martes, 21 de abril de 2020

Analía Pascaner-Argentina/Abril de 2020


La eternidad es un segundo

Ojalá no demoren mucho. Pienso vagamente al disfrutar de la sombra generosa de este centenario árbol. No deseaba ir con mi grupo turístico, prefería descansar y comentaron que muy pronto volverían.
Aquí estoy, sentada en un confortable banco, sola y expectante. Me siento animada, alegre y curiosa. Observo el movimiento de la plaza: gente caminando, vendiendo, charlando, algunos riendo, otros gritando. Una fiesta de colores, olores, sonidos. Una mezcla de razas, lenguas, culturas. Gente que supongo, además también escapa del calor agobiante de las calles.
Miro hacia mi lado, por enésima vez, y sigue allí -¡y por supuesto que ahí está!-. Espío por la pequeña abertura. ¿Qué habrá adentro? No me atrevo a hurgar, no me pertenece. Tan correcto el hombre, ¿cómo voy a meterme en sus cosas? Tal vez debería haberle preguntado… Tan educado, con su ropa de marca… en impecable inglés me explicó que regresaría en unos minutos, ¿acaso me dio motivos para sospechar?
Ahora, mis sentidos concentrados en descubrir el contenido, sin tocar y penetrando con mi mirada en su interior. Distingo algo oscuro y compacto, pareciera de plástico. Hacia un lado y algo escondido, observo eso alargado y amarillo… ¿un cable? Percibo un tenue sonido ¿de reloj? proviniendo desde adentro. Aguzo mi oído… ya no tengo dudas. Esfuerzo mi vista y distingo dos colores diferentes de cables. ¡Claro que debería haber sospechado!
De pronto el silencio es absoluto. Se desvanecen los sonidos. Se esfuman los colores. Se diluyen los olores. Ya no hay gente. Ya no hay árboles. Ya no siento calor. Imágenes, sensaciones, sentimientos: desordenado y vertiginoso me está invadiendo un pasado que no pido ni quiero rememorar.
“La eternidad es un segundo”. Algún pariente solía repetir esta sentencia cuando yo era pequeña, y en este ínfimo instante puedo comprender la frase.
Experimento una extraña calma mientras recuerdo que acepté cuidar una mochila ajena. Y repentinamente todo se torna blanco y brillante. En una plaza céntrica y concurrida, un hombre correcto y amable, una mujer sola y expectante. En Palestina.

3 comentarios:

Analía Pascaner dijo...

Muchas gracias por publicar mi cuento, querida Graciela. Un placer integrar las páginas de tu Revista Literarte.
Mi abrazo y mis mejores deseos
Analía

Graciela Noemi Villaverde dijo...

Gracias Analia te quiero mucho amiga. Estamos en contacto

Analía Pascaner dijo...

Muchas gracias querida Graciela!
Mi abrazo y mis mejores deseos
Analía