribar por el imperio de
nuestras propias fuerzas, la libertad;
la hermandad y la humildad con las criaturas
más desprotegidas, los marginados del orden social, los pobres, los ancianos,
los enfermos y, por lo tanto, así cerrar (olvidando, tal vez, algunos otros)
los motivos de un poetizar que encuentra uno de sus anclajes y pivotes
motivadores en la imperiosa necesidad de la justicia.”
21 — Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
CEB — Querido
amigo, la cotidiana, en la cual, parafraseando el inmortal poema de Jorge Luis
Borges, ignoro ya no “¿Qué Dios detrás de
Dios la trama empieza…” universal
aquí, sino la concatenación de causas, azares, o determinaciones propiamente
mías y que vuelven mi existencia, como la de todos, dubitativa e incierta,
apasionada y tensa, alegre y triste, aventurera y sosegada, pero nunca
absurda.
*
Carlos
Enrique Berbeglia selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
XXXIII
A mis padres
Si el país que sueño
fuera como lo sueño,
su geometría, en la lluvia,
al margen de los ríos,
no empañaría la esperanza
de su gente y las ciudades
alzadas a la vera de su historia
no atesorarían ejemplos de infortunio
en sus archivos.
Los alféizares de sus ventanas
a paisajes sin claudicaciones abrirían
y las fórmulas de la inquietud
y el miedo, fenecidas en inaccesibles tumbas,
enunciarían la caducidad del mal
y la risa abierta de la dicha
perduraría en toda boca y alma.
Y la justicia, la sagrada justicia,
cobijada en su verdad como un capullo
delicado y joven, extasiada de belleza
en toda bestia y hombre reinaría
y un no lugar, no cetro, no diadema
ocuparía el olvido y su obsecuencia
pertinaz de muerte y quebradura.
(de “Tierra crepuscular posible”, incluido
en “Continuidad
en los modos”)
*
24. Variaciones de la imagen
¿Qué reflejos desprende la locura
cuando la escasa luminosidad
alcanza los espejos?
¿y qué destellos
en los bronces opacos por el tiempo
obtiene la oscura servidora del mal
si con su aliento los tizna de melancolía?
Pareciera como si las entidades
se diluyeran acuosas entre lágrimas
de una matemática sin números
o la descompusieran átomos de extintos
universos.
A un soldadito de plomo, que defiende
con su fusil de utilería y no sagrado fuego
la triste ciudad que nos cobija,
se asemeja la tarde donde perduran los
interrogantes
no obstante el ritmo que anhela la conciencia
cuando los espías del daño pretenden nuestra
lengua.
(de “Los terracota y polen”)
*
VI Ricercare, los amantes
Esas telas de araña ennegrecidas por el hollín
de los incendios,
la sangre de los fugitivos moteando los
vellones de lana,
nieve en los valles y mesetas cubriendo algún
erial reseco,
la playa soportando la fetidez de los pescados
muertos,
la luna, en su verde aterrador bajo los
eucaliptos,
el viento, como una maldición fugaz en los
cañaverales…
y ellos dos, bebiendo las gotas de vino que
les restan
y afuera, a la intemperie, las metamorfosis
del mal
buscándolos sin tregua
y la sordera de Dios cayendo sobre las
ciudades
que todavía
resisten el asedio.
(de “Pantomima y desierto”)
*
Otoño en el espíritu
Coloquemos en el escenario los drammatis
personae:
una pordiosera anciana, su perro, enflaquecido,
tan sucio como ella,
una joven mujer, triunfante en un certamen de
belleza
que asciende a su automóvil,
las hojas del otoño arrastradas por la noche,
la luna, cuarto – menguante en las alturas,
la radio trasmitiendo un discurso político
del intendente nuevo,
un afiche proclamando el regreso triunfal
de un grupo de cantantes
y algún triste cronista
apercibiendo el conjunto de hechos
entretanto desmenuza su propio infortunio:
los padres fallecidos, el hogar al que no
vuelve
dada su desnudez oprobiosa,
y, en la esquina, un ángel junto a Dios
llorando y abrazados,
sin fuerzas capaces de impedir
el suicidio de cuantos hollaran las
encrucijadas.
(de “Penumbra sin
vos y luminosa voz de vos”)
*
Conversaciones con mi gato II
Nunca, en la noche,
supo bajar un ángel
siquiera hasta mis sueños,
o, en la plenitud del mediodía,
allá, en las sierras de mi lejana infancia,
alguna otra deidad,
indígena o mediterránea,
se reveló en el zumbido de los insectos
que recorrían el seco ramaje
del otoño.
Ni la belleza de las hadas
cabalgando en el perfume de las flores,
o briosos y burlones pegasos en el cielo
me incitaron a que los enjaezara
para perseguirlas hasta sus moradas
intangibles.
No sé si debiera apenarme
por tales desencantos
en estas lides de la vida cotidiana,
acaso la desilusión
apenas insinuado por un roce
con esos huidizos habitantes
de otros mundos
hubiera sido
menos auspicioso todavía.
(de “Amaneceres vedados al tiempo”)
*
Autobiográfica primera
Dada la parsimonia que, hasta ahora,
manifestó la historia para justificar sus
yerros
(y algunos aciertos que los equilibraran),
el silencio oculto en las respuestas
de las religiones, las ciencias, las
filosofías,
este simple mortal, en un día lluvioso
y de ventisca agreste, tributa,
no obstante la incertidumbre que colmara,
al pensarse, su existencia,
los siguientes agradecimientos:
a los dibujos animados
las tiras cómicas,
los ositos de peluche,
las mentiras que me prodigaran
cuando me hallaba enfermo,
la belleza expuesta, como llagas beatíficas
en las artes, sin condicionamientos para
experimentarla,
a los iconoclastas, que nunca demolieran
definitivamente
las compulsiones de la sociedad, pero las
desnudaran,
y a cuanta ruptura implique
una libertad desaforada, única, absoluta.
(de “Amaneceres
vedados al tiempo”)
*
Entrevista realizada a través
del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Carlos Enrique
Berbeglia y Rolando Revagliatti.
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