CABALLO DE CALESITA
La misma rutina de siempre en la plaza del pueblo.
En cada vuelta voy viendo en forma escalonada, según el lado del cuadrado que
enfrente, la Parroquia, el Colegio Normal, la Intendencia y la Jefatura de
Policía. A veces el bronce de Don José me tapa apenas, pero igual ya conozco
los lugares de memoria.
De pronto, junto a la vereda, para un automóvil y
desciende un padre. Por la puerta trasera baja en brazos a una niña de unos
siete años. Mientras la madre saca del baúl una silla de ruedas.
Recorren el sendero de ladrillo hasta la calesita.
Desde mi imaginación parece como esos dibujos que hacen los pequeños,
destacando a los personajes con un cono fuerte de luz que los acompaña, destaca
y acerca. Como si estuviera por producirse un milagro.
Ya está sentada sobre mi montura. Sus piernas
muertas enlazan mi lomo muerto.
¿Dónde está la vida?
La vida de ella está de la cintura para arriba,
moviendo los brazos con alegría en busca de la sortija, gozando de la compañía
de amiguitas en cisnes y jirafas, tarareando la música pegadiza del carrousel,
masticando el caramelo de la media hora feliz.
La vida mía está en su sonrisa. Aunque soy de
madera y cartón corrugado, ahora me siento como de carne y hueso cabalgando en
un valle y llevando una hermosa amazona que quiere atravesar el viento, no
importa que mueva de un lado a otro sus mechas doradas.
Me siento como un mago, un héroe, un cuento de
Perrault, un personaje de Mary Poppins, una película de Disney…qué se yo,
alguien que le ha cambiado a otro por un rato, la silla triste por la montura
sonriente.
Y entonces las estrellas de la noche hacen sonar la
sirena de cierre. La calesita apaga su música y detiene su andar. Ella se va a
su habitación de dos ruedas y yo me quedo bajo la oscuridad de la lona.
Pero hay un cambio. No soy más un simple caballito
de calesita. Ya no me pondrá triste mi estático vivir y la rutina de observar
siempre los cuatro mismos lugares. Ahora tengo una amiga que vendrá a buscarme
cuando vuelva el sol de la tarde. Gozaré de la dicha de brindarle un rato de
esparcimiento, un oasis de placer, a la princesita rubia que convive con el
duro castigo de la inmovilidad.
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