miércoles, 7 de febrero de 2024

Nilda Bernárdez-Argentina/Enero 2024


 

PORCELANA CHINA

 

Tengo mi estudio en un edificio cerca de Montevideo y Quintana. Desde hace unos meses dejo mi coche en un estacionamiento subterráneo por Cerrito, hacia el lado de la Avenida Libertador.

Entre las rutinas que fui incorporando en los últimos tiempos, está la de caminar una cuadra por Libertador. En el trayecto, aunque varíe el resto, esa cuadra siempre está incluida. Hace poco tiempo me di cuenta porqué.

Existe allí una casa de antigüedades con una vidriera estrecha y alta, donde se apilan objetos de distinta índole.

Una mañana al pasar, algo me atrajo al punto de hacerme retroceder unos pasos para responder al reclamo.

Efectivamente en esa mezcla desordenada, oscura, de colores y formas, atrás, arriba, algo parece tener luz propia. Es ese pequeño jarrón de porcelana, blanco, muy blanco, con un dragón dorado envolvente y guardas de flores minúsculas, sabiamente distribuidas.

La seducción inexplicable de aquel objeto me obligaba a hacer puntualmente, dos pasadas diarias por la vereda angosta y obstruida, por los trabajos de alguna empresa.

Hoy justamente, por esquivar un montículo, casi atropello a una dama parada frente a la vidriera estrecha y alta.

Ella ni siquiera se entera, está contemplando algo que le obliga a elevar los ojos, me recuerda la mirada de la Dolorosa.

Hago el cálculo rápido del ángulo y compruebo que el centro de su atención es el pequeño jarrón de porcelana. Estoy sumamente intrigado.

=¿Bonito, verdad?  me arriesgo.

Ella gira despacio la cabeza para mirarme. Me sonríe entre una corte de hermosas arrugas.

=Es auténtico= me informa, = de finales de la dinastía Ming. completa

Lo contempla de nuevo y continúa:

=Tuve que venderlo, ya no me quedan cosas de valor. Me lo pagaron bien, lo suficiente como para asegurarme unos meses en mi piecita, acá cerca, por Retiro.

En mi imaginación, comencé a ver a la señora como a una aristócrata venida a menos, obligada a desprenderse de sus joyas, sus cuadros, sus objetos de valor. Ese fino vestido, ese porte digno, parecen confirmarlo.

Seguramente adivina mi pensamiento. Otra vez sonríe.

=Yo solo era…  la sirvienta de una familia importante, aclara. =Tenían una mansión por lo que llaman Palermo Chico.

Algo dentro de mí se conmueve. Con una súbita y desconocida ternura, la abrazo por los hombros. El contacto con la seda de s vestido me produce un tibio placer.

=La señora era un ángel. Antes de morir, me dejó sus mejores vestidos, lo dice acariciando el que lleva puesto.

=Y ese jarroncito chino, por si en algún momento me hacía falta dinero. Hace un largo silencio y sigue

=Tenían tres hijos, un varoncito y dos niñas. El señor volvió a casarse. La nueva señora me despidió. Nunca más volví a ver a los chicos

Tengo los ojos húmedos y un nudo en la garganta.

=Elvira ¡usted se llama Elvira!

=¡Si!

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