miércoles, 7 de febrero de 2024

Rodrigo Quintero-Argentina/Enero 2024


 

LA HOJA

 

Voló la hoja un día con la tarde

supo que había perdido el mundo   

que era de ella.

 

Una ráfaga soló fuerte, ella

voló y voló y pudo ver las cosas:

los autos, la gente, el sol y las estrellas.

 

Entonces, en ese mar de aire,

se sintió solitaria y se rindió

a los vientos y a las grandes heladas.

 

Voló sin saber a dónde iba,

estaba algo nerviosa pero ella

creía en la esperanza,

así siguió su tramo.

 

Soñaba llegar hacia un árbol lejano

repleto de hojas que caían

anunciando el otoño.

 

Pero el viento cambió y tomó otro tramo,

se la llevó el río, durmió mojada y fría

por entre los pescados, los esquivaba a veces,

otras veces, la salvaban los musgos.

 

Ella, siguió esperando, creía algunas noches

entre sueños, posarse en aquel árbol.

 

Los años fueron pasando y ella se hacía vieja,

se retorcía y se iba quebrando, pero era

su esperanza la que le daba fuerzas

siempre a regañadientes, volando, volando.

 

Un día como muchos , ya no pudo elevarse,

entonces, un pájaro enorme se la llevó

a su nido y lo sirvió por años.

 

De repente, un viento muy fuerte

arrasó el nido de aquel pájaro, ella

cayó sin saber qué pasaría, entonces,

pasó lo extraordinario:

una enorme hoja acogió su caída,

y otra, y otra.

 

 

 

 

¡Había un manto que se extendía sin fin,

como en un su sueño, pero éste era mucho más grande!

¡Al fin había llegado!

 

Al preguntarle las demás hojas sobre su procedencia,

ella siempre decía: “soy de ninguna parte, a mí me trajo el viento”.

 

Inmediatamente preguntaban: “¿cómo llegaste hasta este viejo roble de ta lejos?”

a lo que nuestra hoja, radiante de pasión, como aquel primer día en que se propuso

surcar el horizonte, contestaba con una gran sonrisa: “volando, volando, volando”.

 

 

 

 

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