Estimado Padre Eduardo:
Esta carta no respeta las liturgias, mucho menos la de La Palabra, pero me urge
reconciliarme conmigo misma, con la humanidad y principalmente con el Verbo
Encarnado; por eso necesito que escuche (lea) mi confesión.
Para ser concreta, Padre, me acuso ser una
representación; si no fuera así, ya me habría acercado al confesionario para
enfrentarme a U usted sin simulacros y no estaría escribiendo esto. Pero no soy
actriz o sea que dar la cara no es mi fuerte y por otro lado, sólo al escribir
soy sincera, ya que es lo único que sé hacer 0 engendrar, como prefiera.
Además, a las palabras se las lleva el viento, a los secretos de confesión...
vaya a saber. Y yo quiero que esto sea un .doc Así que hágalo público,
si quiere:
Padre, yo siento la necesidad de romper los moldes,
las reglas, las hormas, las matrices, los montajes, las instalaciones. Es como
si una asfixia abarcara y oprimiera toda mi piel, sofocándome hasta extinguirme.
Muchos se conforman con la vida que les tocó vivir, aunque al hacerlo se
desfiguren, distorsionen, deformen. Conformar... Deformar... Me pregunto si
serán sinónimos o antónimos. Un prototipo, cualquier modelo o paradigma se
acomoda, te acomoda a una casilla, a un apartado; te aparta, te empaña, te
rotula: "hombre sin rostro", te ultraja. A mí no me alcanza un tipo
de vida, Padre, los quiero todos.
Por eso despojo y calzo íntegro cada uno de los
infinitos pellejos de los hombres y trato de hacerlos míos; robo vidas y las
siento, vivo como propias... las cuento. La de quien ama y de quien sufre, la
de la señora gorda tomando el té de las cinco en punto, la del drogadicto, del
apático o el burgués de m..., la del soldado valeroso y del cobarde, del político
y el mendigo, el verdugo y el ahorcado, del subversivo y el represor, de las
Bovary y los Fierro... Entonces invento, fabulo, miento. Eso es, Padre, el
escritor: un gran mentiroso. Y yo escribo.
Pero ¿sabe? Al robar vidas, las vivo para mí y las
vivo para otros. No quiero disculparme, no, al contrario; estoy condenada, lo
sé y soy culpable no sólo de robar o mentir sino de los siete pecados capitales
porque si fuera verdad que tengo una misión, entonces, cómo explicar cuando en
ocasiones, colmada de pereza, transito las profundidades sin decidirme a
habitar el cuerpo de mi alma y paso días, semanas, meses sin escribir, temerosa
de enloquecer si lo hago y segura de que si no lo hago, finalmente enloqueceré.
Entonces, el germen o el gusano de la envidia me penetra y las vidas de
otros, virtuosas o perversas, sencillas o intrincadas, comienzan a seducirme, a
incitarme... y las ansío, Padre, porque derrochan vivencias que yo jamás
experimentaré, vierten las I historias que yo nunca seré capaz de
narrar, descifran los libros que en-.al vida alcanzaré a leer. y.,( abarrotada
de codicia parto a investigar, a escuchar detrás de las puertas y las
almas, a mirar hacia dentro de los ojos, a robar sus alientos en busca de una
línea... y anoto datos, acumulo, como un preciado tesoro, cada referencia en mi
cuaderno de notas, en el revés de la cuenta del supermercado, en los márgenes
de los libros y, le confieso, Padre, que cuando empieza ese proceso de
encarnarse en otro, ya no como Santa Concepción, sino Calvario donde crucifico
mi comodidad y asumo igual que Cristo los pecados de los hombre, le juro, y no
es herejía, Padre, que siento que voy a redimirlos pues llevo conmigo todas las
miserias; también todos los placeres, dirá Usted pero de eso no se escribe.
Por eso, para saldar mis deudas con el Señor, si
quiero ser justa, debo acusarme también de gula, una gula feroz por
saber más y más, tanto que devoro y me engolosino con el respirar de cada uno
de mis personajes, me acaramelo con sus poemas, saboreo la melodía de sus voces
y cómplice, amaso situaciones para hacer también míos todos sus sentidos... y
paladear su lengua, sus ojos, sus tactos. Termino mamando un calostro que me
inmuniza del afuera, atiborrada de mí y sin poder saciarme nunca.
Lo sé, Padre, me revuelco, para ser exacta, encendida
de lujuria con ese personaje que estoy creando, que soy yo y es otro
y... hermafrodita, erizo mi piel. Me cuesta escribir esto, pero ¿podría Usted,
que sabe mejor que nadie de las luchas de la carne, interceder por mí ante el
Altísimo? Es talla fiebre, el goce de descubrir los más íntimos anhelos, la
excitación de penetrar la mente, la voluptuosidad de ser en sangre, lágrimas,
semen y saliva solo uno... Es tal el deseo y tan ingobernable. "¡Oh,
pureza!" clamaba Rimbaud, como yo clamo. ¿Habrá perdón para mi alma?
