“Se fue solito hacia el río con un repique de
tarros
Andará
por el remanso. El agua por la cintura
Y los
talones de barro…
Pantalón
arremangado el pescador ya se aleja.
¡Silencio!
Le está robando
Al
Uruguay pesca fresca.”
Juan Genaro Beoda
URUGUAY ARRIBA
Andrés es
bajito. De contextura pequeña. Usa pantalones a la rodilla sostenidos por un
par de tiradores oscuros, como su pelo.
Los catorce
años lo llevan por la vida sin haber terminado la primaria.
Algunas veces
se pone la gorra con la visera para atrás y otras, muestra su cabello duro, desobediente,
formando un remolino ingobernable y tieso en la coronilla.
Ojos
negros, inquisidores y preguntones sin preguntar.
Él mira
todo. Y calla. Le gusta escuchar más que hablar.
Vive solo
con Manuel desde que la madre india lo parió una noche de invierno. Un parto
difícil en la noche solitaria a orillas del Río Uruguay.
El rancho
de madera y lata fue testigo del llanto de Manuel cuando cerró los ojos de su
mujer.
Y quedó con
Andrés para criar, acunado por la música del río como arrorró y con una red
colgando de dos árboles como mecedora en el verano.
Y nada más.
Seguir
pescando para vivir.
Con los
pies en el lodo tirar las redes o pasar largas horas esperando pique, caña en
mano.
Manuel es
recio. Hombre de pocas palabras. Pero cuando tiene que relatar historias de
pescadores a su hijo, las palabras fluyen como el río desbocado en las crecidas de verano.
Y Andrés
abre los ojos grandes y siempre quiere más…
El padre es
su ídolo.
- Papá.
¡Contáme de las tarariras tornasoladas! Contáme de aquella noche de luna llena,
cuando se dio vuelta la canoa. ¿Te acordás de aquella vez que vino un cardumen
de bagres amarillos y entre los dos no
podíamos con la red?
Y el padre
cuenta. Relata para transmitirle sus vivencias. Sabe que van a quedar plasmadas
como con carbónico.
Mientras
tanto en las noches, a la luz del farol,
van preparando las moscas para pescar los surubíes, que venderán
al otro día en los puestos de la ruta.
Pero ese
día llevaba los tarros llenos de moscas Manuel. Prefirió ir sin el hijo río arriba. Sabía que los dorados
son de mandíbulas fuertes y combativos. Que hay que luchar mucho con ellos para
sacarlos.
La tormenta
se desató sin dar tiempo a nada. El río trajo mucha agua de repente.
Tres días
pasaron sin noticias. Tres.
Hasta que vino
un paisano a la puerta del rancho. La angustia en el rostro lo delató.
Andrés
estaba cosiendo una red. Empalideció.
El hombre tan
solo lo palmeó.
Pero Andrés
ya sabía. Siempre lo había sabido.
A su padre
el barro le había borrado las facciones.
8 comentarios:
Marta : ignora que es poeta. Escribe este hermoso cuento adornado de mucha y excelsa poesía.
Marta : tiene en su pluma una simpleza que hace creíble todos sus relatos.
¿Ocurrió ayer , anteayer ? ¿ Acaso esta sucediendo ahora ?
¡ FELICITACIONES !
Abel Espil
Lo estoy viendo a Andrés, Marta. Vos lo mostrás en tu relato. Y también veo su angustia y sus ilusiones. Muy buen trabajo. Te felicito.
Ricardo Nicolini
Como en un cuadro, Martita plasma sus colores pincelada a pincelada y nos deja atónitos y emocionados.
¡Me encantó!
Malena
Marta que bueno tu cuento!!!!!!
que placer leerte, me gustó mucho.
Felicitaciones!!!!
besoss Josefina
Marta: Hermoso y casi cruel. Así es la vida en muchos lugares. Con tu relato hiciste palpable una historia de lejos de la ciudad y de gente humilde (son las que más me gustan). Otra vez te felicito. Te mando un abrazo desde Miramar. Marcos.
parece que ya aprendí , asi que te vuelvo a felicitar.
Rita buks
Marta, se me nubló la vista, y no con agua de río.¡¡Buenísimo!! Inés
Marta ...leí tu cuento....de él surge esa triste realidad con la que conviven los pescadores. Lo contás con esa sensible espontaneidad que le das a tus relatos...realmente te felicito, y me enorgullece compartir con vos el taller de los jueves...Alicia Noemi Brenta
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