El libro que
vence a otros libros
En el mundo hay
ateos, agnósticos, cristianos, budistas, islámicos, judíos, etc. Y todos
sienten estar en la verdad mientras la Tierra gira y el Sol se levanta día tras día
acompañando las alegrías, las esperanzas, las dudas y los pesares de la
humanidad. El ser humano, ante la evidencia de la maravillosa naturaleza, la
vida y la certeza de la muerte, tiende a pensar en un ser superior.
Creo que cada
individuo, como ser libre que es, debería vivir conforme a su creencia.
Discutir sobre religión suele ser motivo de enemistades y de amargos disgustos
y yo no tengo la más mínima intención de polemizar. Sí quiero, como creyente
que soy, expresar algunas ideas que van dirigidas a quienes creen en Dios.
La Biblia es un libro capital. Tiene todas las
respuestas para los corazones. Y también sabias lecciones.
Suele ocurrir
que uno, guiado por las ganas de ayudar a alguien que se encuentra en un momento
difícil de su existencia, le acerca la palabra de Dios.
Sin embargo,
por esas cosas de la naturaleza humana, la persona que movilizó nuestro afán de
ayudar se levanta en contra nuestra y nos manda al diablo. Está escrita en la Biblia una advertencia en
el siguiente versículo: “No den lo santo a los perros, ni echen sus perlas
delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose los
despedacen a ustedes”.
Igualmente los
refranes pueden darnos guías en torno a nuestro relacionamiento con los demás.
Qué decir de la
gente vanidosa, soberbia, que cree que el universo gira alrededor suyo, sin
caer en la cuenta de que con su pedantería propia de un pavo real despierta la
antipatía y el desprecio en las personas. La Biblia dice: la soberbia precede a la
destrucción.
Se sabe de
muchas personalidades de gran rendimiento intelectual, de amplia cultura y de
acertado razonamiento sobre el arte, la política, la metafísica, pecar de
soberbias. Pues bien, esas gentes hoy no valen nada. En realidad, la
existencia, que es un gran colador humano, ha demostrado y sigue demostrando
que los soberbios están destinados a caer en un tacho de basura. Hay que estar
pues libres de soberbia y hacer lo que uno cree que es capaz de hacer en la
vida sin buscar aplausos. Las buenas acciones hablan por sí solas.
La fama es
incierta. Pasa a veces que la fama se vuelve contra el famoso, convirtiéndolo
luego en objeto de burla y de chismes. La sociedad ha devorado a tantos
celebrities.
Acostumbra el
ser humano a juzgar a su prójimo. Considera desmedida su conducta, descalifica
su modo de hablar, de obrar y de vivir. Así como uno juzga será también
juzgado. Mas vale no entrar en el peligroso terreno de los juzgamientos para no
salir trasquilado. Sobre el hecho de juzgar al semejante la Biblia advierte: “No
juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que
juzguéis habéis de ser juzgados, y con la vara que midiereis, seréis medidos
vosotros”.
En fin. Cada
persona se debe a su conciencia. Y al amor a los demás. Si no amamos al
semejante todo cuanto digamos tiene poco peso.
Miles de
hombres y mujeres predicadores del evangelio hay en la Tierra. Yo, de pura
convencida de que existe un amor superior, he traído a esta columna de opinión
estos pensamientos.
A nuestra moral
nos debemos.
Los frutos de
nuestra conciencia limpia dejaremos cuando ya no estemos en el mundo.
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