Ya habrá advertido que he guardado la ira y la soberbia
para el final. El primero porque es el más doloroso y tal vez sirva, en
parte, para purgar mi penitencia. Lo que sucede es que cuando mi personaje o mi
poema no responde, no crece, no se desprende de mí y adquiere vida propia,
siento al desgarro de la cólera estallar en furia, gritos, llanto... y rompo
originales, destierro páginas completas, incinero el trabajo de meses y caigo
presa en tamaño hermetismo que soy capaz de vagar violenta y sola, y en esto
hago especial mea culpa, hasta que todo lo demás desaparezca, incluso mis otros
hijos, los de la carne.
El segundo, en cambio, es el más terrible. Sólo se
manifiesta si la obra creadora llega a su fin; y si se concreta, no existe sino
el éxtasis y por qué no ponerlo con todas las letras: me siento Dios y, en mi
infinita soberbia, creo que mi obra y Él y yo somos uno, Padre; y nos
exhibimos, obligando a los otros, lectores y orejas pacientes de recitales
poéticos a compartir nuestras impudicias, como si tuviéramos algo que decir,
algún don que nos hace dignos de ser oídos. Y creemos que lo hacemos por el
arte, ¿le parece a Usted?, por la cultura... Me da risa.
A medida que escribo esto, Padre, es como si lo
estuviera viendo menear la cabeza "Pobre criatura humana -dirá--, es tan
débil como sus mentiras. " ¿Verdad? Pero yo sé que le estoy mintiendo
también a Usted, no sólo a ellos que creen que el escritor es una especie de
héroe neoclásico con mil odiseas sobre los hombros, un enajenado que se agita
en estado violento o quizá aquel profeta olvidado que sin embargo tiene algo
para revelar... ¡Es mentira!
Reconózcalo Padre, la culpa es de ellos. Al fin y al
cabo ¿a quién le interesa si los lugares que invento en realidad no existen si
puedo hacérselos ver? O que Usted sea sólo una ocurrencia y esta confesión, un
fraude. Ah, eso sí, les encanta creer en ese amor que me desgarra, ese chisme,
esa vida tormentosa y arriesgada a la que ellos no se animan... En eso sí...
Tampoco les importa cuánto duela -salvo a tía Elisa a quien al mostrarle mi
primer poema galardonado me respondió: "¡Ay, nena, qué mal debés
estar!" O al imbécil que hizo un ensayo poniendo en duda mi sexualidad
porque había escrito en "Invierta un Hijo" desde un yo masculino. Y
¿qué pretendía? ¿Que inventara otra Juana de Arco para escribir como
mujer-soldado en la guerra de Malvinas?-. Vamos, no sea ingenuo...
Miento, pero miento porque la gente me necesita,
porque no todos tienen la suerte de trasmutarse, de sentir la mordedura de la
sociedad y sangrar, de no hacerle caso al miedo y decir lo que otros no se
atreven ...Yeso es horrible. Es como si la vida les pasara de costado y la
miraran de lejos. Y si la sienten y no pueden hacerse grito, peor aún...
Alguien debe hablar, denunciar, burlarse del espíritu de la época. Tal vez,
Padre, yo no tenga derecho a callar. ¿Ha visto Usted alguna vez los ojos de los
mudos? ¿Los ojos de un torturado con mordaza?
Pensará que engaño y es cierto; pero ¿qué importancia
puede tener que mi alma se pierda si existe un lector que llora, ríe, o
enmudece con lo que yo le cuento, miento y solo, sólo por unos minutos, se le
mueve algo...? Yo no inventé nada nuevo, apenas otro disfraz de voces para la
misma historia repetida. El que lee, elige y si alguien llegara a elegirme, tal
vez valdría la pena dar la vida por los amigos.
No sé si esta confesión por escrito será válida y si
Usted, Padre, en nombre del Verbo hecho Carne podrá de esta forma darme la
absolución, pero ya no la necesito; como diría Cortázar, me siento exorcizada,
he vomitado a mis monstruos, he escrito otra mentira y no me importa. Existen
mentiras que valen la pena, aunque nos condenen... Porque tengo hijos y quiero
que puedan seguir escribiendo cartas verdaderas a un Papá Noel de mentira, y
que siempre exista alguien dispuesto a meterse en el cuerpo de otro, a andar a
tientas en la noche e inmolarse para que sus caras se llenen de risas, de
bicicletas, y a nosotros de lágrimas, Padre. ¿O acaso Usted no cree?
Disculpe, no sé si estaré cometiendo un sacrilegio y
con esta carta, firmando mi pase a la gehena, pero no puedo "prometer
firmemente no pecar más". Tal vez sea verdad que cargo con la maldición de
la palabra y sólo pueda seguir escribiendo.
En su Nombre, el del Verbo y el del Espíritu de la Palabra. Amén
Humildemente
Marcela
Predieri
(Mujer que escribe)
2 comentarios:
Y yo confieso que es una magnífica enajenación la tuya. Entonces; cómo podría perderse tu alma??? Besos, Lina
Gracias Lina! Un abrazo enorme. Creo que en último nº de nuestra revista LA AVISPA comentamos un libro tuyo. fijate. si no es en la 58, será la anterior
Un abrazo
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