¡BUENOS DÍAS, BONY!
-¡Buenos
días, Bony!-
¿Y
que tienen de buenos mis días?-, se dijo para sí Bonifacia desde el sillón en
que estaba sentada tomando el sol de media mañana.- ¡Mis días son tan malos
como el día en que a mi madre se le ocurrió parirme! En su reposo, un
escalofrío recorrió el cuerpo de la anciana Bonifacia, mientras observaba el
paso de cuanta persona entraba o salía del Hogar de Ancianos “Sabina
Echeverría”; nombre de su fundadora para una obra que beneficiaba a muchos viejos que terminaban sus días en la
indigencia.
Bonifacia
era una de ellos. La encontraron en una mediagua, entre un hacinamiento de
basuras y cosas en desuso, desde botellas hasta muebles que había dado de baja
algún vecino, o simplemente sacaba cosas de un basural cercano. Sufría del mal
de Diógenes y por supuesto ella no lo sabía, pero junto a sus tesoros, no
sentía la soledad, el hambre, ni el desaseo que se advertía por doquier. A esta
situación no eran ajenos, las pulgas, piojos y chinches que ya estaban a punto
de devorarla, sumado a un estado de total desnutrición. Una buena vecina,
preocupada de no ver a la anciana para entregarle la porción de comida diaria,
dio pronto aviso a carabineros para que fueran a investigar.
Lo
que encontraron en la casita fue patético, la mujer, apenas se veía entre aquel
basural. Casi no pudieron entrar, los detuvo una legión de pulgas hambrientas.
Debieron llamar al servicio sanitario para entrar con trajes especiales,
retirar a la vieja, sacándole previamente su ropa contaminada, abrigarla y
enviarla directamente al hospital más próximo, porque su vida ya escapaba de
ese cuerpo maltrecho. De la vivienda y lo que había en su interior, pronto una
cuadrilla de aseo lo convirtió en escombros, previa fumigación para eliminar la
enorme cantidad de parásitos que atacaban a cuánta persona osaba acercarse. Más
tarde aquellos escombros serían derivados a un vertedero de basuras.
Bonifacia
sobrevivió y finalmente encontró cabida en aquel hogar de caridad. Sólo había
un problema con ella, no quería hablar. Por la expresión de su mirada se sabía
que aún estaba en condiciones de entender cuanto se le decía. Sin embargo nunca
se supieron las razones del silencio de Bonifacia.
-¡Buenos!
– Sí, bastante buenos fueron los míos, pero hace mucho tiempo, cuando fui joven
y hermosa. Sin embargo, no fui habilosa para hacer buen uso de aquella
vitalidad que afloraba por todo mi cuerpo. Estudie muy poco, me gustaba estar
en el colegio pero mis compañeras siempre me molestaban por el hecho de verme
llegar de la mano de mi madre. Ella trabajaba como prostituta. Todo el barrio
la conocía por su genio de temer. Sus reacciones solían ser violentas cuando la
molestaban ya fuera hombre o mujer. Nunca quiso tener un compañero permanente a
su lado, porque al parecer, yo fui fruto de un amor y me cuidaba con esmero.
Creo que dentro de todo, tuve una infancia feliz a su lado, hasta el día en que
uno de sus clientes puso sus ojos en mí.
Algunas
veces yo los recibía, para que la esperaran mientras ella iba de compras. Cuando
regresaba, tenía la orden de ir a jugar con aquellas niñas de la vecindad que
eran mis amigas, hasta que veía salir al cliente de turno. Yo tenía diez años,
y ese día mi madre demoró más de la cuenta, quien la esperaba era un hombre
joven. Él me inspiró recelo apenas lo vi. No dejaba de observarme y a ratos
trataba de buscarme conversación, yo ni siquiera le contestaba. De pronto me
tomo de un brazo fuertemente y con su otra mano me tapó la boca, luego me alzó
a la fuerza y me llevó al cuarto que mamá ocupaba como pieza de trabajo. No
recuerdo mucho lo qué pasó, sólo sabía que algo me producía mucho dolor, creo
que me desmayé. Cuando volví de la inconciencia, vi sangre por todos lados, el
tipo estaba a mi lado, boca arriba, muerto, acribillado a puñaladas y mi madre
aún sostenía un largo y afilado cuchillo. Por su garganta escurría un hilo rojo
y bajo su cabeza se estaba convirtiendo
en un charco de sangre.
Me
paré como pude, yo también sangraba por entre mis piernas. Salí a la calle
gritando para que alguien nos ayudara. Luego fui donde estaba tendida mi madre
y alcancé a escuchar un murmullo, sin embargo, entendí muy bien lo que dijo-
!Tuve que defenderme... ¡Tú, cuídate...hija...!...!Te amo! Cuando llegó la
emergencia médica, mamá y el hombre eran difuntos y yo estaba mal herida.
Estuve
en el hospital bastante tiempo y de ahí me derivaron a una casa de niñas
huérfanas. Allí aprendí todo lo que no sabía, las mayores se encargaron de
ponerme al día en lo relacionado al sexo. De tal manera que cuando a los
dieciocho años debí retirarme, de un día para otro me transformé, en lo que
había sido el oficio de mi madre, prostituta.
Tuve
muchos amantes y clientes, pero como ella, siempre viví sola, a veces en
compañía de un gato, otras de una pareja de pájaros. Pero descubrí que sus
cuidados me quitaban tiempo y dinero y su vida era muy breve. La última mascota
la sepulté como Dios manda en un cementerio, tratando que los guardias no me
descubrieran. Lulú, mi gato regalón tiene una cristiana sepultura y fue despedido
hasta con misa recordatoria, al cura le dije que se trataba de una niñita.
En
ese andar incierto por la vida, llegué a los tiempos en que los clientes
comenzaron a escasear, ya mis arrugas era imposible disimularlas y maquillarme
más de la cuenta resultaba patético. Por otra parte mi cuerpo había sufrido
cambios, los pasteles, chocolates y cosas ricas con las que gratificaba mi
mente, me hicieron engordar. Las arrugas se transformaron, progresivamente, en
neumáticos. Cuando dejé de comer por la necesidad, tenía bastantes reservas en
mi cuerpo como para resistir un tiempo de hambruna, con agua me bastaba.
-¡Buenos
días!- me dijo la doctora – para mí no lo son porque siempre saltan a mi mente,
sin poderlo impedir, aquellas imágenes dramáticas que fueron parte de mi vida.
¡No!, no quiero hablar con otra persona, más que conmigo misma, para
preguntarme todos los días. -¿Dios porqué no me ayudaste a elegir el mejor
camino?, encendiéndome lucecitas así como los semáforos; hoy tendría deseos de
hablar y alguien sabría de mi vida pasada.
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