DOLOR
¿Qué hago con este dolor tan grande
que corre con mi sangre inundándome de angustias?
Viaja por mi cuerpo y llega hasta mis ojos donde
encuentra la puerta para salir libre e impoluto a mostrarle al mundo el inmenso
tormento que me aqueja.
No puedo manejarlo, me mina el alma
y el espíritu, me absorbe el sentido haciéndome perder la noción de existencia
y realidad.
Es invencible, tiene poder, ímpetu,
me domina libre y se pega a mí cual hiedra a la pared. Su personalidad es
fuerte y dominante, tiene sabor a sal, huele
a vientos cargados de nostalgias.
Su red la va tejiendo libremente
para anularme el instinto de estar viva, de conservarme, de preservarme, y en
esa tarea obtiene resultados pues me
anula, me transforma en daltónica, árida, áspera, débil.
Me hace reconocer a pesar de rasgarme por dentro que esa debilidad es simplemente este gran
amor que me ciega los sentidos. Este amor, único y anhelado, preservado en el tiempo, en mi mente, escondido en mi alma, acurrucado en este
corazón que sólo late porque lo sabe dentro de él como pieza única e
irreemplazable para su funcionamiento.
Este amor desgarra mi carne para no
seguirlo, cierra mi boca para no
nombrarlo, quema mis manos para no
acariciarlo, cierra mis brazos para no abrazarlo, opaca mis ojos para no verlo, me acoraza el
alma para no sentirlo y cierra el
pestillo de mi mente para no pensarlo.
Pero continúa navegando por mi sangre sin poderlo amordazar
y en su mutismo irónico reconozco primitivamente que debo preservarme de él,
arrancarlo de mi corazón y de todos los sentidos para seguir viviendo en esta inescrutable
realidad imposible de trocar por felicidad.
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